A menudo no pensamos mucho sobre las horas posteriores al último respiro de Jesús en la cruz. Durante Semana Santa nos centramos en los eventos del jueves, viernes y domingo, y con toda razón. Sin embargo, ¿qué sucede con las largas y confusas horas que hay entre la muerte y la resurrección de Jesús?
Al menos podemos imaginar que las cosas podrían haber sido diferentes: ¿qué habría pasado si no hubiera existido un sábado entre la muerte de Cristo y su resurrección? Jesús podría haber agonizado en la cruz por muchas horas y, luego, tan pronto como se detuvieron los latidos de su corazón, haber vuelto a la vida (quizás destrozando la cruz en mil pedazos mientras resucitaba). O por lo menos la resurrección podría haber ocurrido en algún punto de la tarde del viernes, librando a Jesús de la vergüenza del entierro y triunfando sobre la muerte de manera más pública.
Sin embargo, no fue así. Evidentemente, para conquistar la tumba, Él tuvo que ir a ella. Jesús no solo tuvo que morir, sino que también tuvo que estar muerto por un intervalo de tiempo.
Hoy recordamos ese terrible vacío en el tiempo entre la pesadilla de la tarde del viernes y la vindicación gloriosa del domingo por la mañana. Recordamos ese periodo de discordia, suspenso y confusión, mientras el cuerpo de Jesús se enfriaba y endurecía, y el infierno parecía triunfar y cada luz en el mundo parecía haberse extinguido.
Apenas puedo imaginar lo que hubiera sido vivir ese día. Si es que hubo un momento de desesperación, con seguridad era este. Y ahí, en el punto más oscuro, en las horas de más desesperación, los evangelios no nos presentan una desesperanza inmóvil y vil, sino que con un hermoso despliegue de devoción y lealtad a Jesús, cuando José de Arimatea se presenta ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús con el fin de poder sepultarlo durante esas largas horas entre la crucifixión y la resurrección.
Inicialmente, podríamos no darnos cuenta cuán heroico fue este acto. Sin embargo, por muchas razones, fue una demostración maravillosa de valentía y de sacrificio que podría inspirarnos a seguir obedeciendo a Dios en medio de las noches oscuras y solitarias de nuestras propias vidas.
Una obediencia valiente
En primer lugar, este acto fue valiente. Era arriesgado relacionarse con un criminal culpable; de ahí el abandono que Jesús sufrió de todos los otros discípulos (Mr 14:50) y las negaciones de Pedro (Mr 14:68, 70, 71). Otros ya habían dejado de mostrar demasiado interés (Mr 14:51). Por esta razón, Marcos 15:43 dice que José «se atrevió a presentarse ante Pilato» para hacerle la petición del cuerpo de Jesús.
Por otra parte, José y Nicodemo (a quien incluye el registro de Juan) tenían mucho que perder. Ambos eran fariseos de un rango muy superior: miembros del Sanedrín, el concilio vigente judío. Marcos describe a José como un «miembro distinguido del Consejo» (Mr 15:43). Mateo agrega que era adinerado (Mt 27:57).
El conflicto entre Jesús y los fariseos había estado hirviendo por años y sabemos cómo terminó. Si se era un fariseo, honrar a Jesús al sepultar su cuerpo significaba que rendías tu posición de seguridad y que desertabas para ir al (aparentemente) lado perdedor.
Me pregunto qué pasó por la mente de José en el momento en que fue escoltado ante Pilato.
Una obediencia triste
En segundo lugar, este fue un acto triste. Hombres educados y adinerados como Nicodemo y José generalmente no realizaban trabajos de baja categoría como sepultar muertos. Este era un asunto apestoso y sucio que realizaban los sirvientes, no los miembros respetados del Sanedrín.
Me pregunto si al principio José y Nicodemo fueron un poco torpes con las sábanas de lino.
Mateo registra que José era un discípulo de Jesús (Mt 27:57). Lucas lo llama «un hombre bueno y justo» (Lc 23:50) que no aprobaba la crucifixión de Jesús y que «esperaba el reino de Dios» (Lc 23:51). El comportamiento de Nicodemo también está enmarcado positivamente debido a su conversación inicial con Jesús en Juan 3 (Jn 7:50.51; 19:39).
Entonces, estos hombres amaban a Jesús. Por lo tanto, imagínense el peso del dolor que sentían mientras llevaban su cuerpo sin vida. Los cuerpos muertos siempre son estremecedores. No es natural ver ojos sin vida mirándote. Sin embargo, cuando es alguien a quien amas y respetas, el dolor se exacerba.
¡Qué palabras podrían expresar la rareza y la tristeza de mirar con detención a los ojos sin vida del mismo Hijo de Dios!
Una obediencia costosa
En tercer lugar, este acto fue costoso. Lucas 23:53 menciona que la tumba era una en la que «todavía no se había sepultado a nadie». Cavar una nueva tumba era caro, así como también suministrar sábanas de lino y especias. De hecho, el registro de Juan cuenta que Nicodemo llegó con unos treinta y cuatro kilos de mirra y áloe (Jn 19:39), lo que era una increíble suma de dinero.
Me pregunto, si Nicodemo estaba casado, ¿qué pensó su esposa sobre el manejo de sus finanzas?
La preparación del vuelco de la historia
La sepultura de Jesús es una parte importante de la historia del Evangelio. El Credo de los Apóstoles narra que Jesús «fue crucificado, muerto y sepultado». En un importante resumen del Evangelio, Pablo cuenta que «[…] que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras» (1Co 15:3-4 [énfasis del autor]).
Uno se pregunta: ¿cuán diferentes se verían los acontecimientos del fin de semana de la Pascua lejos de la valentía de José y Nicodemo? Obviamente Dios podría haber resucitado el cuerpo de Jesús en otro lugar. O podría haberlo transportado a la tumba por otros medios. Sin embargo, Dios honró la lealtad y el sacrificio de estos hombres al hacer que tuvieran un rol de importancia fundamental en la narrativa del Evangelio.
José y Nicodemo no sabían eso. Mientras comenzaba el sábado (Lc 23:54), habría sido fácil para ellos pensar que su vida había terminado. Habían gastado su dinero y habían perdido su estatus. Su futuro no se veía particularmente claro en ese momento. No obstante, por medio de este hecho, Dios preparó las condiciones para el vuelco de toda la historia. Dios tomó lo que parecía ser un final sombrío y lo transformó en un comienzo glorioso.
La verdadera obediencia nunca es un desperdicio
Amigo, ¿el camino a la obediencia se siente oscuro y difícil para ti? ¿Estás en medio de una larga noche de viernes o de un sábado solitario?
Recuerda que la mañana del domingo final (la restauración de todas las cosas) aún está por venir. Como José y Nicodemo, no sabemos lo que Dios hará mañana con nuestros esfuerzos de hoy. La verdadera obediencia nunca es un desperdicio. ¿Quién sabe qué gloria podría estar aún por revelarse en la nueva tierra, en un trillón de años, por tu difícil obediencia hoy?
Gavin Ortlund © 2017 Desiring God. Publicado originalmente en esta dirección. Usado con permiso.
Gavin Ortlund
Gavin Ortlund (PhD, Fuller Theological Seminary) sirve como pastor principal de la First Baptist Church de Ojai en Ojai, California. Es autor de varios libros y conduce el popular canal de YouTube Truth Unites [La verdad une]. Gavin y su esposa, Esther, tienen cinco hijos.