¡Atrevidos y arrogantes que son! No tienen reparo en insultar a los seres celestiales, mientras que los ángeles, a pesar de superarlos en fuerza y en poder, no pronuncian contra tales seres ninguna acusación insultante en la presencia del Señor. (2 Pedro 2:10b-11)
Hace varios años vi una película llamada “Ciudad de Ángeles” donde, en resumen, un ángel se enamoraba de una mujer que debía cuidar. Si bien era una película muy romántica e incluso entretenida, reflejaba muy bien el concepto simplista que la sociedad moderna tiene de los ángeles: que son seres puestos únicamente para ayudarnos. En los versos de hoy, Pedro va a desafiar la actitud que los falsos maestros estaban teniendo frente a los seres celestiales, y con ello, nuestra propia actitud frente al tema.
Pedro, continuando con una descripción detallada de los falsos maestros, los retrata ahora como atrevidos y arrogantes. Sin embargo, para describir cómo se expresaba esta arrogancia, agrega también palabras muy llamativas (y no fáciles de traducir). No podemos aquí hacer un análisis minucioso del griego, pero tal parece que lo que Pedro está diciendo es que la arrogancia de los falsos maestros se manifestaba en los insultos que dirigían a los ángeles malos o caídos [1]. En contraste, plantea que ni siquiera los ángeles buenos se atreven a acusar o insultar delante del Señor a estos ángeles caídos [2].
Las expresiones prácticas de esto podían ser diversas, pero aun cuando no las conocemos en detalle, podemos suponer algunas cosas a partir de los ejemplos del pasado y de nuestros propios días.
Anteriormente, Pedro, para mostrarnos el futuro juicio de estos falsos maestros, nos citó el ejemplo de los ángeles caídos de Génesis 6, quienes desearon y tomaron mujeres. Por tanto, una posibilidad es que los falsos maestros hayan estado menospreciando la conducta de todos los ángeles para así justificar la propia, la cual, como vimos, según ellos no guarda relación con la fe [3]. Probablemente hayan dicho cosas como: “Si los ángeles lo hacen, ¿qué puede entonces esperarse de mí, que soy un simple mortal?”.
¿Has tú llegado a justificar tu pecado comparándote con lo que otros hacen o incluso señalando casos que la misma Biblia nos presenta?
Otra posibilidad es que, como los falsos maestros eran escépticos que negaban incluso que los ángeles caídos experimentarían el juicio del Señor, los hayan “calumniado” de la manera más básica negando su existencia, o bien, descartando que caerían en las manos de ellos por llevar vidas pecaminosas [4].
¿Tomas en serio lo que la Biblia dice con respecto a los ángeles, los demonios y, en general, el mundo espiritual? ¿Crees que, como dice Pablo, “nuestra lucha no es contra carne ni sangre, sino contra huestes espirituales” (Ef 6:12)?
Otra opción es que puedan haberles dado una atención negativa a estos seres. Estamos en una época de un despertar de lo espiritual. Es muy común que las personas piensen en los espíritus como seres exclusivamente puestos para ayudarles. Las personas consultan con libertad el tarot, el horóscopo, juegan con la ouija (que puede encontrarse fácilmente en el supermercado), asisten a sesiones de espiritismo, etc. Las personas creen que los ángeles y todo lo celestial es algo con lo que pueden jugar y que está disponible solo para su servicio y entretención [5].
Como seres espirituales que somos, tenemos una gran hambre espiritual que satisfacer, pero muchos (a veces incluso cristianos) lo hacen de manera incorrecta prestándoles una excesiva o incorrecta atención a estas cosas. Solo Jesucristo es el pan de vida quien puede satisfacer nuestra hambre espiritual para siempre (Jn 6:35). ¿Cómo tú satisfaces tu hambre espiritual?
Dijimos, sin embargo, que la contraparte de estos falsos maestros son los propios ángeles buenos, quienes a pesar de ser más poderosos que los ángeles caídos (y mucho más que los propios falsos maestros), no se atrevieron a acusarles delante del Señor sino que confiaron su destino en las manos del único que puede hacer justicia. Esto es lo que se menciona, por ejemplo, en Judas 9, en el caso de Miguel, quien entregó al diablo en las manos del Señor sin atreverse a maldecirlo, sino diciéndole: “¡Que el Señor te reprenda!”
Los cristianos, por tanto, no debemos relativizar nuestras propias faltas poniendo el foco acusatorio en los pecados ajenos, sino dejemos el juicio de cada cual en las manos de nuestro Señor —el único verdaderamente justo—. Tengamos, finalmente, cuidado de no recorrer despreocupadamente el camino de los seres espirituales caídos, ni de terminar, como los arrogantes falsos maestros, jugando con ángeles.
[1] Schreiner, T. R. (2003). 1, 2 Peter, Jude (Vol. 37, p. 348). Nashville: Broadman & Holman Publishers.
[2] Moo, D. J. (1996). 2 Peter, Jude (p. 139). Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House.
[3] Carson, D. A., France, R. T., Motyer, J. A., & Wenham, G. J. (2000). Nuevo comentario Bı́blico: Siglo veintiuno (electronic ed., 2 P 2.12). Miami: Sociedades Bı́blicas Unidas.
[4] Moo, D. J. (p. 139).
[5] Ibíd.