Envejecer es una realidad universal en este mundo porque, a medida que pasa el tiempo, avanzamos con él. Envejecer trae muchos dolores porque estamos más expuestos al pecado que vive dentro de nosotros y que contamina todo lo que está a nuestro alrededor. Envejecer también trae muchos gozos al experimentar las ricas bendiciones de Dios y, especialmente, al estar más expuestos a su obra de renovación. Si los dolores son inevitables, ¿habrá alguna manera de vivir que pueda disminuir su impacto? ¿Hay algo que podamos hacer para que estos dolores no nos conduzcan al resentimiento, a los vicios o a la desesperación? Y si es posible tener gozos, ¿hay alguna manera de vivir que nos permita experimentar aún más de ellos y plenamente?
¿Leíste los tres primeros artículos de esta serie? Puedes encontrarlos aquí: Envejecer con gracia, A mayor edad, mayor dolor y A mayor edad, mayor gozo.
Una forma de disminuir los dolores y de aumentar los gozos es aceptar la responsabilidad que conlleva el envejecimiento. En la Biblia, Dios asocia envejecimiento con responsabilidad. A mayor edad, mayor responsabilidad. A continuación, me referiré a cinco de estas responsabilidades que vienen y aumentan con la edad.
La responsabilidad de madurar
Con la edad viene la responsabilidad de madurar. No importa qué edad tengamos, es nuestra responsabilidad actuar conforme a nuestra edad. Tampoco importa por cuánto tiempo hayamos sido cristianos, necesitamos madurar y seguir madurando. La relación entre tiempo y madurez aparece en muchas partes del Nuevo Testamento, pero especialmente en la carta a los Hebreos, donde un preocupado pastor desafía a su iglesia en esta área.
Acerca de esto tenemos mucho que decir, y es difícil de explicar, puesto que ustedes se han hecho tardos para oír. Pues aunque ya debieran ser maestros, otra vez tienen necesidad de que alguien les enseñe los principios elementales de los oráculos de Dios, y han llegado a tener necesidad de leche y no de alimento sólido (Hebreos 5:11-12).
El pastor le recuerda a su congregación que ha pasado mucho tiempo desde que llegaron al conocimiento salvador de Jesucristo. Ese tiempo les ha dado la oportunidad de madurar, pero no lo han hecho. Mientras que su edad física ha aumentado, su madurez espiritual ha disminuido. Por eso, él les advierte que ¡necesitan madurar! ¡Necesitan actuar conforme a su edad espiritual! Por supuesto, muchos han llegado a ser cristianos tarde en la vida, lo que afectará su nivel de madurez espiritual en la vejez. Sin embargo, los hombres y las mujeres mayores que han sido cristianos por más tiempo tienen la responsabilidad de mostrar madurez espiritual.
A nuestro crecimiento en madurez, debemos añadir humildad para que no abusemos de nuestra autoridad ni traspasemos los límites de nuestra edad. En lo que aún no tenemos dominio, no debemos hablar como si lo tuviéramos. Un hombre que ha estado casado por dos años no debería hablar como si lo hubiera estado por veinte. Una mujer cuyo primogénito es solo un bebé, debe ser muy cuidadosa de hablar como si ya hubiera criado exitosamente a sus hijos hasta ser independientes. Pablo advierte a Timoteo: «No reprendas con dureza al anciano, sino, más bien, exhórtalo como a padre. […]» (1Ti 5:1). No le correspondía al joven Timoteo regañar a un hombre mayor. Si tenía que exhortar a un anciano por estar viviendo en pecado, debía hacerlo con respeto y humildad.
A medida que envejecemos, se nos da la responsabilidad de actuar conforme a nuestra edad. Esto es verdad tanto en nuestra edad física como espiritual. ¡Necesitamos madurar!
La responsabilidad de involucrarnos
A esto se suma la responsabilidad de involucrarnos, especialmente en la iglesia local. Cuando somos jóvenes, puede ser fácil y emocionante estar profundamente comprometidos con la comunidad de la iglesia. No obstante, cuando llegamos a la adultez y seguimos envejeciendo, la vida tiene maneras de interferir incluso con algo que nos es tan valioso como la iglesia. Los deberes cotidianos amenazan con alejarnos de nuestras amistades, de nuestro servicio e incluso de nuestra adoración. La educación, el trabajo, los hijos, los nietos y los pasatiempos son una enorme bendición, pero aun ellos pueden disminuir nuestra dedicación y participación en la iglesia. O quizás, las cargas del envejecimiento y los dolores acumulados de la vida pueden hacer que nos alejemos.
Nos hace muy bien escuchar la alabanza y la oración de David en el Salmo 71:
Oh Dios, Tú me has enseñado desde mi juventud,
Y hasta ahora he anunciado tus maravillas.
Y aun en la vejez y las canas, no me desampares,
Oh Dios, hasta que anuncie tu poder a esta generación,
Tu poderío a todos los que han de venir (vv. 17-18).
Incluso en la vejez, aun con el cabello canoso, David sabía que era su responsabilidad declarar el poder de Dios a la próxima generación. La sabiduría y la piedad representadas en sus canas eran exactamente lo que la siguiente generación necesitaba. Sus años le habían permitido hacer muchos depósitos de sabiduría, madurez y humildad (algo que les hacía muchísima falta a sus hijos y a los hijos de sus hijos). David tomó la determinación de que nunca usaría su edad como excusa. Él entendió que con la edad, la responsabilidad incrementa. David decidió que permanecería involucrado y dedicado para la gloria de Dios.
La responsabilidad de dar ejemplo
Luego tenemos la responsabilidad de dar ejemplo, de dar ejemplo de carácter y conducta según Dios nos encomienda. No esperamos que los niños puedan modelar estas características. Sin embargo, a medida que se acercan a su adolescencia y luego entran a sus 20 y 30 años, esperamos mucho más de ellos, y con razón. Con la edad, adquirimos la responsabilidad de dar ejemplo a los más jóvenes. Tito 2:2-3 describe maneras específicas en que los mayores pueden servir de ejemplo a los jóvenes. «Los ancianos deben ser sobrios, dignos, prudentes, sanos en la fe, en el amor, en la perseverancia. Asimismo, las ancianas deben ser reverentes en su conducta, no calumniadoras ni esclavas de mucho vino. Que enseñen lo bueno […]». Los hombres ancianos deben cultivar y exhibir rasgos específicos de carácter, rasgos que son apropiados para su edad y que no tienen los jóvenes. Las ancianas también adquieren nuevas responsabilidades en cuanto al carácter y a la conducta que sirven de ejemplo a las jóvenes.
No importa qué edad tengamos, somos responsables de dar ejemplo a los demás, especialmente a los que son más jóvenes que nosotros. En el diseño de Dios, tendemos a seguir a los que son un poco mayores que nosotros. Los admiramos, los imitamos y queremos ser como ellos. Por esa razón, todos debemos exhibir el carácter y la conducta que sirvan de ejemplo para aquellos que pronto tendrán nuestra edad física y espiritual. Cuanto más envejecemos, mayor es esta responsabilidad especial.
La responsabilidad de brindar mentoreo
Estrechamente relacionada con la responsabilidad de dar el ejemplo, está la responsabilidad de brindar mentoreo. No es suficiente simplemente dar el ejemplo. También debemos interesarnos en los que son más jóvenes que nosotros, involucrarnos en sus vidas, enseñarles e instruirlos intencionalmente. El pasaje en Tito 2 continúa diciendo que las ancianas deben enseñar «lo bueno, para que puedan instruir a las jóvenes a que amen a sus maridos, a que amen a sus hijos, a que sean prudentes, puras, hacendosas en el hogar, amables, sujetas a sus maridos, para que la palabra de Dios no sea blasfemada. Asimismo, exhorta a los jóvenes a que sean prudentes» (Tit 2:3-6).
En virtud de su edad, junto con la sabiduría y la piedad que las acompaña, las ancianas adquieren la responsabilidad de enseñar e instruir a las jóvenes. Deben enseñarles a ejercer sabiduría, exhibir piedad y, a su vez, dar el ejemplo a la generación que les sigue. Los ancianos adquieren la misma responsabilidad con los jóvenes.
Es como si el cristiano maduro estuviera subiendo por un sendero en una larga y empinada montaña. Algunos tramos requieren todo su esfuerzo y habilidad para sortearlos en forma segura. Cuando ya casi llega a la cumbre se da cuenta de que un amigo lo está siguiendo. Su amigo ha avanzado bien, pero ha llegado a una parte donde el sendero es particularmente peligroso. ¿Qué debe hacer nuestro líder? Ayudar, por supuesto. Aunque no tenga la fuerza para cargar a su amigo hasta la cima, tiene la experiencia para mostrarle lo que debe hacer y la sabiduría para guiarlo. A medida que envejecemos, cada uno de nosotros es responsable de aquellos que están envejeciendo detrás de nosotros.
La responsabilidad de mantenernos alertas
Otra responsabilidad que viene con el envejecimiento y aumenta con la edad, es la de mantenernos alertas. Tendemos a asociar el caer en pecado con la juventud, con el placer desenfrenado que caracteriza a tanta gente joven. Leemos las alarmantes estadísticas de tantos jóvenes que se alejan de la religión de sus padres tan pronto como se independizan. Sin embargo, una mayor edad solo aumenta la necesidad de mantenerse alerta porque tal como nos advierte Pablo: «Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga» (1Co 10:12).
Algunos, quizás muchos, se alejan de Dios en su vejez. Podemos pensar en el joven Salomón, quien mostró ser tan prometedor y exhibió tanta sabiduría. Sin embargo, «cuando Salomón ya era viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras otros dioses, y su corazón no estuvo dedicado por completo al Señor su Dios, como había estado el corazón de David su padre» (1R 11:4). Salomón fue influenciado por años de necia desobediencia. Fracasó en mantenerse alerta y casi destruyó su fe. Fue solo la gracia de Dios lo que frenó las terribles consecuencias del pecado de Salomón.
Muchos profesan fe en Cristo en su juventud y luego cometen apostasía antes del fin. Algunos caen en sus primeros años; otros en los años intermedios; y muchos cerca del final. Ellos son los que no aceptan ni mantienen la responsabilidad de mantenerse alerta.
Cinco responsabilidades
Estas son cinco responsabilidades que nos llegan en virtud de la edad: la responsabilidad de madurar, de involucrarse, de dar ejemplo, de mentorear y de mantenerse alerta. Abrazar estas responsabilidades ayuda a disminuir los dolores que les llegan a todos los que viven en este mundo. Ayuda a realzar la plenitud de los gozos que llegan con la vejez. Asegura que nuestro cabello canoso sea una corona de gloria y no una corona de deshonra (Pr 16:31).