Por eso, queridos hermanos, mientras esperan estos acontecimientos, esfuércense para que Dios los halle sin mancha y sin defecto, y en paz con él. (2 Pedro 3:14)
Siempre me ha gustado mucho el fútbol y, en mi etapa universitaria, admiraba a Ronaldinho Gaucho quien fue el mejor jugador del mundo los años 2004 y 2005. Soñaba con jugar como el mejor de todos, pero claramente estaba muy lejos de hacerlo. Por ello, imaginaba qué sucedería si un día recibiera, por arte de magia, todo su talento para el fútbol. Claramente no me hubiera quedado en mi casa jugando contra la pared. Me hubiera esforzado al máximo por ocupar ese talento cuanto fuera posible. Imaginaba cómo hubiera tratado de ganar todos los campeonatos de la universidad, me hubiera ido a probar en mi equipo favorito y hubiera llegado a la selección de mi país. No hubiera podido desaprovechar ese enorme y admirado talento que honestamente nunca habría logrado con mis propias capacidades y esfuerzos.
En el verso de hoy, Pedro nos desafía precisamente a eso: a esforzarnos por ocupar todo lo que Dios nos ha dado para la santidad en esta vida aquí y ahora. En los últimos versos nos ha estado desafiando a ello con la realidad del juicio y la venida de Jesucristo.
El lenguaje que utiliza en este verso al decirnos que Dios debe hallarnos “sin mancha y sin defecto” nos recuerda a los animales que se usaban para los sacrificios en el Antiguo Testamento (ej. Éxodo 12:5), donde constantemente se dice que éstos deben ser sin defecto para que sean agradables y aceptados por Dios. Utilizando ese mismo lenguaje, Pedro nos exhorta a esforzarnos cada día para que, cuando Dios mire nuestras vidas, nos encuentre así.
Sin duda alguna, los cristianos creemos que eso es imposible por nuestros propios esfuerzos o capacidades. Creemos que Jesucristo fue el único Cordero de Dios perfecto y sin mancha (1 Pedro 1:19) quien murió en nuestro lugar y nos limpió con su sangre. La Biblia nos muestra con toda claridad que ese regalo que llamamos “gracia de Dios” (recibido cuando Dios entregó a su Hijo por nosotros sin que lo mereciéramos) no es excusa para la pereza. Por el contrario, gracias a Cristo y por medio de su Espíritu Santo en nosotros, nos ha dado lo necesario para que podamos esforzarnos por actuar como Cristo lo haría y seguir su ejemplo. Esta serie de devocionales tiene por nombre “Verificación de identidad” pues Pedro, a lo largo de toda su carta, nos muestra cómo se ven en la práctica los que han recibido el perdón de Dios por medio de la obra de su Hijo y ahora son sus hijos también. Frente a eso, Pedro nos vuelve a recordar y a mostrar que, cuando alguien es verdaderamente un hijo de Dios, usa todo lo que Dios le ha dado para esforzarse cada día y en cada circunstancia por actuar en obediencia a Dios. La realidad y cercanía del futuro juicio de Cristo debe recordarnos esta verdad constantemente, pues como hemos dicho, la gracia nunca debe ser usada como excusa para ser perezosos en la obediencia.
Obviamente nos vamos a equivocar y vamos a fallar —pues en esta vida nuestra transformación a la imagen de Cristo es gradual—, pero jamás deberíamos llegar a pensar o decir “da lo mismo cómo actúe en esta circunstancia ya que, al final, soy perdonado en Cristo”. La experiencia de su perdón de forma particular, en cada momento, debe empujarnos hacia un mayor esfuerzo de obediencia a nuestro Dios. Así se ven verdaderamente los hijos de Dios y así debe encontrarnos el Señor cuando decida volver. Si efectivamente hemos recibido el Espíritu de Cristo para poder ser conformados a su imagen y mostrar sus frutos en nuestras vidas, no podemos quedarnos en la casa y desaprovechar ese talento santo. Eso es incongruente. Debemos salir a esforzarnos al máximo por mostrar el talento de Cristo en vidas de obediencia.
Por eso te animo a que ahora mismo te examines y te preguntes cómo ha sido tu vida cristiana los últimos meses. ¿Has estado esforzándote por obedecer al Señor en cada momento de tu vida? ¿O has estado usando la gracia como una excusa para la pereza de tu santidad?
Esfuérzate para que cada día y en toda circunstancia obedezcas al Señor como el mejor de todos.