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RESEÑA: LA PREDICACIÓN
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RESEÑA: LA PREDICACIÓN

El reflexivo y sugerente libro de Timothy Keller, La predicación: compartir la fe en tiempos de escepticismo trata el deber más fundamental del pastor-maestro. Lo recomiendo con gusto a cualquiera que tenga que predicar o enseñar regularmente.

Resumen del libro

El libro comienza con una breve introducción sobre los tipos de ministerio de la Palabra (Keller afirma que se centrará principalmente en la enseñanza y en la predicación) y un prólogo. Luego se divide en tres partes que se centran en 1) predicar la Palabra de manera Cristocéntrica, 2) predicarles a las personas y 3) predicar en el Espíritu. En la Primera parte: Servir la Palabra, Keller nos entrega tres capítulos centrados en la predicación de la Palabra. Es esperado, convencional y está bien abordado. En el capítulo 1 (23-40), él discute la predicación expositiva. Argumenta que es la práctica normal de la iglesia y luego entrega un par de advertencias sobre los peligros de una comprensión rígida de ella. En el capítulo 2 (41-61), Keller argumenta a favor de la predicación del Evangelio en cada sermón. Del mismo modo, un poco redundante (aunque si existe un punto en el que hay que ser redundantes, es este), en el capítulo 3 (63-81), Keller sostiene que se debe predicar a Cristo desde cada parte de la Escritura. Dada la reciente tendencia de teología bíblica, la mayoría de los argumentos en estos tres capítulos les serán familiares a los pastores, a quienes asisten a conferencias y entendidos en libros sobre predicación. Sin embargo, debido a que la relación entre el predicador y el texto es tan fundamental, estos capítulos son bienvenidos y necesarios. En la Segunda parte: Alcanzar a las personas, Keller presenta tres capítulos sustanciales sobre la contextualización y el compromiso cultural con el propósito de predicarle bien a las personas. Este es el elemento Keller, el de su reputación y de su contribución única a la literatura de la predicación. Si vas a comprar el libro, esta sección (que está plasmada en el subtítulo y comprende aproximadamente la mitad del libro) es probablemente la razón por la que debes comprarlo. El capítulo 4 (85-110) esboza un enfoque increíblemente útil para pensar sobre cómo predicar a personas escépticas, desconocidas e incrédulas, dentro del enfoque vemos: cómo adaptarse con el fin de confrontar, utilizar comunicación contextual, usar vocabulario accesible o bien explicado, aprovechar las autoridades respetadas como un apoyo, demostrar una comprensión de las dudas y de las objeciones, proclamar con el fin de desafiar las narrativas culturales y hacer ofrecimientos en el Evangelio que empujen los puntos de presión de la cultura. El capítulo 5 (111-144) descomprime el abordaje que Keller hace de cinco «narrativas culturales base». Es una encuestra fascinante que nos da una perspectiva sobre cómo Keller piensa respecto a la cultura. De la misma manera que el capítulo anterior, este será de gran valor para los predicadores que piensan detenidamente sobre estas narrativas culturales, en especial cuando desarrollan la aplicación al preparar el sermón. El capítulo 6 (145-173) consiste en consejos muy prácticos sobre cómo ser más efectivos homiléticamente, dentro de esos consejos hay recomendaciones sobre cómo predicar afectuosa, imaginativa, extraordinaria, memorable, Cristocéntrica y prácticamente. En la Tercera parte: Con demostración del poder del Espíritu está comprimido en un solo capítulo. Donde el capítulo anterior abordó la predicación al corazón de nuestra congregación, el capítulo 7 (177-194) aborda la predicación desde el corazón. Keller apunta a la inevitable conexión entre la integridad de los predicadores y la eficacia del sermón, y alienta la predicación en el poder del Espíritu. El capítulo 7 está seguido por un apéndice sobre el proceso que él sugiere para escribir un sermón expositivo y por sus exhaustivas notas finales.

Cómo interactuar con el libro

Existe tanto fundamento en este libro (¡algo bueno!) que sería fácil debatir con Keller en varias páginas. Para esta reseña, me gustaría enfocarme en cuatro puntos de interacción. En primer lugar, le recomiendo encarecidamente este libro a los predicadores, especialmente la riqueza de observaciones de la Segunda parte sobre la contextualización. Es un tanto extraño que este libro mayormente pase por encima la discusión de exégesis en la preparación del sermón. ¿Quizás se deba a que Keller ha publicado o enseñado sobre esto en otro lugar? ¿O, tal vez, Keller no tiene la intención de que este sea un libro sobre cómo predicar desde el principio hasta el fin? Sea como sea, su valor real se encuentra en el consejo que da sobre pensar más simplemente y trabajar más duro en enganchar con las personas. Y su crítica sobre cómo desengancharse de algunas predicaciones modernas puede ser es meritoria. Si eres una persona que tiene la carga de la responsabilidad de predicar o enseñar la Palabra de Dios al pueblo de Dios, solo esta segunda sección hace que el libro valga la pena leerlo. Por supuesto, mientras la perspectiva de Keller sobre la cultura es fascinantemente perspicaz, él aborda principalmente a la cultura occidental en contextos urbanos. No es claro para mí si es que su consejo es aplicable en contextos rurales u orientales o cómo se podrá aplicar en esos contextos (puesto que podrían tener una narrativa cultural base algo diferente o, al menos, las conciben de otra manera). El libro podría no tratar todo, por lo que esperamos que alguien más tome su enfoque en esos contextos. En segundo lugar, en este libro, Keller aprovecha consistentemente las fuentes históricas, intelectuales y culturales para apoyar sus argumentos (él incluso comenta esto en las páginas 106-110 del libro). Al hacer eso, sin embargo, siempre existe un riesgo de exagerar los problemas o tergiversar las fuentes. Y cuando eso sucede, sus argumentos pueden ser socavados por una falta de complejidad y matiz[1]. Por ejemplo, en su discusión sobre las narrativas culturales en el capítulo 5, él repetidamente se refiere a lo que «los antiguos griegos pensaban» con el fin de distinguir entre el el paganismo antiguo y el cristianismo bíblico[2]. Y para apoyar sus conclusiones, frecuentemente cita a Charles Taylor. El problema es que Taylor no parece estar intentando representar lo que los antiguos griegos pensaban (aunque todos pensaban lo mismo), pero al contrario está haciendo una comparación particular entre el Platonismo y el cristianismo patrístico. Taylor incluso agrega una importante advertencia en uno de los puntos particulares: «Otras filosofías no seguían a Platón en este aspecto…»[3]. Existen dos consecuencias negativas al citar fuentes académicas respetadas en formas excesivamente generalizadas. Por un lado, la mayoría de los lectores se irán con una visión torcida del asunto real —porque, en este caso, las diversas posiciones sostenidas por diferentes filósofos griegos de la antigüedad pueden agruparse y presentarse como un pensamiento uniforme—. Por otro lado, aquellos que conocen el asunto podrían tornarse más escépticos debido a la sobre simplificación (estos son, en este caso, los clasicistas, los historiadores antiguos y sus estudiantes, ya que probablemente reconocerían la diversidad de las posturas filosóficas de los antiguos griegos)[4]. Más importante aún, sin embargo, este problema de exagerar o abusar tiene incluso implicaciones mayores para la siguiente generación que acepta la tarea de la predicación. Como predicador, es muy fácil elegir el mejor apoyo histórico o intelectual que justifica o potencia retóricamente nuestros puntos homiléticos. Y esto puede finalmente socavarnos como predicadores. Si nuestros argumentos en los sermones siempre transmiten una necesidad de tener fuentes históricas e intelectuales, entonces aquellos en tu congregación que son más expertos que nosotros en historia, literatura, sociología, filosofía, ciencia o en cualquier área en la que estemos chapoteando tendrán razones para no confiar en nuestra predicación cuando exponemos nuestra falta de experiencia. Y para aquellos que toman este enfoque a un extremo, también podrían señalar algo más profundo. Esto es, si nuestros argumentos en los sermones siempre transmiten una necesidad por tener fuentes históricas e intelectuales, es mejor que estemos seguros de que esto tampoco indique una transferencia de confianza en la suficiencia de la Escritura. En tercer lugar, Keller está en lo correcto cuando destaca los peligros del entendimiento irreflexivo y rígido de la predicación expositiva que hace a lo largo del libro (en especial en el capítulo 1). Dicho eso, los predicadores deben tomar el consejo de Keller por lo que es: su perspectiva (y no como una receta). Como comentarios para la preparación del sermón, Keller es un buen compañero de conversación aquí. Por ejemplo, Keller convincentemente aconseja tomar grandes secciones de la Escritura o avanzar más rápido en la Escritura con la intención de que personas estén expuestas a una mayor variedad. No obstante, ¿es siempre la variedad necesariamente virtuosa? Los argumentos sobre predicar el consejo completo son importantes, pero también son más o menos para no dejar partes fuera (como hacen algunos leccionarios) o no evitar secciones controversiales. Como pastor, conocerás tu contexto mejor que cualquier otra persona. Podría ser que el sermón del domingo en la mañana no sea el único encuentro que tu congregación tendrá con la Palabra de Dios cada semana. Dentro de grupos pequeños, de lectura bíblica uno a uno, de devocionales personas o familiares e incluso un segundo servicio dominical por la tarde (supe que los bautistas hacen este tipo de cosas), ¿quizás tu gente (incluso no cristianos) encuentren la variedad del consejo completo en otras maneras? Tal vez los beneficios de demostrar y recomendar realmente una lectura cercana, cuidadosa y metódica y de pedirle a la congregación que luche no solo con un texto o una historia cultural, sino que con la agenda de un libro completo de la Biblia mientras se va desglosando lentamente, ¿podría compensar la necesidad por variedad? Como resultado, en realidad podríamos ayudar a nuestra congregación a convertirse en mejores lectores de la Palabra de Dios y a que estén personalmente más comprometidos con ella. Finalmente, me uno a Christopher Ash en su reseña sobre el desafío de Keller respecto a la idea de que el punto principal del texto debe ser el punto central del sermón porque los textos aislados de la Escritura no tienen un solo punto demostrable (37-38). Aunque Keller está en lo correcto en que los peligros de una visión extrema de un texto es igual a un tema de sermón y solo un tema de sermón (lo que él llama «legalismo expositivo» en la página 227), él también anticipa amablemente el peligro de asumir que la Biblia no tenga ningún sentido de autoridad, sino que solo un sentido construido por el lector. Hay una importante conversación que se debe tener sobre cómo seleccionamos los textos a predicar (según unidades lógicas, incluso los arcos conspirativos en la narración). No obstante, una necesidad no necesariamente prescinde de la idea de un solo tema coherente de cada texto bíblico si uno entiende cómo se divide el texto. E incluso en pasajes donde no es fácil hacerlo, creo que vale la pena el esfuerzo de intentar encontrar el punto dominante del autor[5]. Sin duda ayudará a sermones más fuertes y más claros.

Conclusión

A pesar de estos puntos de interacción, recomiendo encarecidamente este volumen por sus claras y convincentes exhortaciones a ser más instruido culturalmente en nuestros ministerios de la predicación y de la enseñanza. Keller entrega una guía práctica desde el principio que, si se sigue, nos ayudará a progresar en la predicación del Evangelio cristiano a los corazones de una generación cansada, confundida e incluso escéptica.

La predicación: compartir la fe en tiempos de escepticismo. Timothy Keller. B&H Español, 288 páginas.

Esta reseña fue publicada originalmente en 9Marks.

[1] Expuse mi ejemplo primordial en el texto, pero otro ejemplo se encuentra en el comentario de Keller sobre  didaskalia en la introducción. Nuevamente, el uso bíblico de la palabra es un tanto más complicado que la forma en la que Keller la aborda. Él plantea que es la «palabra normal para» enseñar en el Nuevo Testamento y que «todos los cristianos deben ser capaces de entregarla». La frase «palabra normal para» disimula la complejidad que podría apuntar al lector en una dirección muy diferente a la conclusión que Keller hace. La palabra griega  didaskalia es mayormente traducida en el Nuevo Testamento como doctrina y en 15 de los 21 usos que se le da en las epístolas pastorales. Es generalmente descrita como la actividad de los ancianos de la iglesia (por ejemplo, 1Ti 5:17, Ti 1:9) y los únicos momentos en los que aparece como una orden a una persona, es una orden para Timoteo (el hombre ordenado de Dios, 1Ti 4.11-16). Aunque estoy de acuerdo con que todo cristiano debe adherirse y, en cierta manera, ser capaz de pronunciar sana doctrina en general (1P 3:5), parece que existe un convincente caso en el Nuevo Testamento para entregar enseñanza (doctrinal) en el sentido de la responsabilidad de, o incluso restringido a aquellos en, el ministerio ordenado de la Palabra. [2] Keller hace muchas generalizaciones, dentro de ellas referencias a los «el punto de vista del mundo material de los filósofos griegos», lo que «creían los griegos», lo que «vieron los filósofos griegos», lo que «vieron los antiguos», lo que «los antiguos creían», lo que «creían las culturas antiguas» y lo que consideraban «los pensadores la antigüedad clásica»(119-123). Es llamativo, sin embargo, que en realidad él nunca hace referencia o cita a escritores griegos antiguos específicos. [3] Charles Taylor, La era secular (Barcelona, Editorial Gedisa, S.A., 2014). Nuevamente, sea como sea que se generalicen algunas de las frases de Taylor, es claro que él está principalmente preocupado de las formas de Platonismo y de Neoplatonismo (específicamente en los escritos de Plotino, ratificadas por Aristóteles, y a veces contrastadas con las del Estoicismo) de las que FIlón se apropió para reformular el judaísmo y también Clemente, Orígenes y Agustín para reformular el cristianismo. Sus referencias a Plotino y a las ideas de los platonistas se mantienen a lo largo del capítulo. [4] Dentro de los clasicistas y los historiadores, existe cierto debate sobre los puntos estipulados por Taylor y Keller: la importancia del cuerpo, de la persona, de las decisiones de la persona, de las emociones de la persona y de la linealidad de la historia en el filosofía griega antigua. Respecto al individualismo, por ejemplo, cabe notar que uno de los oráculos délficos citados con más frecuencia en la antigua literatura griega es «Conócete a ti mismo». Platón se refiere a este oráculo al menos seis veces y parece tomarlo, en una ocasión, como una razón para distinguirse a sí mismo de la masa. Véase Platón, Fedón. Para más debate sobre el valor del individualismo entre la aristocracia, véase Christian Meier, A Culture of Freedom: Ancient Greece and the Origins of Europe [Una cultura de libertad: la antigua Grecia y los orígenes de Europa] (Oxford: Oxford University Press, 2009), 127-149. Respecto a las emociones, para dar otro ejemplo, David Konstan entrega una comprensión mucho más compleja de las emociones en la antigua Grecia, que incluye la idea de que las emociones deben ser exploradas y no solo superadas. Véase David Konstan, The Emotions of the Ancient Greeks: Studies in Aristotle and Classical Literature [Las emociones de los antiguos griegos: estudios sobre Aristóteles y la literatura clásica] (Toronto: University of Toronto Press, 2006).
[5] Interesantemente, Keller parece reconocer que encontrar el tema dominante singular (o «una clara idea central» en la página 37), mediante algo como la exégesis, es la forma de predicar expositivamente la mayoría del tiempo. Esto se deja en claro cuando comparte un breve manual sobre cómo escribir un sermón expositivo (195-196). Del mismo modo, sus comentarios en la página 37 («a menudo, el autor bíblico sí tiene un tema principal») y sus largas notas a pie de página 15 a la 17 (225-228) del capítulo 1 también ratifican abundantemente este enfoque. Sin duda, debemos usar todas las herramientas exegéticas del análisis literario y retórico y respetar los matices del género literario. No obstante, mi desacuerdo en esto (que parece estar casi siempre en contra la mayoría del tiempo) se trata realmente sobre la importancia y el tamaño del rol de la exégesis en la preparación del sermón. Un compromiso robusto con la exégesis generalmente animará al predicador a encontrar la idea central del autor. Lo que Keller sugiere es una alternativa (por ejemplo, en la página 38: «Múltiples inferencias válidas se pueden sacar de tales narrativas de las cuales un predicador sabio puede seleccionar una o dos que se adecúen a las capacidades y necesidades de los oyentes») reduce la importancia de la exégesis y pone la agenda del sermón en manos del oyente en lugar de en las manos del autor bíblico.