…y al afecto fraternal, amor. (2 Pedro 1:7)
Pedro finaliza el listado de las virtudes cristianas, que debemos esforzarnos por añadir, con el amor. Cuando el cristiano conoce el amor de Dios y comprende la buena noticia, de que Dios le ha amado tanto, que envió a su Hijo único, para morir por sus pecados y llevarle a una vida eterna junto a él, su vida entera se ve inundada por este amor maravilloso, voluntario, incondicional y fuera de toda comprensión. A pesar de que nos encontrábamos en desobediencia frente a Dios, siendo literalmente sus enemigos, Jesús entregó su vida por nosotros. Este es un amor que cae con la potencia de una represa que abre sus compuertas sobre un campo completamente seco, inundando cada pequeña grieta de nuestras vidas y cada lugar de sequedad de falta de amor, preocupación, desilusión o inseguridad.
Cuando realmente hemos comprendido lo que Dios ha hecho en Cristo, nos sentimos abrumados, agradecidos, alegres, seguros y ahora todo tiene una nueva perspectiva frente a nosotros. Pero este amor no es algo que solamente recibimos para llenar nuestros estanques, sino que debe fluir necesariamente por medio de nuestras vidas hacia todas las personas que nos rodean.
El amor de Dios entregado en la cruz y en el día a día, por medio de su cuidado como nuestro Padre, hace que nuestro estanque sea llenado constantemente, haciéndonos olvidar la idea de cerrar las compuertas de nuestra vida por miedo de que un día podamos volver a estar secos o agrietados.
Constantemente sentimos una cierta inseguridad en amar a todas las personas que nos rodean, pues tenemos el miedo de salir heridos o no ser correspondidos. Pero al comprender el verdadero e inagotable amor de Dios, perdemos ese miedo, pues gracias a él, la correspondencia de ese amor no se hace necesaria. Somos libres para amar, sin temor, gracias a esa maravillosa realidad. Este amor se traduce en un deseo deliberado de buscar lo mejor para los demás, con acciones concretas de sacrificio por ellos. Esto es lo que Dios hizo por nosotros, por medio de Jesús, es lo que espera que hagamos como sus hijos y es lo que está dispuesto a hacer posible en nosotros, por medio de su Espíritu Santo.*
La razón de este amor no está en el objeto receptor de ese amor, sino en quien ama. De la misma manera que el amor de Dios no viene por nuestro valor, sino por quién es él, y ahora como hijos de este Dios de amor, la razón de amar al otro, tampoco debe encontrarse en los demás, sin importar quiénes sean o cómo actúen con nosotros.
Personalmente me costó muchos años, como cristiano, entender y experimentar este efecto del amor de Dios en relación a los demás. Y aún debo orar mucho para no olvidarlo. Durante mi niñez y juventud tuve que sufrir varias circunstancias familiares bastante difíciles que me hicieron crecer con una gran inseguridad y temor a ser herido por las personas que me rodean. Eso hizo que me convirtiera en una especie de puerco espín y lamentablemente muchas personas que me rodean han sufrido con algunas de mis espinas. Cada vez que alguien hace o dice algo que pueda afectarme, tiendo a reaccionar defendiéndome, sacando mis espinas para que no me hagan daño. Sin embargo, hace muy poco tiempo comprendí profundamente cómo el amor de Dios tenía la capacidad de inundar de tal forma mi vida, que podía amar en libertad, sin temor a salir herido. Aún en estos días sigo viviendo algunas situaciones difíciles, pero independiente de lo que pase, el amor de Dios en mi vida, demostrado en su máxima expresión en la cruz de Cristo, me permite amar en libertad y total seguridad, independiente de lo que las personas hagan o digan. Esto fue un gran alivio para mí pues ha sido muy desgastante vivir una vida a la defensiva. Ahora puedo ver cómo el evangelio me hace bajar el escudo, pues él es mi roca firme y su amor el mejor campo de fuerzas de todos.
El amor, como dice Pablo (Col. 3:14), debe ser la ropa con la que los cristianos debemos vestirnos cada día. Debe ser lo que resalta de nuestras vidas y lo primero que deben identificar las personas que nos rodean al vernos. Debe ser lo que nos caracteriza por sobre todas las cosas.
Por tanto no hay mejor elemento que el amor para terminar esta lista de virtudes que Pedro nos ha expuesto. Día a día debemos llenar la represa de nuestra vida gozándonos en el infinito amor que Dios nos ha dado en rescatarnos por medio de Jesús y rebalsar de ese amor a los que nos rodean, con la alegría, seguridad y descanso de una vida con compuertas abiertas.