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¡Ayuda! A mis hijos no les gusta ir a la iglesia
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¡Ayuda! A mis hijos no les gusta ir a la iglesia


Este artículo es parte de la serie ¡Ayuda!, publicada originalmente en Crossway.

Un acto de discipulado

Para las familias con niños, los domingos por la mañana pueden ser un teatro de drama espiritual. Ya sea que tengas niños pequeños que gritan que sus zapatos de iglesia les aprietan o adolescentes que salen por la puerta con quince minutos de retraso, no es fácil llegar a la iglesia. Y la lucha no necesariamente se detiene una vez que estás en el automóvil. Los niños a menudo se quejan de sus clases de escuela dominical, se quejan del tiempo de compañerismo, murmuran himnos y se retuercen durante el sermón. Sus objeciones son muchas y sonoras: demasiado largas, demasiado tranquilas, demasiado incómodas, demasiado aburridas. A veces, a nuestros hijos simplemente no les gusta ir a la iglesia. Como una adulta que creció en la iglesia y que ahora es madre de un niño pequeño y un adolescente (más dos niños en el medio), estoy muy familiarizada con este obstáculo. Y estoy convencida de que vale la pena superarlo. Cuando nuestros hijos se resisten a ir a la iglesia, nuestra primera inclinación puede ser salir del incómodo ritual semanal. Todos conocemos a padres que han exigido que su iglesia modifique el servicio dominical para que se adapte a sus hijos. O que comienzan a buscar otra iglesia, una con un horario o estilo que creen será más atractivo. O que simplemente dejan de ir a la iglesia por completo. Tal vez has tenido la tentación de hacer lo mismo. Sin embargo, una de las principales responsabilidades de los padres es educar a nuestros hijos para que sean adoradores. Y llevar a nuestros hijos a la iglesia, les guste o no, es un acto esencial de discipulado. La iglesia local puede no parecer emocionante, pero cuando el pueblo de Dios adora unido en espíritu y verdad, obedecemos al Padre y tenemos comunión con Cristo (Jn 4:23-26). Cuando los padres se comprometen a la asistencia fiel en las iglesias que proclaman el Evangelio, les enseñamos a nuestros hijos que no hay nada más importante para sus almas. Así que, cuando sus hijos pequeños o adolescentes no quieran ir a la iglesia, oren pidiendo la ayuda del Espíritu Santo. Luego, involucra sus corazones de cinco maneras:
1. Reconoce las experiencias de los niños
La iglesia no siempre es fácil para los niños, y está bien reconocerlo. Si son pequeños, la iglesia puede parecer aburrida o restrictiva (¡tengo que quedarme quieto! ¡Tengo que estar callado y escuchar!); si son mayores, todavía puede parecer aburrido o restrictivo (¡se parece demasiado a la escuela! ¡Preferiría estar haciendo otra cosa!). Podemos escuchar las experiencias de nuestros hijos e incluso podemos simpatizar. La iglesia local —una reunión sin pretensiones de personas ordinarias involucradas en prácticas predecibles— tampoco siempre es fácil para los adultos. Podemos confesar que a veces sentimos lo mismo que ellos.
2. Elimina obstáculos prácticos
Habiendo escuchado las preocupaciones de nuestros hijos, podemos evaluar los problemas subyacentes. A veces, a nuestros hijos no les gusta la iglesia por razones que no son necesariamente espirituales y que en su mayoría tienen solución. Aquí también podemos ser comprensivos. Como adulto, es probable que hayas descubierto algunas estrategias prácticas (café, zapatos cómodos y dejar el almuerzo listo) que te ayudan a participar los domingos o, al menos, a evitar desconectarse. Podemos ayudar a nuestros hijos a hacer lo mismo. Los niños pequeños, por ejemplo, pueden resistirse a sentarse en el culto porque legítimamente tienen hambre a las once en punto. Darles un refrigerio antes del culto demuestra su preocupación por sus cuerpos y apacigua sus estómagos quejumbrosos. Del mismo modo, los bolígrafos y el papel para tomar notas de los sermones pueden servir a las manos inquietas y mentes divagantes, y la ropa sencilla puede evitar la picazón y los retorcimientos inevitables provocados por las etiquetas y las corbatas. Los niños mayores y los adolescentes pueden tropezar con otros obstáculos: cansancio, timidez, miedo a perderse algo. Y los padres pueden ayudar. Establecer una hora razonable para acostarse el sábado por la noche hará que la alarma del domingo por la mañana sea menos desagradable. Llegar temprano a la iglesia evitará un vergonzoso paseo público por el pasillo de la iglesia hacia los únicos asientos vacíos. Establecer hábitos familiares claros, consistentes y alegres para los domingos ayudará a quitar el dolor de las actividades perdidas.
3. Enseña a los niños que la iglesia es buena
Por supuesto, no podemos eliminar todos los obstáculos. Las personas específicas que componen nuestra iglesia, los elementos de nuestra adoración corporativa e incluso el objeto divino de nuestra adoración pueden ser obstáculos para nuestros hijos, pero son obstáculos que no podemos cambiar simplemente para que le sienten bien a ellos. Aquí es donde hacemos exactamente lo que siempre hemos hecho como padres: instruimos a nuestros hijos con amor. Cuando los niños pequeños piden helado y dulces para la cena, les decimos que el pollo y el brócoli son mucho mejores para sus cuerpos, e insistimos en que los coman regularmente. Cuando se trata de la iglesia, nuestros hijos tampoco siempre tienen gusto por lo que es bueno. Es nuestro trabajo instruirles. Primero, les damos ejemplo con nuestras propias acciones y actitud. En presencia de nuestros hijos, los padres deben orar por la iglesia: dar gracias por los ancianos, pedir a Dios que bendiga la adoración e interceder por las necesidades de los miembros de la iglesia. Los viernes y sábados debemos empezar a prepararnos para el domingo con una actitud de gozosa anticipación. Los domingos por la tarde podemos hablar sobre cómo el sermón de la mañana nos convenció de pecado y nos ayudó a amar más a Cristo. Nuestro propio amor genuino por la iglesia es un testimonio convincente para nuestros hijos. Más allá de eso, ayudamos a nuestros niños a entender la adoración. A lo largo de la semana, o con susurros en las bancas, explicamos que la adoración es nuestra oportunidad de escuchar a Dios hablarnos (cuando se lee y se predica la Biblia) y de hablar con Dios (en oración y canto). También les explicamos por qué hacemos estas cosas. Independientemente de lo que pueda suponer un niño de cuatro o catorce años, la adoración en la iglesia no es algo que la gente haya inventado. Dios nos ordena reunirnos para adorar (Heb 10:24-25), cantar alabanzas juntos (Col 3:16), escuchar la predicación (1Ts 2:13), orar juntos (Ef 6: 18) y dar generosamente (2Co 9:7). Y luego, aprovechamos cada oportunidad para mostrarles con la Escritura que pertenecer a la iglesia es esencial para los creyentes. Cuando enseñamos historias bíblicas a los más pequeños, destacamos el hecho de que Adán, Noé y Abraham adoraron con el resto del pueblo de Dios. Reunirse a adorar es de manera sencilla lo que hacen los seguidores de Dios. A los niños mayores les enseñamos que las epístolas del Nuevo Testamento no fueron escritas principalmente a individuos, sino a las iglesias del primer siglo. Esos versículos familiares que conocemos de memoria y que nos mandan a orar (1Ts 5:17) o a buscar la santidad (1P 1:15) son en realidad tareas que toda la iglesia debe hacer en conjunto. A los adolescentes les recordamos que su futuro final no es formar parte del equipo de baloncesto o ingresar a esa universidad de élite; su futuro final es adorar en la iglesia celestial (Ap 7:9). Meditar en estas verdades puede animar a toda la familia a amar la iglesia que Dios ama, aun cuando sea difícil quedarse quieto.
3. Afirmar el valor de los niños en el Reino
A veces a los niños no les gusta la iglesia porque sienten que no pertenecen a ella. Asumen que el sermón no está dirigido a ellos, que nadie en la iglesia se preocupa por ellos y que los domingos por la mañana están simplemente calentando la banca. Como padres, debemos contrarrestar de manera intencional y regular estas falsas suposiciones afirmando el valor de los niños en el Reino El mismo Cristo que recibió a los niños en sus brazos y en su Reino recibe a nuestros niños en su iglesia hoy (Mt 19:13-15). Las congregaciones del Antiguo Testamento (por ejemplo, Esdras 10:1) y las iglesias del Nuevo Testamento (por ejemplo, Colosenses 3:20) incluían niños, de modo que las palabras de la Biblia, ya sea que se lean o se prediquen, están destinadas a los niños. Sus oraciones son armas espirituales (Sal 8:2), sus alabanzas son adoración importante (Mt 21:9-11, 15-16), y su ejemplo piadoso anima a toda la congregación a la santidad (1Ti 4:12). Lejos de ser algo secundario para la iglesia local, los niños son vitales.
4. Invita a los niños a participar
Finalmente, invitamos a nuestros hijos a contribuir. No les pedimos que amen a la iglesia de manera abstracta; les pedimos que amen a su propia iglesia de manera concreta. A su vez, estos actos de amor obediente son herramientas que el Espíritu usa para unir a nuestros hijos a la iglesia y cultivar sentimientos de amor en sus corazones. Los llamamos a estar presentes en la adoración, a escuchar activamente la Palabra y a cantar de todo corazón, aunque balbuceen o se les entrecorte la voz. También los llamamos a servir. Incluso los niños más pequeños pueden unirse a nosotros cuando visitamos a las viudas de la iglesia. Los niños pueden orar por los creyentes perseguidos en todo el mundo y por las personas no creyentes en su propia comunidad. Pueden dar monedas de sus alcancías para apoyar el ministerio del Evangelio. Pueden limpiar mesas, trapear pisos y recoger basura. Pueden sonreír y hacer amigos. Con nuestro apoyo, nuestros hijos pueden usar sus dones para el bien del cuerpo. Me gustaría poder decir que estas cinco prácticas tendrán un efecto inmediato en la vida de sus hijos reacios. Puede que sí. No obstante, de nuevo, puede que no. Así que busquemos la ayuda del Espíritu Santo y perseveremos. Es posible que a nuestros hijos no les guste ir a la iglesia este domingo o el próximo domingo o dentro de cinco años. Sin embargo, enseñarles a amar a «la iglesia de Dios, la cual Él compró con su propia sangre» (Hch 20:28) vale cada sacrificio que hagamos. 

Megan Hill es la autora de A Place to Belong: Learning to Love the Local Church [Un lugar donde pertenecer: aprendiendo a amar la iglesia local].

Este artículo fue publicado originalmente en inglés y traducido con el permiso de Crossway.