Les prometen libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción, ya que cada uno es esclavo de aquello que lo ha dominado. (2 Pedro 2:19)
Desde hace algunos años, en nuestro país, están de moda las estafas telefónicas. Estas llamadas, por lo general, vienen desde la cárcel. En una ocasión llamaron a mi casa diciendo que yo estaba preso por un accidente de tránsito, y que para poder ser liberado, la persona que cuidaba nuestra casa debía entregar todas nuestras cosas de valor. Gracias a Dios le habíamos advertido de este tipo de estafas y cortó el teléfono sin creer una palabra. La ironía es que alguien desde la cárcel misma llamaba para ofrecer mi falsa libertad a cambio de todas nuestras cosas “de valor”.
Hoy Pedro nos advierte de este tipo de estafas tal como nosotros, oportunamente, pudimos advertir a la persona que cuida nuestra casa. Hay falsos maestros que están ofreciendo una libertad falsa desde la cárcel misma o, en este caso, desde la esclavitud del pecado.
Como ya hemos visto en los versos anteriores, los falsos maestros ofrecen un tipo de vida cristiana en la que las personas pueden ser “libres” al no tener que preocuparse por su obediencia a Dios. Sin embargo, Pedro nos dice que esta es una contradicción, pues con sus propias vidas nos muestran que esta libertad es una ilusión, ya que son esclavos de la corrupción. Es decir, creen ser libres para pecar, pero en verdad son esclavos de sus propios pecados. Son dominados por sus pasiones desordenadas. No pueden dejarlas, les sirven de día y de noche con su tiempo, mente, cuerpo, y recursos, y están dispuestos a dar todo lo “de valor” por ellas.
Quienes caen en su estafa comienzan a creer que la vida cristiana sólo se trata de mi actitud durante el servicio, de cuán fuerte canto, de cuánto ofrendo, etc., y que eso de alguna manera les faculta para no preocuparse de su santidad cuando no están en las “actividades” cristianas. Esto ya había sido advertido por el profeta Ezequiel en el Antiguo Testamento:
“Y se te acercan en masa, y se sientan delante de ti y escuchan tus palabras, pero luego no las practican. Me halagan de labios para afuera, pero después sólo buscan las ganancias injustas.” (Ez 33:31)
La Biblia nos muestra que la verdadera adoración se da sobre todo cuando no estamos en la iglesia sino en las cosas cotidianas a lo largo de la semana. No somos libres “de” adorar, sino que tenemos el privilegio de ser libres “para” ello. Esto lo expresa con toda claridad también Pablo:
“Pero ahora que han sido liberados del pecado y se han puesto al servicio de Dios, cosechan la santidad que conduce a la vida eterna.” (Ro 6:22)
Muchas iglesias enfatizan la libertad que Cristo logró, y punto. Si bien eso es algo acertado, es incompleto, pues Pablo nos muestra que hemos sido liberados de la esclavitud del pecado para ahora ponernos bajo el señorío y servicio de Dios. Somos libres del pecado para ahora servir a Dios y, por tanto, obedecerle. Entonces siempre seremos servidores de alguien, no simplemente libres como a los falsos maestros les gusta enfatizar. La pregunta es: ¿Serviremos al pecado, o al Señor? [1]
Hemos visto a lo largo de la carta de Pedro cuán importante es la moral en la vida cristiana, y Dios, en su poder, nos ha librado de la esclavitud del pecado para que le sirvamos en toda nuestra vida. Tenemos el privilegio de poder glorificar a Dios con todas nuestras actividades y relaciones. Somos llamados a darlo a conocer al mundo por medio de la manera en que actuamos. Nuestra lógica pecaminosa dice que al insulto se responde con insulto, pero él nos ha hecho libres de eso para poder responder con paciencia, amabilidad, e incluso con amor, tal como Jesús lo hizo. Somos libres para amar a nuestros enemigos, para perdonar a los que nos ofenden, para ser generosos sin necesidad de que nos vean, para ser fieles en el matrimonio, para decir la verdad en toda circunstancia, para orar por los que nos maldicen y bendecir a los que nos tratan mal, para poner los intereses del otro por sobre los nuestros, etc.
La advertencia de Pedro ha sido lo suficientemente clara para que la próxima vez que alguien nos llame para ofrecernos libertad a costa de nuestra obediencia al Señor, sepamos de inmediato que es sólo otra estafa telefónica.
[1] MOO, D. J. (1996). 2 Pedro, Judas (pp. 141-145). Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House.