…al entendimiento, dominio propio; al dominio propio, constancia… (2 Pedro 1:6)
La manera más segura que tienen los joyeros de probar la autenticidad de los diamantes es mediante la prueba del agua. Si bien los diamantes falsos nunca brillan igual que uno verdadero, generalmente no es fácil hacer esta distinción a simple vista. Por ello se ocupa este método para asegurarse de su veracidad. Al poner los diamantes bajo el agua, el auténtico sigue brillando en ella, sin embargo, la imitación pierde todo su brillo.
Así mismo, existen muchos cristianos que están confiados en la autenticidad de su fe, la cual parece brillar delante de la iglesia, pero cuando sufren alguna prueba, dejan de creer. Pero los que genuinamente han puesto su confianza en Jesús, su fe sigue brillando a pesar de las circunstancias.
Por tanto esta virtud que ahora menciona Pedro es algo trascendental. Esta constancia o perseverancia viene de la palabra griega hypomone, la que surge de la unión de dos palabras que significan “bajo” y “permanecer” [1]. Es decir, la constancia cristiana no solo tiene que ver con la permanencia en la fe a lo largo del tiempo, sino que la permanencia bajo circunstancias de prueba. Nuestra fe en Jesús debe ser como el brillo constante de una estrella más que el brillo pasajero de un meteorito, que al entrar a la tierra se ve encendido, pero que rápidamente se consume [2]. Por tanto, una característica esencial de la verdadera fe es que ésta perdura a través del tiempo, aun bajo la más dura resistencia.
A lo largo de nuestra vida cristiana somos probados de diversas formas. Las pérdidas ocurren sin previo aviso, las enfermedades cambian nuestra vida en un instante, los problemas financieros destruyen nuestros anhelos y deseos, los amigos, a veces, nos rechazan, las desilusiones amorosas dejan desilusión, etc. Todas estas circunstancias son una potencial amenaza a nuestra fe. Parecen decirnos que Dios se ha olvidado de nosotros y que en verdad no nos ama.
Producto de estas reales y constantes amenazas a nuestra fe es que Pedro nos llama a esforzarnos en nuestra perseverancia. Para ello debemos primero que todo orar. Pues no podemos hacerlo por nuestras propias fuerzas, sino que solo el poder de Dios lo puede hacer posible. Debemos orar tanto por nosotros como por nuestros hermanos al igual que como lo hizo Pablo por los Colosenses para que ellos pudieran: “ser fortalecidos en todo sentido con su glorioso poder. Así perseverarán con paciencia en toda situación” (Col. 1:11).
Además debemos poner nuestra mirada en Jesús. Él es nuestro ejemplo sublime de perseverancia tal como lo mencionó el autor de Hebreos: “Así, pues, consideren a aquel que perseveró frente a tanta oposición por parte de los pecadores, para que no se cansen ni pierdan el ánimo” (Heb 12:3).
Debemos mirarlo, con atención y detalle, recordando todas las diversas pruebas que debió soportar. Todas las innumerables razones que tuvo para poder renunciar a su misión. Pero a pesar de toda oposición, él siguió adelante por amor a cada uno de nosotros, para que pudiéramos tener una vida terna junto a él.
Que la gracia de Dios, por medio de su poder y el ejemplo sublime de Cristo, nos permita seguir brillando con fuerza como diamantes genuinos, aun en medio de la prueba del agua de las circunstancias más difíciles de nuestra vida.
[1] Moo, D. J. (1996). 2 Pedro, Judas (pp. 45-46). Grand Rapids, MI: Zondervan Publishing House.
[2] Green, M. (1987). 2 Peter and Jude: an introduction and commentary (Vol. 18). Downers Grove, IL: InterVarsity Press.