Si habiendo escapado de la contaminación del mundo por haber conocido a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, vuelven a enredarse en ella y son vencidos, terminan en peores condiciones que al principio. Más les hubiera valido no conocer el camino de la justicia, que abandonarlo después de haber conocido el santo mandamiento que se les dio. En su caso ha sucedido lo que acertadamente afirman estos proverbios: «El perro vuelve a su vómito», y «la puerca lavada, a revolcarse en el lodo». (2 Pedro 2:20-22)
Pedro cierra esta sección sobre los falsos maestros diciendo que dejaron la corrupción del mundo, se introdujeron en la vida de la iglesia, probaron la vida cristiana, pero finalmente volvieron a su vida antigua. Esta situación los dejó en una peor condición que aquella en la que se encontraban antes de “experimentar” el cristianismo. La razón es que, de alguna manera, ahora tienen menos esperanza de salvación pues ya pasaron por la vida cristiana y han rechazado desde el conocimiento, en forma explícita, el único camino de salvación. Además, la Escritura deja claro en muchos lugares que, entre más conocimiento tengamos de Dios al rechazar su verdad, mayor será nuestro castigo. Así, hubiera sido mejor que no conocieran la fe cristiana para que todavía tuvieran una esperanza de responder correctamente a ella sin haberla “probado”. Frente a esto, Pedro dice que son como un perro que vuelve al vómito o un chancho que vuelve a revolcarse. Estas personas nunca cambiaron su naturaleza. Inicialmente dejaron su vómito, pero siguieron siendo perros: se comportaron como cristianos, palparon la vida piadosa, recibieron las bendiciones de ella, pero finalmente volvieron a su propio vómito por más sucio, maloliente y asqueroso que éste fuera. Es decir, claramente no nos está diciendo que fueron cristianos y luego dejaron de serlo, sino que, sin cambiar de naturaleza, vivieron la vida cristiana para luego volver a su antigua vida [1]. La ilustración del chancho es muy apropiada también, ya que, aun cuando externamente fueron limpios de la corrupción del mundo y se mostraron como cristianos por un tiempo, tarde o temprano volvieron a revolcarse en el lodo porque nunca dejaron de ser chanchos.
Pedro, como un buen pastor que está preocupado por sus ovejas, hace una advertencia final para cerrar esta sección diciéndole a la iglesia que no se deje engañar por estos falsos maestros, pues a pesar de que ellos se reconocen como cristianos verdaderos —y externamente en muchas cosas parecen serlo—, su naturaleza no ha cambiado y nunca han sido parte de la iglesia verdadera. En una de sus cartas, el apóstol Juan también lo expresa con toda claridad, diciendo: “Aunque salieron de entre nosotros, en realidad no eran de los nuestros; si lo hubieran sido, se habrían quedado con nosotros. Su salida sirvió para comprobar que ninguno de ellos era de los nuestros” (1 Jn 2:19).
La perseverancia es la prueba de nuestra fe verdadera. Estos falsos maestros saldrán un día de la comunidad de fe, rechazarán el evangelio y al Señor Jesús —a quien un día dijeron seguir—, y mostrarán con ello que nunca fueron cristianos verdaderos. Por ello, la mejor forma que tenemos de asegurarnos de que no hemos sido atrapados por ellos es seguir perseverando hasta el último de nuestros días y continuar reconociendo nuestra necesidad y dependencia del Señor Jesús sin añorar la condición de la cual fuimos sacados.
Pedro nos muestra que aquellas cosas que atraen y desvían nuevamente a los falsos maestros son como el vómito o el barro. Realmente hay que ser un perro o un chancho para abandonar por ellas todos los tesoros de la fe cristiana.
Qué triste es ver cómo personas que parecían tan comprometidas en las iglesias, que participaron de misiones, o fueron incluso profesores bíblicos, terminaron un día prestando oídos a los ofrecimientos de los falsos maestros y sus ídolos, y rechazaron al Señor Jesús desde el conocimiento, habiendo ya “probado” el cristianismo, para volver a su antigua vida.
Debemos repudiar el pecado y los ídolos y ver cómo estas cosas nos hacen ofender y pisotear a nuestro Creador. Confiando en nuestro Señor Jesús hasta el último de nuestros días, debemos perseverar mientras oramos para que ni nosotros ni nuestros hermanos seamos arrastrados por los engaños de estos personajes y terminemos un día como un perro volviendo al vómito.
[1] Schreiner, T. R. (2003). 1, 2 Peter, Jude (Vol. 37, p. 365). Nashville: Broadman & Holman Publishers.