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Photo of Oportunidades para compartir el Evangelio de mamá a mamá
Oportunidades para compartir el Evangelio de mamá a mamá
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Oportunidades para compartir el Evangelio de mamá a mamá

Recientemente, en un grupo de mamás, una de ellas compartió que a su hijo de tres años le gustaba ponerse vestidos y que ella lo estaba permitiendo, pues quería apoyarlo en quién era él. A su esposo le avergonzaba el hecho que ella permitiera que su hijo se pusiera vestidos para ir a las tiendas. Mientras esta madre buscaba consejo, hubo un irresistible apoyo hacia ella por su amorosa aceptación de quien sea que su hijo llegue a ser y decepción por la respuesta de su esposo. En otro grupo, escuché a una madre que compartió que su marido la había abandonado junto a sus hijos porque se había dado cuenta que se había enamorado de otro hombre. Esta madre estaba consternada al reflexionar sobre la manera en que su vida había cambiado rápidamente y se sentía insegura respecto a cómo hablarles a sus pequeños hijos sobre las decisiones de su padre. No hay duda: las conversaciones en los grupos de madres, en los lugares donde se dejan a los niños en la escuela y en el supermercado están cambiando, rápidamente. Como cristiana, es fácil sentirse confundida sobre cómo hablarle a esta cultura postcristiana: ¿compartimos nuestras creencias sobre género, matrimonio y sexualidad con estas madres o nos quedamos en silencio? Anteriormente, nuestra sociedad tenía una cosmovisión bastante judeocristiana, por lo tanto no era un gran paso para las personas estar de acuerdo con la moral cristiana o incluso respetarla y fomentarla. Sin embargo, hoy en día, ¿es bueno hablar con estas madres sobre que vestir a sus hijos como niñas es confuso para ellos o que es pecado que un hombre deje a su esposa e hijos para vivir una vida homosexual? Aunque nuestra cosmovisión bíblica habla de manera moral a estas situaciones, estas mujeres no están buscando una dosis de estándares morales. Si les comparto moralidad, es probable que no me incluyan dentro de la lista de invitación de la próxima reunión del grupo. Lo que estas mujeres están buscando es sabiduría amorosa; una sabiduría a la que como cristianas debemos y podemos apuntarlas. Como madres, compartimos nuestros problemas de crianza con la esperanza de que alguien tenga un consejo relevante que dar. La Biblia nos enseña que «El principio de la sabiduría es el temor del Señor, y el conocimiento del Santo es inteligencia» (Pr 9:10). Como cristianas, podemos tener confianza en que a los pies de Jesús encontraremos la sabiduría que buscamos y la sabiduría que buscan nuestras amigas.

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El momento en que me entregaron a mi hija, fui inmensamente consciente de mis imperfecciones y fallas. Mientras miraba su pequeño cuerpo y veía el lienzo en blanco que se me había entregado, me di cuenta de todas las formas en que podía fallar con ella. Años después, con dos hijos más que se unieron a la familia, la realidad de mi caída nunca está lejos de mi mente. A medida que converso con otras mamás, independiente de sus creencias espirituales, este fracaso de alcanzar la perfección es una cosa en común. Aquello que me separa a mí y a otras hermanas cristianas, sin embargo, es que tenemos la respuesta a esta imperfección y esa respuesta se encuentra en la sangrienta y brutal cruz. Reconocemos que nuestro deseo es ser el dios de nuestro mundo, que hemos rechazado a aquel que promete sanarnos. Cada una de nosotras es responsable por la confusión del mundo que nos rodea, pero cuando vamos a la cruz en humilde arrepentimiento encontramos la promesa de la restauración de nuestro propio ser y del mundo que nos rodea. Nuestra cosmovisión cambia y nuestra búsqueda de sabiduría se transforma en una orientación humilde del corazón, buscando que Dios intervenga y obre por medio de nosotras y a través de nosotras, transformando nuestras mentes por medio del poder renovador de su Palabra. Mientras buscamos respuestas para un pequeño hijo al que le gusta ponerse vestidos o para un marido que descubre la homosexualidad, vemos que vivimos en un mundo infectado por el pecado, donde las personas y los padres quebrantados necesitan desesperadamente la verdad de Jesús y el impacto que su vida, muerte y resurrección hace aquí y ahora. También encontramos la gloriosa esperanza del futuro prometido, reconciliado y restaurado con Él. Al ser dueñas de nuestra imperfección y rebelión, el Evangelio nos libera de ellos, alumbrando nuestro camino en un mundo oscuro y sin esperanza. Si comienzo y termino con la moralidad, imparto un evangelio falso a mi amiga mamá. Como Matt Chandler afirma: «a menos que el Evangelio se haga explícito, a menos que claramente articulemos que nuestra justicia es imputada en nosotros por Jesucristo, que en la cruz Él absorbió la ira de Dios dirigida a nosotros y nos lavó (aún si predicamos palabras bíblicas sobre obedecer a Dios) las personas creerán que el mensaje de Jesús era que vino a condenar al mundo, no a salvarlo»[1] [traducción propia]. Sin embargo, a medida que avanzamos compartiendo el hecho de que todos estos asuntos morales existen debido al quebrando en nuestro mundo, porque hemos rechazado al Dios que salva, puedo compartir con ellas el verdadero Evangelio. Puesto que es eso lo que ellas andan buscando: una respuesta a la confusión y al quebranto de sus propias vidas y de la cultura que las rodea, y esa respuesta se encuentra en Jesús. Esos desafíos, entonces, se transforman en una oportunidad, no solo para hacer declaraciones generales sino para abrir la discusión a nuestra cosmovisión y a la de ellas al hacer preguntas. Un ejemplo podría ser que cuando esta madre compartió su preocupación sobre su hijo de tres años, yo podría haberle preguntado qué pensaba ella sobre eso. ¿La preocupa o la hace sentir incómoda? ¿Por qué se siente así? Al hacer preguntas podemos ayudarla a expresar sus pensamientos más profundos, en lugar de solo buscar un remedio para el problema de superficie. Esto podría abrir la discusión sobre cómo manejaría este problema en mi propio hogar y me capacitaría para compartir mi cosmovisión cristiana y cómo mi identidad se encuentra en Jesús. Compartir el Evangelio, entonces, se transforma en compartir la realidad de Jesús en mi vida y cómo su Palabra nos informa. Como dice Sam Chan:

Aunque el Evangelio es algo que hablamos, palabras que comunican la verdad de Dios, también existe un sentido en el cual nosotros mismos somos un componente de cómo se comunica el mensaje. Hablamos palabras de verdad, pero hablamos la verdad en amor (Ef 4:15)[2].

Necesitamos estar viviendo auténticamente esta realidad en nuestra maternidad y en nuestras conversaciones, para que nuestras amigas mamás vean la diferencia que Jesús hace. En la conversación, no necesitamos apuntarlas hacia un arreglo moral de parches curita, sino hacia el supremo sanador. Necesitamos estar confiadas en que Dios y el Evangelio hablan a cada situación con la que tengamos contacto y necesitamos estar agradecidas de que, al compartir las luchas de crianza unas con otras, tenemos una oportunidad para apuntarlas al Dios que todo lo sabe y que tiene todas las respuestas a nuestras preguntas.
Reproducido de GoThereFor publicado por Matthias Media.  Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso. | Traducción: María José Ojeda

[1] Matt Chandler y Jared Wilson, El Evangelio explícito, Editorial Patmos, Miami, 2014, p. 208.
[2] Sam Chan, Evangelism in a Skeptical World [Evangelismo en un mundo escéptico], Zondervan, Grand Rapids, 2018, p. 116.