…al entendimiento, dominio propio… (2 Pedro 1:6)
Pedro, continuando con la lista de virtudes que los cristianos deben esforzarse por añadir a su vida, menciona ahora el dominio propio.
El miércoles 9 de noviembre de 1994, un hombre, en West Haven, Connecticut, iba en su automóvil cuando notó que tenía un problema con sus frenos. Se movió a un costado para revisarlo, pero al bajarse, fortuitamente pasó a llevar la reversa, y sumado a la inclinación del pavimento, el automóvil empezó a moverse hacia atrás, sin nadie al volante. Luego de unos segundos, el volante se giró, justo en una intersección, por lo que el automóvil comenzó a girar en círculos a gran velocidad. Aunque parezca increíble, estuvo sin detenerse por casi 2 horas, hasta que los bomberos lograron hacerlo. Este particular episodio dejó con graves daños al propio automóvil y a muchos otros que se toparon con este vehículo sin control. [1]
El dominio propio es como
un conductor atento, capacitado y con las manos bien puestas en el volante, frente a los peligros y desniveles del camino. Sin él, las personas dejan que sus vidas se conduzcan por sus pasiones desordenadas y las inclinaciones del terreno que el mundo presenta.
Aristóteles reconocía que los seres humanos eran sujetos sin control que estaban dominados por sus propios deseos desordenados, los que les llevaban a pecar voluntariamente. Sin embargo, él no tenía una solución para ello. [2]
Frente a esta realidad, que Aristóteles correctamente menciona, aparece el dominio propio en la vida cristiana. Éste se aplica a todas las áreas de nuestra vida, pero aquí en 2 Pedro tiene un especial acento en la tentación sexual.
Pablo agrega que este es un fruto del Espíritu Santo en nuestras vidas. Esto significa que es un regalo que viene como consecuencia de que el Espíritu esté en nosotros. Esto no significa una actitud pasiva frente al pecado, sino que involucra de nuestra parte el esforzarnos por usar este poder que Dios ha puesto a nuestra disposición.
El mismo concepto del “dominio propio” nos muestra que, aun siendo cristianos, nuestro corazón va a seguir teniendo algunos deseos que deben ser dominados y no satisfechos. Implica que, a pesar de que tengamos el Espíritu, no todo lo que nuestro ser anhela será correcto, por lo que debemos dominar ciertos anhelos que no agradan a Dios. Sin embargo, el dominio propio es algo mucho más profundo que simplemente decir que no a cosas que deseamos. Muchas filosofías llaman a negarse a las pasiones de todo aquello que es considerado como incorrecto, pero fundamentadas solo en la fuerza del individuo y en su capacidad de aislarse del mundo para ello. Al contrario, el dominio propio cristiano viene como consecuencia de haber puesto nuestra fe en Jesús. Gracias a ello confiamos en que hemos recibido la capacidad de resistir al pecado, pues hemos quedado libres de su poder que antes nos mantenía dominados. Además confiamos en que, aun cuando eso que deseamos nos dará algún tipo de satisfacción o placer, encontramos una satisfacción mucho mayor en nuestro Dios. Finalmente descansamos en que además Jesús nos ha liberado de la condena de cuando caemos, lo que nos impulsa aun más a obedecer a Dios en el futuro. [3]
Pero además el dominio propio no solo implica una resistencia, sino que implica tomar un plan de acción que nos ayude a luchar de manera eficaz. Significa pedir ayuda a amigos en la fe que puedan orar por nosotros, darnos consejo y preguntarnos constantemente sobre este tema. Significa orar constantemente por ello y buscar consejo en la Palabra. Y también implica reconocer nuestras limitaciones y tomar desiciones sabias frente a ellas. [4]
Un buen ejemplo lo encontramos en José (Gn. 39), quien a pesar de los constantes ofrecimientos de la esposa de un funcionario del faraón para que tuviera sexo con ella, se resistió, llegando incluso a tener que literalmente salir arrancando. Este fue un hombre que, a pesar de tentadores ofrecimientos y óptimas circunstancias, con la ayuda del Espíritu Santo no sacó las manos del volante, y evitó así dejarse llevar por los atrayentes desniveles de pecado de este mundo.
[1] Larson, C. B. (2002). 750 ilustraciones atractivas para predicadores, maestros y escritores (p. 498). Grand Rapids, MI: Baker Books.
[3] Piper, John, (2001). The Fierce Fruit of Self-Control.
[4] Ed Welch, (2001). “Self Control: The Battle Against ‘One More’”: (pp. 24-31).