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Cuando la duda se convierte en incredulidad
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Cuando la duda se convierte en incredulidad

La duda no es incredulidad, pero puede llegar a serlo. Ese principio básico debería guiar nuestras reflexiones sobre este importante asunto. La duda es normal dentro de la fe. Es causada por nuestra debilidad y fragilidad humana. Carecemos de la seguridad para confiar plenamente en Dios y anhelamos tener certeza en todas las áreas de la fe. Sin embargo, es muy difícil llegar a la certeza absoluta. Puedes estar seguro de que 2 + 2 = 4, pero ¿va eso a cambiar tu vida? ¿Te dará eso una razón de vivir y una esperanza al enfrentar la muerte? Y no son solo los cristianos los que están en esta situación. La creencia atea de que no hay un Dios es un asunto de fe tanto como lo es el que tú creas que Dios sí existe. La duda también aparece por nuestra falta de humildad. Todos nos vemos tentados a creer que, como no tenemos respuestas a las preguntas difíciles de la fe, entonces no hay respuestas a esas preguntas. Debemos aprender a relajarnos con las dudas. La duda es como un niño que busca atención. Mientras más atención le prestes, más atención demandará. Al preocuparte por tus dudas, quedarás atrapado en un círculo vicioso de incertidumbre. Por lo tanto, ¿cómo puede la duda convertirse en incredulidad? La incredulidad es la decisión de vivir tu vida como si Dios no existiera. Es una decisión deliberada de rechazar a Jesucristo y todo lo que Él representa. Pero la duda es algo totalmente diferente. Aparece dentro del contexto de la fe. Es un anhelo melancólico de estar seguros de las cosas en las que creemos. Pero no es —ni está obligada a ser— un problema. El simple hecho de que no pueda probar mi fe en Dios no implica que dicha fe sea incorrecta. Sin embargo, la incredulidad puede llegar sigilosamente en esos momentos de duda. ¿De qué manera? Piensa en tu fe como una cuerda de salvamento proveniente de Dios. Piensa en ella como un cordón umbilical que te une a Dios y provee un canal a través del cual su gracia vivificadora te alcanza. Corta esa conexión y la fe se marchitará tal como una rama arrancada de la vid se seca y muere (Juan 15:1-6). ¿Has leído Cartas del Diablo a su Sobrino, de C.S. Lewis? Si no, te espera una verdadera maravilla. Pero si lo has leído, sabrás cómo Lewis señala que Satanás usa una artimaña tras otra para intentar que los cristianos rompan su unión con Dios. La duda es una de esas artimañas. Piensa bien en lo que pasaría si Satanás pudiese arreglárselas para lograr que te obsesiones con tus dudas. A medida que te preocupas de ellas, empezarías a volverte introvertido. Te enfocarías en tu interior; en ti mismo y en tu estado de ánimo. Y dejarías de mirar hacia fuera, lejos de ti y hacia las promesas divinas confirmadas y selladas a través de la muerte y la resurrección de Cristo. Mientras más te preocupes de tus dudas, menos mirarás a Dios. Gradualmente, esas uniones vitales con la gracia vivificadora de Dios se marchitarán —y tu vida espiritual se marchitará y se secará—. La duda se convertirá en incredulidad —porque tú se lo habrás permitido—. Alimenta tus dudas y tu fe se morirá de hambre, pero alimenta tu fe y las que se morirán de hambre serán tus dudas. La duda se convertirá en un problema —y, finalmente, en incredulidad— solo si tú se lo permites. De este modo, la incredulidad llega a través de varias rutas posibles. Primero, a través de una actitud poco realista hacia la fe. Si crees que puedes —o necesitas— saber todo con una certeza absoluta, tu fe estará en dificultades muy pronto. ¡Pero la fe no es así! La fe se trata de estar dispuesto a vivir confiando en la existencia y en las promesas de Dios, sabiendo que un día esa existencia y esas promesas serán totalmente reivindicadas. Pero por el momento, andamos por fe y no por vista. Segundo, la incredulidad puede llegar a través de una preocupación excesiva por la duda. Llegas a estar tan obsesionado con tus disposiciones mentales y emocionales que, al final, Dios queda fuera de tu vida. ¡Dale un respiro! ¡Mira hacia fuera, no hacia dentro! Contempla las promesas de Dios; saboréalas; acéptalas. No sigas permitiendo que las dudas dominen tu vida. La duda, correctamente percibida, es solo el lado más oscuro de la fe; redescubre el «lado más soleado de la duda» (Tennyson) —el gozo de la fe en sí misma—. Y tercero, la incredulidad puede llegar a través de una fe inmadura —una fe que se niega a crecer—. Una fe débil es vulnerable. El proceso de maduración de un cristiano implica profundizar nuestra comprensión de lo que creemos. A medida que crecemos en edad, debemos profundizar la comprensión de nuestra fe. Las cosas que nos molestaban siendo jóvenes en la fe ya no nos molestan tanto. De hecho, si me permiten hablar desde la experiencia personal, ahora me doy cuenta de que la mayoría de mis propias dudas iniciales simplemente reflejaban mi incomprensión de la fe. A medida que crecí en edad, llegué a ser más sabio —a través de la lectura, la reflexión, y escuchando o leyendo autores cristianos sabios—. Refuerza la fe con entendimiento casi tal como reforzarías el concreto con acero. Juntos, pueden soportar mucha más carga de la que podrían resistir por separado. ¿Cuándo la duda se convierte en incredulidad? Respuesta: cuando tú lo permites. Cuando te aferras a ideas poco realistas sobre la fe, cuando te obsesionas desesperadamente con esas dudas que son parte natural de la vida del cristiano o cuando no permites que tu fe crezca. Todas estas trampas pueden evitarse. No te avergüences de tus dudas. Hablar de ellas con cristianos mayores y más maduros puede ser una válvula de seguridad vital para detener la acumulación de esa energía que impulsa la duda —energía que podría, finalmente, convertir una duda normal en una incredulidad desesperada—.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.