volver
Photo of Cinco características de una amistad que da vida
Cinco características de una amistad que da vida
Photo of Cinco características de una amistad que da vida

Cinco características de una amistad que da vida

Lo llamamos rendición de cuentas. Desde el 2001, tuve el privilegio de juntarme cada viernes por la tarde con dos mujeres para animarnos mutuamente y orar juntas. Hicimos esto por muchos años y, hasta hoy, seguimos siendo buenas amigas. Las razones por las que comenzamos a juntarnos eran simples: éramos jóvenes cristianas que queríamos animarnos en nuestro caminar con Dios. Queríamos construir una amistad más profunda y más significativa con un par de mujeres. Éramos mujeres y nos encantaba tener cualquier excusa para pasar tiempo y comer juntas. Era una amistad real. El propósito de nuestras reuniones eran simples, pero los beneficios eran infinitos y transformadores para la vida.

Para nuestra protección

Sabemos que todos hemos pecado y no alcanzamos la gloria de Dios. Cuando recién me convertí al cristianismo, confesé libremente mi pecado porque estaba sumamente consciente de la gracia y del perdón de Dios. Conocía las profundidades de mi corazón y lo que significó que se me perdonara tanto. Pero luego vino el conocimiento, que junto con los avances en piedad, puede llevar al orgullo (1Co 8:1). Mientras crecía en mi entendimiento de la Palabra de Dios, comencé a creer sutilmente que debería «saber más» en vez de pecar (como si la tentación a enojarme o a envidiar estuviera más allá de mí). La rendición de cuentas era un buen recordatorio de que estaba bien necesitar la gracia de Dios. Me recordó que soy una pecadora y que, gracias a Jesús, Dios es fiel para perdonar (1Jn 1:8-10). La rendición de cuentas constante ha sido un medio de protección de Dios en mi vida. Hasta este día, aunque estoy mucho más avanzada en mi camino de lo que estaba hace una década, no creo que sea incapaz de pecar gravemente (1Co 10:12). Soy una nueva creación, y tengo el poder del Espíritu, pero no es una sorpresa que cuando quiero hacer el bien, el mal está más a la mano (Ro 7:21). Entender que todos jugamos en el mismo equipo (todos hemos pecado) significa que libremente podemos compartir con estas amigas confiables y cercanas. La rendición de cuentas nos permite confesar patrones de tentación y al hacer eso somos disuadidas de la transgresión real. Es bastante liberador tener buenas amigas con quienes compartir profundamente.

Cinco características

El punto que se encuentra tras la rendición de cuentas no es solo compartir sobre el pecado y escuchar las duras palabras de reprensión. Aunque las heridas que una amiga puede hacer son señal de su fidelidad, la rendición de cuentas también puede ser un tiempo de levantarnos mutuamente y de animarnos unas a otras en la bondad y en la gracia de Dios que encontramos en la cruz de Cristo. Mis amigas y yo nos recordamos las unas a las otras quiénes somos en Cristo: completamente aceptadas, hijas del Altísimo y perdonadas. Nos recordamos unas a otras que conocemos a Jesús, que él es nuestro y nosotras le pertenecemos a él y que podemos acercarnos a él y a su tono de gracia. En mi experiencia, hay cinco características que hacen particularmente vivificante la rendición de cuentas:
  1. Expresamos un amor genuino las unas por las otras porque Dios ha transformado nuestra amistad en hermandad. Fuimos fieles las unas a las otras (Jn 15.17; Ro 12.10).
  2. Cada semana teníamos la opción de extender gracia o juicio. Pudimos mostrar el amor y la gracia que Dios ya nos extendió por medio del juicio que Jesús recibió en la cruz (Ro 14:13).
  3. Cada una de nosotras tuvo la oportunidad de ser honesta, lo que no podríamos haber logrado si no hubiésemos establecido el hábito (Ef 4:25).
  4. Hubo momentos donde tuvimos que perdonar. A veces, la amistad honesta nos lleva a herirnos mutuamente. Además, cuando una persona estuvo atravesando un tiempo de lucha con la misma tentación, pudimos aprender a enfrentar esa lucha con nuestra amiga (Ro 12:16; Col 3:13).
  5. Llevábamos las cargas las unas de las otras en oración (Ga 6:2).
Más de Jesús
Finalmente, la rendición de cuentas puede ser un medio por el cual Dios nos atrae a sí mismo, a través de la amistad y de la comunión con otros. La autosuficiencia dice que no necesitamos a nadie más, pero la humildad grita pidiendo ayuda de aquellos que Dios ha puesto en nuestras vidas. Este hábito de compartir y orar con otros inevitablemente nos enseña cómo llevar nuestras preocupaciones al único que puede cargar completamente su peso y que nos ama con un amor que no falla (1P 5:7). Misericordiosamente, Dios nos recuerda que aparte de él no podemos hacer nada. Y un gran medio de ese recordatorio son los hermanos y hermanas que él pone en nuestras vidas.
Este recurso fue publicado originalmente en Trillia Newbell. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Envejecimiento, dolor y nuestra gloriosa esperanza
Envejecimiento, dolor y nuestra gloriosa esperanza
Photo of Envejecimiento, dolor y nuestra gloriosa esperanza

Envejecimiento, dolor y nuestra gloriosa esperanza

En unos días, estaré un año más vieja. Un año más cerca de los grandes 40. Para algunos, aún soy bastante joven, mientras que para otros, soy una anciana. Sin embargo, para mí, solo estoy adolorida. Tengo problemas al estómago que me provocan tos. Sufro de fascitis plantar, por lo que debo usar zapatos especiales. Mis fibras musculares de contracción rápida que una vez me impulsaron a correr a velocidades de una estrella de atletismo de secundaria, ahora solo me permiten un lento trote. Tengo un extraño bulto en mi espalda que con el tiempo supe que era un lipoma —maravilloso—. Ahora uso anteojos, mi visión es bastante buena excepto cuando intento leer o manejar de noche. No obstante, a medida que mi cuerpo lentamente se desmorona, no estoy desanimada en ningún aspecto porque he pasado los años recordándome que esto vendría. Por ocho años, fui una profesional del acondicionamiento físico antes de dedicarme al ministerio tiempo completo. Recuerdo que cada nuevo año marca el comienzo de las resoluciones, y el estado físico, históricamente, se ha ubicado en la cima de los objetivos de las resoluciones para la mayoría de las personas. Y así cada enero los gimnasios son inundados con nuevos miembros y nuevos participantes en el grupo de acondicionamiento físico (donde me habrías encontrado a mí haciendo clases). Asumo que parte de la razón para esto es que estas personas pasaron los dos meses previos comiendo enormes cantidades de comida celebrando Navidad y Año Nuevo. La otra razón es que cada año parece ser un tiempo para volver a comenzar.

Algún provecho

No estoy en contra de las resoluciones o de las metas para comenzar un nuevo año. Cuidar nuestros cuerpos puede ser una forma de honrar a Dios. Dios no nos creó para maltratar nuestros cuerpos, sino que para usarlos sabiamente para su gloria y sus propósitos. La piedad es de un valor supremo, pero también sabemos que el entrenamiento físico tiene algún provecho para el Señor. Pablo nos ayuda a ver esto cuando escribe, «pues aunque el ejercicio físico trae algún provecho, la piedad es útil para todo, ya que incluye una promesa no solo para la vida presente, sino también para la venidera» (1Ti 4:8). Por lo tanto, podemos asumir que está bien buscar hacer ejercicio como una meta para una vida saludable y más importante aún para una vida piadosa. El ejercicio entrega fuerza para servir y puede ser restauradora y rejuvenecedora. No obstante, el hecho de que haya una necesidad por hacer ejercicio es otro recordatorio de que vivimos en un mundo caído con cuerpos caídos. En alguna manera, cada nuevo cumpleaños para mí es como un año nuevo, y si el comienzo de un nuevo año sirve como recordatorio de que necesitamos hacer ejercicio y de que nuestros cuerpos se están desmoronando, es incluso un recordatorio más fuerte de que necesitamos a Dios.

La caída

La caída del ser humano trajo un daño significativo al mundo entero. No solo introdujo el pecado al mundo, maldiciendo incluso nuestras buenas obras, sino que también trajo enfermedad y muerte. Desde el momento en que nacemos, nuestros cuerpos comienzan el proceso de deterioro. Nos desarrollamos, crecemos y nos deterioramos. Veo esto en mí misma, al saber que no puedo saltar tan alto ni correr tan rápido como una vez lo hice. Y me doy cuenta de que me duelen lugares que nunca antes me dolieron. Dios le informó a Adán que como parte del castigo por su pecado, la humanidad «volverá al polvo» (Gn 3:19). Al mismo polvo del cual Adán fue creado, una vez puro e incorrupto, allí volvería como polvo. Hacemos todo lo que podemos para prevenir que nuestros cuerpos desfallezcan, cambien y se cansen. Intentamos cada medicamento experimental y varias formas de ejercicio para prolongar y evitar lo inevitable. Sin embargo, el botox, la cirugía plástica y una vida de maratones no pueden evitar el inevitable destino. Como Adán, somos polvo y volveremos al polvo (Gn 3:19). No existe ejercicio ni tratamiento que pueda detenerlo. Y cada cumpleaños me lo recuerda.

Cuerpos resucitados y la belleza de Cristo

Mientras no hay nada para nosotros en esta tierra que podamos desear por toda la eternidad, en la bondad de Dios, él no nos deja solos en nuestra desintegración. Sabemos que en el tiempo él hará todas las cosas nuevas y lo que una vez fue forjado con enfermedad y dolor, algún día, resucitará a la gloria con Cristo. Pablo conecta la caída y nuestra resurrección cuando escribe, «Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo en su venida» (1Co 15:22-23). Si esas no eran suficientes buenas noticias, Pablo nos recuerda que no solo estaremos con Cristo, sino que también estaremos con él y seremos como él, «Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de nuestro estado de humillación en conformidad al cuerpo de su gloria, por el ejercicio del poder que tiene aun para sujetar todas las cosas a él mismo» (Fil 3:20-21). ¡Sí! Dios hará todas las cosas nuevas. Él transformará nuestros cuerpos, los que estamos estirando, reduciendo mediante cirugía plástica, privando de comida y reventando para intentar hacerlo más hermoso (sí, él hará nuestros cuerpos hermosos, puros y gloriosos cuando regrese). Nuestros cuerpos nunca más se atrofiarán ni morirán de nuevo. Y más importante aún, no tendremos pecado.

Incapaces de hacer cualquier cosa, menos adorar

Mientras otro año de mi vida comienza, otra era empieza para mí; mi cuerpo caído e imperfecto es otra manera en la que puedo mirar a Cristo. Por su gracia, podemos sacar los ojos de nosotros mismos y fijarlos como es debido en Jesús. Mirar a Jesús nos ayuda a soportar otro año. Nuestros cuerpos están hechos para adorar y si el Señor nos hace vivir lo suficiente, podríamos quedarnos con cuerpos que son físicamente incapaces de hacer cualquier cosa, menos de adorar. Cada dolor y cada músculo atrofiado que una vez fue fuerte, es otro recordatorio de que tenemos un Salvador que es perfecto en belleza y no está marcado por el pecado, y que viene a buscarnos para devolvernos a nuestro estado previo a la caída y a resucitarnos a una condición más gloriosa de la que podemos imaginar. No hay duda de que este año me concentraré en el acondicionamiento físico, está en mi ADN y me encanta, pero no es el acondicionamiento físico lo que me va a sostener, es Jesús y la Palabra de Dios. El ejercicio físico trae algún provecho, pero si deseo vivir este año a fondo, entonces concentraré gran parte de mis energías en aquello y en QUIEN me sostendrá por la eternidad.
Este recurso fue publicado originalmente en Trillia Newbell.
Photo of El aborto espontáneo: ¡no estás sola!
El aborto espontáneo: ¡no estás sola!
Photo of El aborto espontáneo: ¡no estás sola!

El aborto espontáneo: ¡no estás sola!

Hace poco, hablé con una mujer que, con los ojos llenos de lágrimas, me compartió sobre el reciente aborto espontáneo que había sufrido. Me expresó también cuán impresionada estaba al haber descubierto que era algo tan común (muchas mujeres han sufrido abortos espontáneos, pero pocas hablan sobre ello). Su historia me recordó mi propia experiencia con el aborto espontáneo y la batalla con el miedo y con la fe que vino a continuación.

La mayoría de los abortos espontáneos presentan pocos síntomas; a veces, no hay ninguno, pero mi primera pérdida fue una historia diferente. Al principio del embarazo, algo no andaba bien, fácilmente me quedaba sin aliento y me mareaba. Un par de días después de haber llamado preocupada a mi enfermera, comenzó el sangrado. Estaba en casa, sola, y con un dolor insoportable. Cuando nos enteramos de que estábamos embarazados, asumimos que después de nueve meses llegaría un bebé. Nunca se nos cruzó por la mente que podríamos perderlo. Muchísimas de mis amigas estaban teniendo bebés y todo parecía tan fácil, por lo que ese aborto espontáneo fue una pérdida solitaria. Personas bien intencionadas me dijeron todo tipo de cosas para intentar animarme: «volverás a embarazarte»; «podrás sostener a tu bebé en el cielo»; «al menos sucedió al principio del embarazo». Hubo personas que incluso me preguntaron sobre el bebé meses después de la pérdida. Sentí como si me recordaran eternamente mi pérdida. Y luego, ocurre de nuevo. Un par de meses después, pensando que las posibilidades de una segunda pérdida eran escasas, comenzamos a intentarlo nuevamente. Estábamos contentos cuando supimos que había quedado embarazada otra vez, vimos a este bebé como una respuesta a nuestras oraciones. El embarazo parecía ir bien. Luego tuvimos una ecografía de rutina: no habían latidos. Después de mi segunda pérdida, me dieron los antibióticos habituales que debía tomar debido al aborto espontáneo que había sufrido. Mi cuerpo no respondió bien a los medicamentos, lo que me provocó una enfermedad estomacal crónica. El miedo y la confusión tomaron el control de mi mente y de mi corazón. ¿Cómo un Dios soberano y bueno podría tener sentido para mí en medio de esto? ¿Por qué mi amiga que no quería tener hijos los tuvo tan fácilmente y yo no? ¿Cómo podría sobreponerme a la amargura y al vacío que sentía? Le pedí a mi esposo si podíamos tomar un descanso de cualquier intento de quedar embarazada para que mi corazón, mi mente y mi cuerpo pudieran sanar. Durante ese tiempo leí Depresión espiritual del Dr. Martyn Lloyd Jones; volví a leer Gracia venidera de John Piper. Busqué en mi Biblia respuestas y paz, y el Señor me reveló en ese tiempo que mi miedo y mi abatimiento no era anormal. Jesús también sintió lo mismo en las dolorosas horas que lo condujeron a la cruz. Fue rechazado y abandonado por sus amigos. En el jardín, le rogó al Señor que quitara la copa que debía beber y luego procedió hacia el terrible y solitario camino a la cruz. Y cómo olvidar el clamor de nuestro Salvador mientras moría en la cruz: «“Eli, Eli, ¿lema sabactani?” Esto es: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”» (Mt 27:46). Dios me consoló en ese momento al recordarme que no estaba sola en mi dolor. Él no me iba a dejar sola. Él comenzó a revelarme que él me entendía y me amaba profundamente. No tenía dónde más ir si no a él y él respondió mi clamor en el desierto. Darme cuenta de que estaba bien estar en un desierto fue un consuelo para mí. Jesús no fue a la cruz alegre ni aplaudiendo. Él estaba afligido: por este mundo y por el dolor y la separación de su Padre que sabía que debía soportar. Estaba bien llorar. Por medio de mis lágrimas tuve gran esperanza porque sabía que no le estaba orando a un Salvador muerto. Él resucitó y ciertamente estaba intercediendo en mi lugar. Mi esposo y yo, al final, volvimos a intentar tener un bebé, pero fue aterrador descubrir que estaba embarazada nuevamente. Cada sensación extraña en mi abdomen desencadenaba una serie de escenarios imaginarios, que terminaban en el hospital y luego regresando a casa sin un hijo. Sin embargo, esta vez me ayudó lo que aprendí en mi tiempo de búsqueda del Señor. Las pérdidas son desgarradoras y dolorosas para las madres, especialmente para aquellas que entienden que la vida comienza en la concepción. En medio de mi temor, temblorosa ante lo desconocido, Dios tiernamente me recordó sus palabras en Isaías 41:10: «no temas, porque yo estoy contigo; no te desalientes, porque yo soy tu Dios. Te fortaleceré, ciertamente te ayudaré, sí, te sostendré con la diestra de mi justicia». Ese recordatorio fue un gran consuelo para mí. Dios fue (y es) mi Dios: mi Dios personal, íntimo y paternal. Él estaba conmigo. No estaba sola en mi temor y, porque él estaba conmigo, no necesitaba estar abatida. Él me fortalecería, me ayudaría y me sostendría. Puedo descansar en esa promesa. Esperamos un poquito más esta vez para darles la noticia a nuestros amigos. No obstante, al final, les contamos porque queríamos que todos los que nos conocían oraran por nosotros. Sabíamos que no podríamos manejar solos el dolor y el sufrimiento de otra pérdida. Y supe que no tendría que hacerlo. Comencé a escuchar de otras mujeres que habían sufrido abortos espontáneos, pero que  nunca habían hablado el tema. Ellas me consolaron con el consuelo que recibieron del Señor. A pesar del consuelo que recibí de Dios y de otros, seguí con miedo durante ese tercer embarazo hasta el que sostuve a mi niñito en el 2006: nuestro primogénito. Y en ese momento comencé a confiar en la sabiduría de Dios un poco más. ¿Acaso me gustaría volver a sufrir la pérdida de dos bebés? No. ¿Cambiaría a este dulce niño que sostuvimos en nuestros brazos? Jamás. En su sabiduría y gracia misteriosas, Dios nos dio el regalo de nuestro hijo y estábamos llenos de alegría. Mi esposo y yo sabíamos que queríamos tener más de un hijo, así que después de un año comenzamos a intentar nuevamente. Finalmente, volví a quedar embarazada, pero seis semanas después otra vez perdí al bebé. Nos dijeron que había un defecto cromosómico. Lo volvimos a intentar y volví a perder al bebé: cuatro abortos espontáneos en seis años. Mi respuesta durante esos días fue bastante diferente a mi respuesta a las dos primeras pérdidas. Sabía que no tenía el control (no podía hacer que mi bebé naciera) y me rendí a esa realidad, confiándole a Dios lo que estaba pasando. Pasé los últimos años preparándome para otra prueba y la promesa de Dios permaneció verdadera:
Por nada estén afanosos; antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer sus peticiones delante de Dios. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará sus corazones y sus mentes en Cristo Jesús (Filipenses 4:6-7).
Rendirse al Señor, clamar por ayuda y agradecerle por lo que sí tuve me trajo una enorme paz. Dios nos dice que la persona que fija su mente en él recibirá paz, porque esa persona confía en el Señor (Is 26:3). El Señor fue fiel en cumplir sus promesas. Estaba en paz porque él me había dado paz. Estaba en paz porque Jesús era suficiente para mí. Me hice la idea de que solo tendríamos un hijo. Él era una alegría y un regalo y estaba bien si no teníamos otro. Y luego, ¡sorpresa! tuvimos una niña. No recuerdo haber sentido miedo mientras estuve embarazada de mi hija. Y desde que nació en el 2009, hemos creído que nuestra familia está completa (a no ser, por supuesto, que el Señor tuviera otra sorpresa para nosotros). Si es así, oro para que pueda decir junto a Job, «desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré allá. El Señor dio y el Señor quitó; bendito sea el nombre del Señor» (Job 1:21). Hoy tú podrías estar luchando con el miedo, el dolor y las preguntas que traen los problemas de fertilidad. Mi oración por ti es que mis palabras te consuelen. No eres menos mujer porque hayas perdido un bebé o porque tengas dificultad en concebir. Y no estás sola. Estás rodeada de mujeres que conocen tu dolor. Pero más importante aún, Dios el Padre está contigo. Si tuviste un aborto espontáneo y alguna vez te preguntaste si debieses compartir tu historia, quisiera animarte a que lo hagas si sientes que puedes. Dios nos da la maravillosa oportunidad de consolar con el consuelo que hemos recibido de Cristo (2Co 1:4). Quizás hoy, esta semana, o este mes Dios ponga a alguien en tu camino que necesita saber que ella no está sola.
Este recurso fue publicado originalmente en Trillia Newbell.
Photo of Mamá cansada, ven a mí
Mamá cansada, ven a mí
Photo of Mamá cansada, ven a mí

Mamá cansada, ven a mí

La maternidad es dura. ¿Quién más dice amén? Mientras cargamos los difíciles aspectos físicos de la maternidad, nuestras mentes y corazones se nos acercan y nos acusan de pereza, insuficiencia y fracaso. Quizás esa es una razón por la que Jesús nos ordena a que amemos a nuestro Dios con todo nuestro corazón, toda nuestra alma y toda nuestra mente (Mt 22:37). Carecemos de alegría en la maternidad (y de disfrute y paz en nuestro Salvador) en el momento en que nos alejamos del Evangelio e intentamos hacer esta «cosa de ser mamá» con nuestras fuerzas. No obstante, mientras criamos, necesitamos recordarnos diariamente a nosotras mismas la verdad de la Palabra de Dios, específicamente el Evangelio.

Encuentra el verdadero descanso

Jesús nos recuerda misericordiosa y compasivamente una y otra vez que vayamos a él.
«Vengan a mí, todos los que están cansados y cargados, y Yo los haré descansar. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que yo soy manso y humilde de corazón, y hallarán descanso para sus almas. Porque mi yugo es fácil y mi carga ligera» (Mt 11:28-30).
Puede ser fácil escuchar esta oferta y sospechar que Jesús solo le hablaba a los fariseos del primer siglo. Ellos eran considerados sabios según los estándares terrenales (Mt 11:25), y Jesús a menudo los reprendía por su orgullo y arrogancia. Sin embargo, en esta ocasión, vemos a Jesús llamándonos a todas nosotras a ser como niños:
En aquel tiempo, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a sabios e inteligentes, y las revelaste a los niños. Sí, Padre, porque así fue de tu agrado» (Mt 11:25-26).
Es por la gracia misericordiosa del Padre que no solo recibiremos salvación sino que también podremos comprender y experimentar el verdadero descanso que Jesús ofrece. Le predicamos esta verdad a nuestros hijos; sin embargo, nosotras necesitamos ser como ellos para recibir y descansar en las buenas noticias.

Ven, hija cansada

Jesús nos invita a ir hacia él. Nos habla directamente a nosotras: tú, hija cansada, ven a mí. ¿Acaso no son buenas noticias que él no limite su invitación? Él no nos pide que esperemos hasta que estemos en paz para acercarnos. Él no nos pide que vengamos cuando ya no estemos preocupadas. No, Jesús nos llama amorosamente a venir con todas nuestras preocupaciones, todos nuestros miedos y todas nuestras cargas. Si estamos sedientas, no vamos al horno para encontrar algo para satisfacer nuestra sed. No, corremos a la llave de agua. Buscamos una fuente de agua que satisfará nuestra necesidad. De la misma manera, si estamos muertas, secas y cansadas, no corremos a la tierra desierta de la autocompasión y del trabajo duro. No, corremos a Jesús, quien dijo, «si alguien tiene sed, que venga a mí y beba» (Jn 7:37). Él nos invita a ir a él porque él es la única fuente que nos entregará satisfacción verdadera y perdurable. Él refresca y satisface nuestras necesidades más profundas. Él te invita a ti, mamá, que te esfuerzas y llevas una carga pesada. Tú que has estado trabajando duro para ser la mejor, solo para darte cuenta de que tus esfuerzos dejan en ti más condenación y duda que refresco y ánimo. Él te invita a ti que has estado tratando de ganar el favor de Dios en base a tu comportamiento en lugar de descansar en su obra consumada por ti en la cruz. Él te invita a ti y a mí a encontrar el descanso perfecto y verdadero en él. Él nos invita a tomar su yugo y aprender de él. Un yugo, por definición, es un travesaño de madera que se amarra en los cuellos de dos animales y se sujeta al arado o a la carreta que van a tirar. Jesús quiere intercambiar lugares contigo y llevar esa carga pesada de madera que estás tirando como mamá. Su yugo es fácil y su carga es ligera. Él quiere tirar la carga pesada por ti. ¿Qué recibes a cambio? Descanso para tu alma cansada.

Busca el descanso real

Es difícil disfrutar la libertad de la salvación, la alegría de la maternidad y el regalo de los hijos cuando estamos abrumadas con la carga. Necesitamos la obra transformadora del Espíritu para abrir nuestros ojos a la verdad de que Jesús puede y llevará las cargas por nosotras. Hoy, pídele a tu Padre celestial que demuestre su fidelidad contigo. Pídele que levante las cargas que has estado llevado. Lleva su yugo ligero y fácil a tu hogar. Él te lo ofrece como un regalo de su gracia.
Trillia Newbell © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Por qué la Navidad nos deja con anhelo
Por qué la Navidad nos deja con anhelo
Photo of Por qué la Navidad nos deja con anhelo

Por qué la Navidad nos deja con anhelo

Ya sea que estés en tu propio hogar, en la casa de tu infancia o en el acogedor hogar de unos amigos, las festividades normalmente se celebran en un hogar. Pueden ser casas hermosas, decoradas al máximo, anunciando la temporada de festividades; pueden estar llenas de grandes alegrías y del espíritu navideño, así como también del olor a asado y a canela en el aire. Sin embargo, sabemos que los hogares también podrían estar llenos de soledad y dolor, penas y conflictos. Y, al final del día, las casas se vacían, las decoraciones se sacan, los regalos se guardan y, como resultado, puede quedar un sentimiento de un leve vacío. Las festividades, ya sea que estén llenas de alegría o de dificultad, tienen un fin y a menudo nos dejan anhelando más. Creo que parte de ese anhelo y vacío se debe a que sabemos que la maravilla de las festividades es solo un pequeño destello, un anticipo de nuestros hogares eternos y de nuestra celebración eterna. Pienso que podemos quedar con la sensación de vacío porque tenemos la eternidad plantada en nuestros corazones (Ec 3:11). Sabemos que hay algo mejor; algo perdurable. Sin embargo, este reconocimiento de un regalo mayor no debe evitar que celebremos durante las festividades. Al contrario, nuestra comprensión de que este no es nuestro hogar debe motivarnos a celebrar. A medida que, en este tiempo de festividad, anticipamos la venida de Emmanuel, también recordemos que Jesús vendrá nuevamente. La mañana de Navidad no es el fin de la historia. Sabemos que viene la Pascua y, después de la Pascua, ¡sabemos que nuestro Salvador regresa por su novia! El día después de la Navidad no tiene que ser un día de anhelo desesperanzado, puede ser un día de tranquila espera. Nuestros corazones pueden estar en paz porque sabemos que Dios está haciendo nuevas todas las cosas. Ese anhelo que puedes sentir es evidencia de una ciudadanía mejor y verdadera; todos estamos esperando ansiosamente el día del retorno de nuestro Salvador. El apóstol Pablo escribió sobre este anhelo cuando animaba a la iglesia filipense a imitar a aquellos que caminan en la fe: «Porque nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también ansiosamente esperamos a un Salvador, el Señor Jesucristo» (Fil 3:20). Cuando nuestros ojos están en la eternidad, podemos correr la carrera con resistencia. Sabemos que Él nos transformará a su imagen. Sabemos que cada rodilla se postrará y que toda lengua confesará que Jesús es Señor. Nuestra esperanza, nuestra única esperanza, es ser encontrados en Él. «Y así como está decretado que los hombres mueran una sola vez, y después de esto, el juicio, así también Cristo, habiendo sido ofrecido una vez para llevar los pecados de muchos, aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvación de los que ansiosamente lo esperan» (Heb 9:27-28). Oh, qué buena noticia. Jesús ha hecho un camino y comenzó en un pesebre. Él murió en nuestro lugar y volverá para salvar a aquellos que están ansiosamente esperándolo. Sabemos que las festividades no son todo lo que existe. Por lo tanto, mientras celebras este tiempo, regocíjate al saber que cuando la emoción de las festividades desaparece, la celebración eterna te espera. Si estás desanimado este tiempo, debes saber que tu anhelo un día será satisfecho cuando seas consumado en tu Salvador. Para siempre; esto es para siempre.

Otras ideas para tu reflexión:

  1. ¿Cómo te sientes normalmente a media que te acercas a la Navidad? ¿Cómo te sientes después? ¿Cómo la realidad del regreso de Jesús impacta esos sentimientos?
  2. Piensa en alguien (un miembro de la familia, amigo, vecino) que sepas que queda con un profundo anhelo debido a este tiempo. Anímalo con palabras o con una nota sobre la verdad de nuestro hogar celestial. Quizás puedes usar esta oportunidad para compartir el Evangelio si es que no conocen a Cristo.
  3. Jesús vino a la tierra a buscarnos debido a su profundo amor. ¿A quién tienes en tu vida al que puedas buscar por amor? ¿Qué puedes hacer para asegurarte de que ellos sepan que los amas?
  4. Pasa un tiempo escribiendo lo que significa tener una verdadera ciudadanía en el cielo. Luego, agradece al Padre por este extraordinario regalo a través de Cristo.
Este artículo fue publicado originalmente en Trillia Newbell.
Photo of Establezcamos objetivos en el Año Nuevo
Establezcamos objetivos en el Año Nuevo
Photo of Establezcamos objetivos en el Año Nuevo

Establezcamos objetivos en el Año Nuevo

Rara vez hago resoluciones de Año Nuevo. De hecho, con seguridad puedo decir que probablemente nunca he hecho una lista tradicional de resoluciones. Hace un par de años, decidí escoger una palabra para el año. Ahora ni siquiera puedo recordar cuál era la palabra (así de descuidada soy para abordar el proceso). Este año, sin embargo, se siente un poco diferente. Estoy motivada de una manera como nunca antes lo he estado. Quizás se debe a que estoy envejeciendo (¡hace un par de años entré a la cuarta década!). Quizás simplemente quiero intentar un enfoque diferente. Sé que fui influenciada al leer el libro de Cal Newport, Deep Work [Trabajo profundo], el cual me abrió los ojos respecto a cuánto tiempo pierdo. Cualquiera sea la razón, estoy emocionada por comenzar este año con un plan y algunos objetivos. Quizás este es tu año para comenzar también.

Comienzo pequeño

Hacer una lista tradicional de resoluciones siempre me ha parecido un poco abrumador, con demasiadas opciones que revisar, demasiadas decisiones que tomar en un año y de una vez. Por lo tanto, este año, bajo la recomendación de mi amigo y colega Phillip Bethancourt, estoy abordando mis planes de manera diferente y diría que de una manera mucho menos abrumadora. Su sugerencia es que establezca un objetivo para el año en cada una de las siguientes áreas: espiritual, profesional, tecnológica, matrimonial y familiar. Fácil. Un objetivo, no un millón. Un par de áreas. Eso, creo, es factible. Por tanto, este año, he establecido algunos objetivos. Mis objetivos son pequeños, pero creo que afectarán significativamente la manera en que uso mi tiempo, mi energía y mi enfoque para el año. Respecto al enfoque, esa es mi palabra para el año. Este año me gustaría estar tremendamente enfocada en aquello a lo que el Señor me ha llamado específicamente en las áreas mencionadas anteriormente. Comienzo este año con gran expectativa de ver lo que el Señor podría hacer y cómo Él sin duda me desafiará y cambiará. Abordo esto completamente consciente de que ya tengo el mayor regalo: Jesús.

El fracaso es una opción

Al final de la primera sección, te invité a unirte a mí para comenzar el año con un plan y algunos objetivos. ¿Estás lista? ¿O hay algo que te retiene? Quizás has sido como yo, indecisa respecto a establecer objetivos o resoluciones porque le temes al fracaso. ¿Para qué molestarse? —te dices a ti misma— voy a completar mis objetivos y a mantener mis resoluciones de todas maneras. Y quizás eso es verdad. Sin embargo, también me gustaría animarte con esto: intentar no es fallar y fallar no significa que intentar no valga la pena. Cada regalo bueno y perfecto viene del Padre. Cada tarea que completamos se debe a Él. Cualquier cosa que hagamos que requiera fuerza solo se puede lograr porque nuestro Señor nos ha fortalecido para la tarea. Eso es verdad ya sea que lo reconozcamos o no. Y cada fracaso está cubierto por la gracia. Tal vez comiences una tarea en enero y al llegar marzo te das cuenta de que la abandonaste, puedes retomarla y volver a comenzar o reevaluar y ajustar tus objetivos. Estoy comenzando el año sabiendo que probablemente no logre todo lo que esperaba para este nuevo año, y eso está bien. Confío en que haré todo lo que Dios desea y diseñó que yo hiciera este año. Eso lo sé con seguridad. El proceso de establecer objetivos y de hacer un plan solo puede ayudarme a llevarlo a cabo. Así que, aquí vamos. ¡Feliz Año Nuevo! ¿Haces resoluciones? ¿Por qué sí o por qué no? Cualquiera sea tu respuesta, ¿cuáles son tus esperanzas, sueños y planes para este año?
Este artículo fue originalmente publicado en Trillia Newbell.
Photo of La lectura bíblica en el nuevo año
La lectura bíblica en el nuevo año
Photo of La lectura bíblica en el nuevo año

La lectura bíblica en el nuevo año

Las resoluciones de Año Nuevo nunca fueron algo con lo que estuviera comprometida en el pasado. Sin embargo, estoy abordando este nuevo año de una manera diferente. Lejos de Dios y de su gracia sustentadora, no puedo hacer nada. Esto era verdad el año pasado y será verdad este año. En un artículo previo sobre los objetivos para un nuevo año, les compartí que establecería un objetivo en cada una de las siguientes áreas: espiritual, profesional, tecnológica, matrimonial y familiar. Hoy quiero compartir mi experiencia y animarte a pensar sobre tus objetivos espirituales para el año.  Nunca he hablado con alguien que no desee paz y contentamiento, pero he hablado con muchos que están corriendo tras ello y buscándolos en medio del quebranto de este mundo, en medio de ídolos que los dejan vacíos, en medio de personas que los decepcionan y en ellos mismos, quienes nunca lo otorgarán. Si queremos verdadera paz y gozo, necesitamos aprender y volver a aprender a correr hacia el único que puede realmente satisfacernos. Si tú deseas tener un año fructífero y animante, te animaría a ejercitar las disciplinas espirituales, que incluyen, entre otras, la lectura de la Biblia, la oración y el descanso. Quizás esa es una afirmación atrevida, pero a medida que miro hacia atrás al año pasado, estoy totalmente convencida de que Dios usó estas disciplinas espirituales como un medio de gracia para sustentarme durante tiempos difíciles y animó mi corazón durante los días llenos de gozo. ¿Por qué no lo harían? Lee lo que Dios ha dicho al respecto: 
¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos, ni se detiene en el camino de los pecadores, ni se sienta en la silla de los escarnecedores, sino que en la ley del Señor está su deleite, y en su ley medita de día y de noche! (Salmo 1:1-2). Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino (Salmo 119:105). Al de firme propósito guardarás en perfecta paz, porque en ti confía (Salmo 26:3). En mi angustia invoqué al Señor, y clamé a mi Dios; desde su templo oyó mi voz, y mi clamor delante de Él llegó a sus oídos (Salmo 18:6). Y Él me ha dicho: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí (2 Corintios 12:9).
Hoy me gustaría enfocarme en la lectura de la Palabra de Dios. En primer lugar, noten que escribí que Dios me sustentó, dándome paz y gozo. Sin embargo, no escribí que todas mis circunstancias cambiaron, porque no fue así. De hecho, una circunstancia en particular no solo no cambió, ¡sino que empeoró! No obstante, a medida que las circunstancias se tornaban más confusas, la Palabra de Dios y sus promesas eran más dulces. Dios no es el «señor que lo arregla todo» ni un gurú de autoayuda. Él es nuestro único refugio y debemos correr a Él como tal. Vamos a Él porque queremos conocer al Dios que está gobernando este mundo. Vamos a Él porque nos ama y nosotros lo amamos a Él. Algo que continuamente me he preguntado a mí misma durante el año pasado y al comenzar este año es: ¿crees lo que Dios dice? Si es así, entonces procede en todas las cosas de acuerdo a ello; no sin entusiasmo; no a medias. Anda en esta fe que proclamas. Necesito continuamente predicarle la verdad de Dios a mi corazón y a mi mente. Para hacer eso, debo meterme en la Palabra, hablar la Palabra, meditar en la Palabra y descansar en el Señor. Sin embargo, no quiero simplemente leerla, aunque es maravilloso hacerlo, sino que quiero deleitarme en ella, quiero disfrutar a Aquel que habló a existencia (2Ti 3:16). Francamente, la lectura de la Biblia es algo que hago todos los días simplemente debido a la naturaleza de mi trabajo. Leo para escribir, leo para hablar. Estoy en la Palabra. No obstante, lo que ha sido difícil para mí en el pasado es pasar tiempo en la Palabra simplemente para deleitarme y disfrutar a Dios. La última parte del año pasado, sentí la convicción de que yo podría haber estado usando la Palabra de Dios para el trabajo, pero no estaba saboreando al Dios de esas palabras. Por lo tanto, le pedí ayuda a Dios para que cambiara mi corazón y así pudiera amarlo con todo mi corazón, alma y mente. Quería y necesitaba deleitarme en el Señor (Sal 37:4). Dios ha respondido esa oración y yo deseo que siga siendo un enfoque continuo para mí este año. 

Tus objetivos para la lectura bíblica

Soy consciente de que la mayoría de las personas no leen la Palabra de Dios como parte de su trabajo. En un artículo de Lifeway Research se sostenía que «los estadounidenses tienen una visión positiva de la Biblia. Muchos dicen que la Escritura cristiana está llena de lecciones morales para hoy. Sin embargo, más de la mitad de los estadounidenses han leído poco o nada la Biblia». De las 1000 personas que fueron encuestadas solo el 11 % de quienes dijeron que tenían una visión positiva de la Biblia la habían leído. Muchos habían leído partes de ella, pero encuesta tras encuesta continúa revelando que, aunque declaramos creer en la Palabra de Dios y que la Biblia es importante, muchos no la leen.  Al saber que la mayoría de nosotros en realidad no lee su Biblia por varias razones y al saber que la mayoría de los cristianos ponen la lectura de la Biblia como la primera resolución para el año en la lista, pensé en compartir un par de ideas prácticas y flexibles para ayudarte a leerla este año:
  • Programa y planifica tu tiempo de lectura… y mantenlo.
  • Usa un plan de lectura.
  • Encuentra un buen devocional. 
  • Invierte en un estudio bíblico. 
  • Encuentra una clase en línea. 
  • Únete o comienza un grupo de estudio bíblico. 
  • Escucha la Biblia en una aplicación de la Biblia.
  • Encuentra a alguien para rendir cuentas.
¡La palabra clave para todas las cosas mencionadas es flexibilidad! Puedes leer, escuchar o mirar la Biblia en cualquier momento que quieras. Este año, hagamos de la lectura bíblica una prioridad, no porque nos permita ganar algo ante el Señor, sino porque podremos aprender sobre nuestro Salvador y sobre nuestro santísimo Dios. Es una resolución que vale la pena buscar, pero tú decides hacerlo.  Preguntas para ti: ¿qué te ha impedido leer tu Biblia? ¿Cómo podrías priorizar la lectura? ¿Por qué piensas que es importante leerla? Quizás leas, como yo, pero se está convirtiendo en una rutina, ¿cómo podrías pedirle a Dios que te ayude a deleitarte en ella?
Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Trillia Newbell.
Photo of Hombres, mujeres y el lugar de la verdadera igualdad
Hombres, mujeres y el lugar de la verdadera igualdad
Photo of Hombres, mujeres y el lugar de la verdadera igualdad

Hombres, mujeres y el lugar de la verdadera igualdad

En los últimos 40 años, el tema de hombres y mujeres y nuestra función en la iglesia local ha sido una de los principales debates en los círculos cristianos. Lamentablemente, el tema a menudo es estropeado por controversia y división, y algunos complementarianistas pueden sentir, para bien o para mal, que deben ponerse a la defensiva. Así que nos apresuramos en explicar y enfatizar las diferencias entre hombres y mujeres, lo que a menudo lleva a más confusión y, en el proceso, olvidamos enfatizar la gloriosa y contracultural verdad de la igualdad entre hombres y mujeres. Para mis compañeros complementarianistas, entonces, no olvidemos lo mal que las mujeres han sido tratadas a lo largo de la historia y consideremos cómo las verdades bíblicas sobre la igualdad hacen que el cristianismo brille y sobresalga en comparación a otras religiones y a otras partes del mundo donde hoy las mujeres son tratadas como ciudadanos de segunda categoría. Me encantaría poder decir que lo hemos hecho bien a lo largo de la historia también. Sin embargo, no siempre hemos ejercitado nuestra fe con el llamado radical de amar a nuestro prójimo como debemos. No obstante, mientras continuamos descubriendo el alcance y la naturaleza de nuestras diferencias, sigamos celebrando y afirmando nuestra igualdad y unidad, comenzando donde Dios lo hace, en Génesis 1.

Imago Dei

En el principio, Dios creó a toda la humanidad a su imagen, hombre y mujer por igual (Gn 1:26). Y sabemos que antes de la formación del mundo, Dios, en su bondad y amabilidad, tenía a su pueblo en mente (Ef 1:4). No fue sorpresa para nuestro Padre omnisciente que Adán y Eva cayeran y que el pecado entrara al mundo. Él sabía que las personas no siempre lo adorarían ni se deleitarían en él, y sabiendo esto, él no estaba obligado a darnos aspectos de sí mismo. Pero lo hizo. Dios, el único, puro y maravilloso, nos creó para reflejar aspectos de su belleza y carácter. De todas las criaturas que Dios hizo, los humanos son los únicos creados a su imagen. Dentro de muchas cosas, esto significa que tenemos dominio por sobre el resto (1:28). Este es un misterio profundo. Dios es espíritu, por lo que no portamos una imagen física (Jn 4:24). Aun así es un gran privilegio. Como portadores de la imagen de Dios, hombres y mujeres podemos reflejar a Dios en nuestra capacidad de crear, de sentir, de compadecernos, de mostrar gracia, de ser justos, de expresar nuestro amor, y más. En este reflejo, hombres y mujeres no son monolíticos (ya sea como personas o como representantes de nuestro género), sino que iguales. Somos iguales en dignidad y valor, y también estamos igualmente caídos (Ro 3:23). El imago dei no es un concepto nuevo para la mayoría de nosotros. Hemos escuchado sobre él una y otra vez. Sabemos que hombres y mujeres son creados iguales, pero diferentes, y aun así pareciera que la mayoría de nuestro enfoque está en la diferencia. Buscamos conocer lo que es aceptable (lo que hombres y mujeres pueden y no pueden hacer) en lugar de celebrar la igualdad que disfrutamos como portadores de la imagen de Dios. ¿Por qué hacemos esto? ¿Hemos olvidado la realidad de que todos los humanos en su origen son creados iguales, cada uno con un valor incalculable? Entender nuestra igualdad como portadores de la imagen de Dios cambia todo en las relaciones humanas. Como portadores de la imagen de Dios, debemos ver a otros como Dios los ve. Entonces, quizás debemos preguntarnos a nosotros mismos, ¿honramos la imagen de Dios en nuestros prójimos hombres y mujeres, en nuestros hermanos y hermanas? Dios puede hacer cualquier cosa que quiera sin nosotros, pero él decidió usarnos. Y Dios escogió tanto a hombres como a mujeres para cumplir sus propósitos en el mundo por el bien de la iglesia y para su gloria. Es por la gracia de Dios que, como cuerpo de Cristo, podemos reunirnos y proclamar a Cristo. Específicamente, cada persona en la iglesia local desempeña un rol importante para que funcione adecuadamente. Cuando Pablo escribió a la iglesia en Corinto sobre los dones utilizados en la iglesia (como discutiremos más adelante), él no distinguió entre hombres y mujeres.

Un cuerpo con muchas partes

Existimos muchos en la iglesia que anhelamos tener manos que puedan dibujar cuando quizás, en su lugar, Dios nos dio pies que pueden marchar. Podemos desear desempeñar un cierto papel en la iglesia el cual Dios ordenó y equipó a otros. Podría ser que este deseo salga verdaderamente de un amor por el servicio o podría ser una indicación de que la ambición egoísta se ha enraizado en nuestros corazones mientras luchamos por alcanzar nuestra propia gloria. Cualquiera sea el caso, siempre encuentro que los escritos de Pablo en 1 Corintios son útiles cuando pensamos cuidadosamente dónde y cómo Dios nos ha dotado para servir en la iglesia local. Al enfocarnos tanto en este llamado para servir como en el hecho de que Dios ha dotado a hombres y a mujeres, debemos encontrar un terreno común mientras consideramos detenidamente nuestras diferencias y nuestras distintas convicciones. Pablo le recuerda a los Corintios que la iglesia es una unidad compuesta de muchas partes (1Co 12:12). Aunque esas partes representan varios orígenes étnicos, culturas, géneros y edades, han sido unificados por el mismo Espíritu (12:13). La unidad es el objetivo, pero como vemos al comienzo de Corintios, la iglesia está dividida y algunos miembros parecen valorar ciertos dones por sobre otros (1:10-31). Pablo usa la ilustración de un cuerpo físico para entregar verdad y corrección. Sin duda, el cuerpo está compuesto por muchas partes y esas partes no son las mismas. Nuestros ojos no son como nuestras bocas. Cada uno tiene funciones diferentes y únicas. Lo mismo es cierto para nuestros oídos y nuestras manos. Un cuerpo saludable es uno en donde todas las partes trabajan juntas. Sin embargo, si una parte está ausente o no funciona correctamente, es difícil para el cuerpo funcionar como debería. Las diferentes partes del cuerpo no tienen menos importancia o valor: «Y el ojo no puede decirle a la mano: "No te necesito;" ni tampoco la cabeza a los pies: "No los necesito." Por el contrario, la verdad es que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles, son los más necesarios; y las partes del cuerpo que estimamos menos honrosas, a estas las vestimos con más honra. Así que las partes que consideramos más íntimas, reciben un trato más honroso» (12:21-23). Aquí la línea de pensamiento de Pablo parece un retroceso en nuestra sociedad dirigida por el reconocimiento y hambrienta de éxito. La debilidad a menudo no se asocia con la grandeza. De hecho, muchas veces es considerada completamente prescindible. No obstante, los pensamientos de Dios no son los nuestros y su sabiduría no es la nuestra. Demasiado a menudo, podemos buscar un rol en específico y perder una necesidad específica. En otras palabras, no existe una Biblia de hombre y una Biblia de mujer. Aunque existen diferencias entre hombres y mujeres, el llamado a ser activo al usar nuestros dones es para todos. Imagina que estos no sean los temas en los que no estamos de acuerdo. Después de todo, hay pocos que dicen que los hombres y las mujeres no deben comprometerse en el servicio. Y sin embargo, ¿cuán a menudo destacamos cuando el cuerpo está funcionando bien en realidad?

Celebra y disfruta

Imagino que las guerras de género (luchando internamente entre hombres y mujeres de la fe cristiana) están al principio de la lista de placeres de Satanás. Como hombres y mujeres, tenemos un enemigo igualmente ansioso de quien debemos estar conscientes y por el cual debemos hacer guardia. Pablo nos advierte en Efesios: «Porque nuestra lucha no es contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los poderes de este mundo de tinieblas, contra las fuerzas espirituales de maldad en las regiones celestes» (6:12). Nos corresponde no olvidar a nuestro verdadero enemigo, no olvidar que nuestra verdadera lucha no es contra carne ni sangre. Satanás no quiere que el mundo que observa conozca nuestro amor mutuo y que por lo tanto le señalemos nuestra fuente: Jesús (Jn 13:35). Por lo tanto, mientras recordamos mantenernos firmes en nuestra fe juntos, tenemos una clara motivación para celebrarnos unos a otros y a la misión que juntos compartimos. ¡Qué privilegio es unirnos como hermanos y hermanas en esta misión de proclamar a Cristo!
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks. | Traducción: María José Ojeda
Photo of Alegría en nuestro trabajo
Alegría en nuestro trabajo
Photo of Alegría en nuestro trabajo

Alegría en nuestro trabajo

El lunes es probablemente el día menos deseado de la semana; y todos sabemos por qué. Es el día que destroza la expectación del viernes, la alegría del sábado y el descanso del domingo. Es el lunes cuando la mayoría de nosotros vuelve al trabajo, o, al menos, vuelve a la normalidad del ajetreo agendado. La mayoría considera al lunes indeseado porque la mayoría parece no desear su trabajo. Sin embargo, ¿esto tiene que ser así? ¿Hay otra manera de encontrar verdadera y perdurable alegría  en nuestros esfuerzos, particularmente en las vocaciones que a menudo incluyen exigencias comunes y trabajo repetitivo? Sin duda, la maternidad encaja con esa descripción, y aunque la maternidad no es un trabajo como usualmente lo definimos (porque no es remunerado con dinero), es trabajo. Cuando mis hijos eran bebés y niños, mi trabajo diario se veía igual cada día, pero en el estado de maternidad en el que me encuentro actualmente, mi trabajo diario se ve bastante diferente cada día. No obstante, la tarea básica de mantener la casa no ha cambiado desde que mis hijos eran más pequeños. Aún es necesario lavar la ropa sucia, aún es necesario lavar la loza, aún es necesario servir comida. Día tras día, todo es igual. Si no estás alerta, es fácil comenzar a anhelar algo diferente, y quizás nuevo y emocionante. El trabajo, en especial el repetitivo y común, puede ser bastante difícil. Esas tareas repetitivas y comunes pueden reforzar el sentimiento de amedrentamiento que a menudo tenemos por el trabajo. La Biblia tiene mucho que decir sobre el trabajo, pero quiero centrarme en dos áreas que pueden ayudar a motivarnos específicamente en las labores comunes y cotidianas de amar que realizamos las madres.

El trabajo es para el Señor

Una de las primeras maneras de luchar contra nuestra tentación a no desear el trabajo es saber que este es para nuestro Dios Creador y se trata de Él. El mundo nos dice que debemos buscar un trabajo que sea gratificante y satisfactorio. No creo que exista algo inherentemente incorrecto con amar tu trabajo o buscar algo que te apasione, pero si eso es todo en lo que centramos nuestra atención, fácilmente nos desilusionaremos porque el trabajo es difícil y está afectado por la caída. Al contrario, si sabemos que cada plato lavado; cada montón de ropa sucia lavada; cada pañal cambiado es para el Señor, ¿acaso no es eso un enfoque mayor y más significativo? Si tenemos hijos y un hogar, Dios nos ha llamado a pastorear a nuestros hijos y a cuidar de nuestros hogares. Cuando me centro en este trabajo, es fácil pensar que estoy sirviendo principalmente a mis hijos y a mi esposo, pero como Pablo nos recuerda en Colosenses: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven» (Col 3:23-24). Este trabajo de cuidar a los hijos y a la casa no está aparte de otro trabajo. Todo lo que hagamos, debemos hacerlo enérgicamente, no primordialmente para nuestros hijos, no primordialmente para nuestros maridos, sino que para el Señor. Y Dios nos recompensa misericordiosamente por nuestros esfuerzos. Podríamos no ser remuneradas en dinero, pero imagino que eso no nos preocupa pues adoraremos a nuestro Salvador por la eternidad. ¡Qué alegría habrá ese día! Que esta verdad te motive a encontrar alegría en tu trabajo diario, sabiendo que Dios lo ve y es complacido mientras trabajas para su gloria. Vale la pena: se encuentra gran valor y alegría en el trabajo.

Aprende a contentarte

Si estamos luchando con encontrar alegría o si estamos desilusionadas en el trabajo, es probable que el descontento esté al acecho. Pablo nos dice en Filipenses 4:11: «No que hable porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación». Estoy agradecida por todos los versículos que rodean a este. Pablo conocía la escasez y también la abundancia. En todas las circunstancias de Pablo, el consuelo y la fuerza venían del Señor (v.13). Así debe ser con nosotras. Pablo nunca dijo que pasó por varias pruebas y tentaciones y estaba siempre contento naturalmente. No, Pablo aprendió a contentarse. Dios nos da un destello de la santificación progresiva en la vida de Pablo. Podemos ser animadas en que si luchamos con el descontento en lo común y corriente, podemos arrepentirnos de esto y comenzar a dar gracias a Dios por el trabajo que nos ha dado. El contentamiento en lo que hacemos se debe aprender; nadie fue naturalmente dotado para estar contento. El trabajo es duro. No hay duda de ello. Así que pidámosle al Señor que nos dé ojos para ver nuestro trabajo como un trabajo que se hace para Él. Como cristianas, nuestras vidas deben ser entregadas siguiendo el ejemplo de Cristo. Pidámosle a nuestro Dios que nos ayude a servir, a trabajar y a esforzarnos, sabiendo que Jesús, nuestro modelo perfecto, vino a servir y no a ser servido (Mt 20:28). A medida que reflexionamos en lo que Cristo ha hecho, encontramos profundo gozo, propósito y valor al moldear nuestras vidas en Él. El trabajo, incluso el más común, tiene un propósito: glorificar a Dios. Eso es algo por lo cual trabajar.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.