En este mismo instante, estás corriendo una carrera. Estás corriendo una carrera incluso si estás sentado en un bus leyendo estas palabras en tu teléfono; incluso si estás leyendo esto para tomar un descanso de la monotonía de tu trabajo. En cualquier parte y en todo tiempo, estás corriendo la carrera de las carreras: la vida cristiana. La pregunta no es si estás corriendo, sino cómo estás corriendo. ¿Estás corriendo bien o estás corriendo mal? ¿Saliste a trotar sin prisa o estás corriendo a toda velocidad con tus ojos puestos en el premio? Por medio de la Palabra viva, el apóstol Pablo ruega: «¡Corre para ganar! ¡Corre para obtener el premio!».
En esta nueva serie, estoy llamando a los hombres a alejarse de la apatía para ir hacia la búsqueda celosa del premio imperecedero; a alejarse de los hábitos inútiles para ir hacia las disciplinas piadosas; a alejarse de la vagancia sin rumbo hacia una vida con propósito. Cada artículo estará centrado en un fundamento para ganar esta carrera. Es apropiado comenzar con el asunto del propósito, porque solo cuando sabes cuál es tu propósito estarás motivado para correr esta carrera y para hacerlo con todo el esfuerzo que se requiere para ganarla. Solo entonces podremos compartir la gozosa convicción de George Whitefield, quien dijo: «Nunca estoy mejor que cuando estoy a mi máxima potencia para Dios». Amigo mío, si vas a salir a correr para ganar, si vas a estar a máxima potencia para Dios, debes abrazar tu propósito.
El propósito de tu salvación
¿Por qué Dios te salvó? Pablo te responde exactamente por qué:
Porque la gracia de Dios se ha manifestado, trayendo salvación a todos los hombres, enseñándonos, que negando la impiedad y los deseos mundanos, vivamos en este mundo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación de la gloria de nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús, quien se dio a sí mismo por nosotros, para redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo para posesión suya, celoso de buenas obras (Tito 2:11-14).
Se necesitarían volúmenes completos de libros para desglosar todo lo que Pablo dice aquí, pero haré solo un par de observaciones.
En primer lugar, Dios te salva para santificarte. Dios te extiende su misericordia salvadora para que Él pueda deshacer el profundo daño que tu pecado ha causado. En un momento, Él te redime y, a lo largo de la vida, Él te purifica, enseñándote a odiar y a renunciar a todo lo que es impío y a amar y a perseguir todo lo que es digno. A medida que andas con Cristo, encontrarás el nuevo anhelo de mortificar esas antiguas obras y deseos que te motivaban para dar vida a nuevas obras nacidas de deseos más puros (Col 3:1-17). Esto se llama «santificación», el proceso de toda una vida para llegar a ser santos. Dios te salva para santificarte, para restaurarte a la vida que Él diseñó para ti antes de que te entregaras al pecado.
En segundo lugar, Dios te salva y te santifica para que puedas hacer el bien a otros. Tu santificación tiene un propósito: hacerte «celoso de buenas obras». Las buenas obras son obras que no se llevan a cabo primero para tu propio bien, sino que para el bien de otros. Eres llamado a dejar de lado el egoísmo natural que una vez te controlaba y a vestirte con la entrega desinteresada de Cristo que te obliga a bendecir a otros. «Porque somos hechura suya [de Dios]» —dice Pablo— «creados en Cristo Jesús para hacer buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviéramos en ellas» (Ef 2:10, [énfasis del autor]).
En tercer lugar, Dios hace todas las cosas para su gloria. Dios no te salva para darte mucha importancia a ti, sino para que tú le des importancia a Él. Las buenas obras que haces no tienen el propósito de hacerte ver grande, sino de hacer que Dios se vea grande. Son prueba del gran cambio que Él ha hecho dentro de ti, porque solo por su gracia puedes apartar tus deseos de buscar tu propia comodidad, enriquecimiento y fama. «Así brille la luz de ustedes delante de los hombres,» —dice Jesús— «para que vean sus buenas acciones y glorifiquen a su Padre que está en los cielos» (Mt 5:16).
Hombres, este es su propósito: darle la gloria a Dios al hacer el bien a otros. Esto significa que sus vidas no son primeramente suyas. Ustedes no son el objetivo de su existencia ni los héroes de su salvación. Fueron creados por Dios y para Dios. Fueron salvados para darle la gloria a Dios al hacer el bien a otros. Ese es su propósito.
Sin embargo, sospecho que ya sabías gran parte de esto. El problema es que aún luchas por encontrar la motivación suficiente para aplicar la disciplina enfocada a tu vida que te capacitará para correr a fin de ganar. Por tanto, volvamos a Pablo para ver dónde él encontró la motivación para abrazar este propósito que glorifica a Dios.
Fervor extraordinario
Un atleta corre para recibir un premio y para disfrutar la fama y la aclamación que viene al ganar. Todo el entrenamiento, el esfuerzo y la disciplina valió la pena cuando ponen la corona en su cabeza y la multitud se pone de pie para rendir tributo. La disciplina es impulsada por la grandeza del premio. Entonces, ¿qué premio podría ser suficiente para motivar a Pablo a vivir esta vida con un extraordinario fervor y un intenso celo? Solo una cosa: Jesucristo. Pablo, quien se autoproclamó el primero de los pecadores, fue repentina y dramáticamente salvado por Jesús. De pronto, lo sacaron de la autopista que se dirigía hacia el infierno y lo pusieron en el camino hacia el cielo. Fue transformado para siempre. Con esta nueva vida, tuvo un nuevo propósito. Ahora vivía para ser un representante fiel de Jesucristo, para dedicarse absolutamente a crecer a la imagen de Cristo y para hacer a Jesús conocido a aquellos que lo rodeaban. Cuando Pablo abrazó a Jesucristo —o mejor dicho, cuando Jesús abrazó a Pablo—, Pablo también abrazó un nuevo propósito.
Hombres, ¿han sido transformados por Jesucristo? ¿Han recibido una nueva vida? ¡Con una vida nueva viene un nuevo propósito! Dejen ir la ridícula noción de que sus vidas se tratan de ustedes. Dejen ir todos los propósitos egoístas a los que alguna vez se aferraron. Dejen ir la ola cultural de apatía y autocomplacencia que asedia a tantos. Una vez que hayan dejado ir todo lo que pudiera entorpecerlos, ¡aférrense a la búsqueda de Jesús de por vida! Abracen su propósito y alineen cada área de sus vidas a Él: están aquí para glorificar a Dios al abundar en buenas obras.
Este es tu desafío y el mío. Tu familia necesita que seas santo: ver a un esposo y padre que modela lo que significa ser un hombre cristiano maduro. Tu iglesia necesita que seas santo: ver a un creyente que ha sido liberado del pecado y que está comprometido con su bien. Tu vecindario necesita que seas santo: ver a un hombre que ha sido completamente transformado por Jesús y que ahora deja a un lado cualquier cosa que pudiera entorpecer el Evangelio de Jesús. Tu mundo necesita que seas santo: ser evidencia de que Jesucristo continúa salvando a su pueblo y que continúa transformándolos a su imagen. En el inestimable premio de Jesucristo, tienes toda la motivación que necesitas para abrazar un nuevo propósito y poner sus ojos en la gloria de Dios.
¡Corre para ganar!
Estás un par de minutos más adelante en la carrera de lo que estabas al comienzo de este artículo. Has dado un par de pasos más. Espero que hayas podido ver que si vas a tener éxito en esta carrera, necesitas conocer la razón por la que Dios te salvó y te santificó. Solo entonces tendrás la motivación para dejar de lado el egoísmo de la apatía y podrás vestirte de la entrega desinteresada de la santidad. Abraza tu propósito, ¡y entonces corre de tal modo que ganes!
Nota: mi libro Haz más y mejor es una guía práctica para una vida de productividad, al definir la productividad de la siguiente manera: «administrar de manera eficiente mis dones, talentos, tiempo, energía y entusiasmo para el bien de los demás y para la gloria de Dios». Si esta es un área de lucha, considera leer el libro. Luego únete a nosotros nuevamente a medida que esta serie continúa con «Renueva tu mente».
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