Fuimos creados para existir dentro del límite del tiempo y para envejecer a medida que pasan los años que nos fueron asignados. Al envejecer, experimentamos enormes dolores: el dolor de la debilidad, del cansancio, de la cosecha, de la mortalidad y del temor, pero no solo experimentamos dolores, también experimentamos gozos. Algunos de estos se extienden tanto al creyente como al no creyente, pero Dios reserva sus más selectos gozos a aquellos que viven para su gloria.
¿Leíste los dos primeros artículos de esta serie? Puedes encontrarlos aquí: Envejecer con gracia y A mayor edad, mayor dolor.
Los crecientes dolores que surgen con la edad provienen de una exposición más prolongada a nuestra propia depravación, a la de otros y a las lamentables consecuencias del pecado en este mundo. La sucesión de gozos se derivan de una exposición más prolongada a los medios de gracia de Dios, al Espíritu Santo que obra a través de su Palabra y a su obra de renovación interior. Sin Cristo no podemos conocer ninguno de estos gozos más profundos, pero en Cristo podemos anticiparlos, experimentarlos y disfrutarlos todos.
Hemos visto cinco dolores que llegan y aumentan con la vejez. Ahora veremos cinco gozos que nos muestran que a mayor edad, mayor es el gozo.
El gozo de la sabiduría
A medida que envejecemos, experimentamos el gozo de adquirir sabiduría. Uno de los principios reiterados de la Biblia es la asociación de la juventud con la necedad y de la vejez con la sabiduría. Job dice: «En los ancianos está la sabiduría, y en largura de días el entendimiento» (Job 12:12). El propósito del libro de Proverbios es «dar a los simples prudencia, y a los jóvenes conocimiento y discreción», exhortar a los jóvenes a que renuncien a su innata necedad y abracen la sabiduría (Pr 1:4). Esta sabiduría es mucho más que saber gobernar nuestras vidas y cumplir con sus responsabilidades. La verdadera sabiduría bíblica es quitarse el ateísmo práctico que vive dentro de nosotros y adoptar el modo de pensar que fluye de la mente y corazón de Dios. «El temor del Señor es el principio de la sabiduría […]» (Pr 1:7).
A medida que envejecemos en Cristo, aprendemos más de la Biblia y este aprendizaje se va arraigando profundamente en nuestras vidas. Con el pasar de los años y al comprometernos con los medios de gracia de Dios, el Espíritu Santo renueva progresivamente nuestras mentes y nos transforma desde dentro (Ro 12:1-2). La sabiduría crece. La sabiduría es como el café en grano, no como el jugo en polvo. Agregamos un sobre de jugo en polvo al agua, revolvemos rápidamente y está listo. El café, en cambio, necesita reposar y filtrarse, necesita tiempo para extraer su sabor. La sabiduría requiere tiempo. Se necesitan años de meditación, años de filtrar la Palabra de Dios en nuestras mentes para transformar la manera en que vivimos y pensamos. El sabor pleno de la sabiduría se experimenta al final de la vida, no al principio. A medida que envejecemos, experimentamos el gozo cada vez mayor de una sabiduría cada vez mayor.
El gozo de la piedad
Estrechamente relacionado con el gozo de la sabiduría está el gozo de la piedad. Proverbios 16:31 dice: «La cabeza canosa es corona de gloria, y se encuentra en el camino de la justicia». La edad se asocia con la piedad: a mayor edad, mayor piedad. La piedad nos acerca a Dios, nos brinda una intimidad relacional con Él. «Acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes», dice Santiago (Stg 4:8). El paso del tiempo nos da la oportunidad de leer y de poner más en práctica la Palabra de Dios. Cada año que pasa le da más tiempo al Espíritu para grabar la verdad que hemos aprendido en nuestros corazones y para continuar con su obra interior de restauración. Cada día nos da una nueva oportunidad para aferrarnos al poder del Espíritu a fin de hacer morir el pecado y revivir para la justicia de Dios. A medida que pasan los años, escuchamos más sermones, disfrutamos de un mayor compañerismo cristiano, participamos una y otra vez en la Cena del Señor. Dios obra a través de todos estos medios, para acercarnos y tener una relación más profunda con Él. A medida que transcurre el tiempo, los depravados se vuelven más depravados, mientras que los piadosos se vuelven más piadosos.
Pablo encontró gozo en esto. Él contrastó un cuerpo desfalleciendo con un alma en renovación: «Por tanto no desfallecemos, antes bien, aunque nuestro hombre exterior va decayendo, sin embargo nuestro hombre interior se renueva de día en día» (2Co 4:16-18). ¡Qué gozo! Como cristianos, experimentamos la renovación de Dios día a día, renovación que no solo continúa, sino que además aumenta a medida que envejecemos. El interés financiero acumulado aumenta, de modo que los depósitos pequeños y continuos durante toda la vida producen la riqueza necesaria para gozar de una cómoda jubilación. La piedad acumulada también aumenta, de modo que los pequeños logros continuos en la lucha contra el pecado y los pequeños actos continuos de rectitud producen un enorme tesoro de piedad en la vejez. Al mirar hacia el futuro, veremos que seremos más piadosos de lo que somos hoy, más piadosos de lo que nos atrevemos a imaginar. Seguiremos siendo transformados a la imagen de Cristo hasta el día en que estemos cara a cara con Él.
El gozo del respeto
Al envejecer también experimentamos el gozo del respeto, el derecho a ser respetado por los más jóvenes. Se establece este principio en Levítico 19:32: «Delante de las canas te pondrás en pie; honrarás al anciano». La Biblia exige que el joven honre y respete a los ancianos. El respeto por los ancianos tiene estrecha relación con el respeto a Dios, pues Él ha ordenado que los ancianos guíen a los jóvenes, que su sabiduría influencie y reduzca su necedad juvenil.
Este respeto no solo debe ser demostrado con palabras y actitudes («honrarás al anciano»), sino también con acciones («delante de las canas te pondrás en pie»). Los jóvenes deben interesarse en los ancianos, ayudarlos, visitarlos, incluirlos, ser sus amigos, buscarlos para aprender de su sabiduría. Aun cuando la cultura occidental contemporánea menosprecia la edad y exalta la juventud, los jóvenes cristianos deben honrar a las personas mayores. A su vez, los mayores deben aceptar esta honra y asumir el privilegio y la responsabilidad que conlleva. Aquellos que han alcanzado muchos años, son dignos de recibir honra. Aquellos que han alcanzado sabiduría y piedad a través de los años, son dignos de recibir el doble de honra.
El gozo de la cosecha
Luego tenemos el gozo de cosechar. En esta serie, ya hemos leído el libro de Gálatas para ver que aquellos que viven una vida corrupta cosecharán consecuencias horribles, incluso en este lado de la tumba. Hay dolor en la cosecha, pero también hay gozo. «No se dejen engañar, de Dios nadie se burla; pues todo lo que el hombre siembre, eso también segará. Porque el que siembra para su propia carne, de la carne segará corrupción, pero el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna» (Ga 6:7-8, [énfasis del autor]). Aun en esta vida, podemos experimentar los beneficios de vivir para la gloria de Dios. Estos son la sabiduría, el respeto y la piedad que vienen con envejecer en Cristo. Los que siembran buenas semillas, comienzan a cosechar desde ya y cosecharán en mayor medida con el pasar de la vida. Pero aún hay más.
A medida que envejecemos, comenzamos a experimentar nuevos gozos que solo podemos experimentar al envejecer. Algunos siegan la preciosa cosecha de hijos y nietos que conocen y aman al Señor. Proverbios 17:6 declara: «Corona de los ancianos son los nietos, y la gloria de los hijos son sus padres». Algunos siegan la recompensa de un servicio fiel. Cuando Pablo le escribe a Timoteo para discutir la estructura apropiada de la iglesia local, le dice que honre a las viudas que han servido bien a la iglesia y que cuide de ellas como retribución por todo el cuidado que ellas dieron a otros (1Ti 5:1-16). Lo mismo se espera que los hijos hagan con sus padres: «Pero si alguna viuda tiene hijos o nietos, que aprendan estos primero a mostrar piedad para con su propia familia y a recompensar a sus padres, porque esto es agradable delante de Dios» (1Ti 5:4). A medida que avanzamos en la vida, comenzamos a experimentar las maravillosas consecuencias de vivir a la manera de Dios para su gloria.
El gozo de nuestra mortalidad
Finalmente tenemos el gozo de nuestra mortalidad. Sabemos que la cercanía de la muerte trae dolor, pero también gozo. Podemos pensar en Simeón, el anciano que conoció a Jesús como un bebé en el templo. «Simeón tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, permite que tu siervo se vaya en paz, conforme a tu palabra; porque mis ojos han visto tu salvación”» (Lc 2:28-30). Después de haber servido a Dios toda su vida, el querido anciano Simeón podía partir en paz y confianza porque había visto a Cristo. Había conocido a su Salvador, ahora anhelaba morir y tener paz eterna, la recompensa eterna.
El apóstol Pablo consideraba que la muerte era un gozo, no un dolor. «Pues para mí, el vivir es Cristo y el morir es ganancia» (Fil 1:21). De hecho, anhelaba morir («Mi deseo es partir y estar con Cristo, pues eso es mucho mejor»), aunque estaba dispuesto a seguir sirviendo al pueblo de Dios («sin embargo, continuar en la carne es más necesario por causa de ustedes»). Con la confianza de conocer a Cristo, Pablo pudo proclamar: «¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh sepulcro, tu aguijón?».
El envejecimiento trae una mayor conciencia del inevitable acercamiento de la muerte. Sin embargo, para el cristiano la muerte ha perdido su aguijón, su terror. La muerte es la puerta de entrada para estar más vivos que nunca, es la puerta a Cristo mismo. Cada día que envejecemos en Cristo, estamos más cerca de verlo, abrazarlo y gozar de su presencia para siempre. ¡Qué gozo!
Cinco gozos
Envejecer se asocia con el dolor, pero también se relaciona con el gozo. La Biblia promete que para los que envejecen en Cristo hay beneficios almacenados en esta vida y en la venidera. Tenemos el gozo de la sabiduría, de la piedad, del respeto, de la cosecha y de nuestra mortalidad. Dios es fiel en cumplir lo que promete.
A medida que envejecemos, nuestra fuerza física disminuye. Sin embargo, aun cuando la fuerza física nos falla, la fuerza espiritual sale a borbotones. El tiempo, el enemigo del cuerpo, es un amigo del alma. Cuando somos jóvenes, somos físicamente fuertes y espiritualmente débiles, pero cuando envejecemos somos espiritualmente fuertes y físicamente débiles. Con una recompensa tan grande por delante, el desafío es claro: si queremos vivir vidas más significativas, vidas que glorifiquen a Dios, debemos envejecer en Cristo. Envejecer en Cristo no eliminará los dolores, pero añadirá gozos.
Mientras continuamos con este tema, debemos hacernos las siguientes preguntas: ¿cómo podemos lidiar bien con los inevitables dolores, de modo que no nos lleven al resentimiento, al alcohol o a otros vicios horribles que se apoderan de muchos en la vejez? ¿Cómo podemos experimentar estos gozos plenamente? Combatimos los dolores y realzamos los gozos abrazando las responsabilidades que Dios nos da en nuestra vejez y desarrollando más y más el carácter que Él nos encomienda. Allá nos dirigiremos ahora.