Tengan presente que la paciencia de nuestro Señor significa salvación, tal como les escribió también nuestro querido hermano Pablo, con la sabiduría que Dios le dio. (2 Pedro 3:15)
Pedro vuelve a recordarnos que el hecho de que el Señor aún no haya vuelto a juzgar al mundo, como lo prometió, es sinónimo de su paciencia para que las personas puedan arrepentirse y ser salvas. No es reflejo de su indiferencia o de una falta de compromiso con sus promesas, sino que es una muestra de su misericordia. Sin embargo, esta vez agrega algo más a su argumento, pues dice que el apóstol Pablo también escribió lo mismo en sus cartas.
Esta referencia a Pablo en su argumento tiene profundas implicancias. Primero, Pedro nos confirma que las palabras de Pablo, escritas en sus cartas, son parte de la palabra de Dios. Nos dice que las palabras de Pablo no vienen de su propia sabiduría humana, sino que vienen de parte de Dios mismo y su sabiduría, tal como el mismo Pablo lo señaló en sus escritos. Esto hace que podamos leer cada una de las cartas de Pablo con la confianza absoluta de que vienen directamente de la mente de Dios. Podemos confiar en que, cada vez que leemos sus escritos en relación con la gracia, la salvación, la vida eterna, etc., es como si Dios mismo nos estuviera hablando. ¡Qué maravilloso es tener la convicción y la seguridad de que Dios mismo nos habla de manera personal por medio de los escritos del apóstol Pablo, los cuales tenemos el privilegio de leer en nuestras biblias cada vez que lo queramos!
Segundo, nos muestra que, a pesar de que la Biblia fue escrita por diferentes autores, quienes ocasionalmente tuvieron algunas diferencias de pensamiento —como sabemos que ocurrió con Pablo y Pedro—, no tiene contradicciones. Ambos fueron soberanamente inspirados por el Espíritu Santo para escribir lo que Dios quería que escribieran para su iglesia. Por tanto, no solo podemos leer con toda confianza los escritos de Pablo, sino que también podemos leer toda la Escritura con la convicción de que es la sabiduría de Dios mismo.
Tercero, nos muestra que, como hermanos en la fe y por la causa del evangelio, Pablo y Pedro estaban en un mismo espíritu. Pedro le llama “nuestro querido hermano”. Esto es tremendamente relevante puesto que, por palabras del mismo Pablo, sabemos que tuvieron una profunda diferencia práctica en relación con su actitud hacia los gentiles frente a los judíos. Algunos señalan que, a partir de este incidente, se formaron dos alas de la iglesia provocando una gran división en ella bajo los liderazgos de ambos apóstoles. Sin embargo, estas palabras nos muestran con toda claridad que este fue un incidente específico que, delante del Señor, pudieron solucionar a la luz de la misma sabiduría de él. Por la causa del reino, fueron obedientes a Dios y superaron este incidente solucionándolo a la luz de la Palabra y no de su propia sabiduría. Esto nos desafía mostrándonos que los hermanos en la fe e incluso los líderes de la iglesia pueden tener diferencias o conflictos puntuales, pero que pueden y deben solucionarse en humildad a la luz de la Palabra del Señor. Solo su Palabra y sabiduría deben ser nuestra autoridad para resolver las discrepancias doctrinales, e incluso cuando queden cosas en que no se pueda llegar a acuerdo, debemos recordar que, por sobre todo, somos parte de una familia única y especial al ser hijos del único Dios verdadero quien reina por siempre.
A pesar de que Pedro y Pablo tuvieron sus diferencias, pudieron seguir adelante poniendo los ojos en lo único infalible y digno de gloria.
¡Qué alegría saber que, cualquiera sea la circunstancia, Pedro nos muestra seguridad en la revelación de Dios, el amor fraternal cristiano y la unión en la iglesia de Cristo al llamar a Pablo “Querido hermano”!