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Cinco mitos acerca de la Reforma
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Este artículo es parte de la serie Cinco mitos publicada originalmente en Crossway.
¿Deberíamos estar celebrando?
En este momento del año muchos protestantes celebran la Reforma. Para algunos, sin embargo, se siente extraño celebrar un evento que dividió a la iglesia. ¿No oró Jesús por la unidad de la iglesia? Otros no tienen dificultad en celebrar la Reforma al verla como el comienzo de todo lo que valoran en la historia de la iglesia.
¿Cuál es la mejor manera en la que los protestantes de hoy deben mirar la Reforma? ¿Deberíamos verla como una celebración de cumpleaños o como un feo divorcio?
La sabiduría favorece una actitud equilibrada que puede apreciar las conquistas logradas por la Reforma mientras evalúa con precisión su contexto y objetivos. Con este fin, aquí hay cinco mitos sobre la Reforma que debemos evitar.
Mito n°1: la Reforma fue el renacimiento de la iglesia
Algunos retratos de la Reforma dan la impresión de que la iglesia había muerto y que después volvió a la vida. Los reformadores mismos, ciertamente, no pensaban así. Ellos afirmaban que Dios siempre ha preservado a su iglesia, incluso en las épocas de más oscura corrupción, y dedicaron sus esfuerzos a reformarla, no a hacerla renacer.
Martín Lutero, por ejemplo, estaba convencido de que la iglesia nunca había muerto y calificó sus críticas a la Iglesia de Roma para reflejar esta preocupación: «aún hoy llamamos santa a la Iglesia de Roma y a todas sus sedes, aun cuando han sido socavados y sus ministros son impíos […]. Sigue siendo la iglesia». De manera similar, Juan Calvino rechazó la noción de que la iglesia «ha estado sin vida por algún tiempo», y argumentó desde Mateo 28:20 que «la iglesia de Cristo ha vivido y vivirá mientras Cristo reine a la diestra del Padre».
Los posteriores teólogos protestantes desarrollaron esta noción de la preservación de la iglesia, a menudo en respuesta a las críticas católica romana de la novedad. Francis Turretin, por ejemplo, argumentó que «nuestra iglesia estaba en el papado mismo, de la misma manera en que Dios siempre preservó en medio de Babilonia un remanente para sí mismo según la elección de su gracia». Declaraciones como esta distinguieron la Reforma magisterial, y las tradiciones que engendró, del separatismo más radical de los anabaptistas.
Mito n°2: la Reforma fue un rechazo al pasado
La Reforma a veces es entendida como si los protestantes estuvieran argumentando desde la Biblia, mientras que los católicos desde la tradición. De hecho, mucha de la polémica protestante se basó en el testimonio de la iglesia primitiva. Juan Calvino fue particularmente adepto en esgrimir a los padres de la iglesia de esa manera, tanto por escrito como en debates. En su carta de prefacio al Rey Francisco en las Instituciones, por ejemplo, Calvino documentó una extensa lista de temas en los que los padres de la iglesia estaban del lado protestante y en contra de los católicos romanos. La apología de John Jewel de 1562 para la Iglesia de Inglaterra hizo el mismo llamado al establecer la visión protestante de la Escritura y de la iglesia a partir de una variedad de fuentes patrísticas.
Dejando lugar para la calificación, podríamos decir que la Reforma tuvo la intención de recuperar la iglesia primitiva, en lugar de rechazarla. En su debate de 1539 contra el Cardenal Sadoleto, Calvino hizo este comentario exacto: «todo lo que hemos intentado hacer es renovar la forma antigua de la iglesia… [que existió] en la época de Crisóstomo y Basilio, entre los griegos, y de Cipriano, Ambrosio, y Agustín, entre los latinos».
Mito n°3: la Reforma no tuvo precedentes
Lutero no fue el primero en protestar por los abusos en Roma. Él siguió una larga tradición de disidencias. El ejemplo más obvio, quizás, sería el de John Wycliff (m. 1384), llamado «la estrella de la mañana de la Reforma» en Inglaterra, y Jan Hus (m. 1415), el reformador bohemio. Hus fue significativo en la Reforma bohemia, que era una tradición de protesta contra Roma que se mantuvo separada de Martín Lutero y que comenzó hacia el final del siglo catorce en Praga y continuó a través de las expediciones militares husitas (una facción que eventualmente se convertiría en los moravos).
Hay también otras tradiciones de disidencia que se remontan aún más al pasado, tal como los arnoldistas (seguidores de Arnaldo de Brescia) y los valdenses (seguidores de Pedro Waldo) en el siglo XII, o los albigenses en los siglos XII y XIII. Dejando lugar para las diferencias entre estos variados grupos, aún hay llamativos puntos de superposición con la disidencia protestante más tardía. Francis Turretin, por ejemplo, llamó a los valdenses y a los albigenses «cristianos más puros» y afirmó que ellos «sostenían la misma fe que nosotros en lo esencial». Turretin también puso atención en protestar los abusos de Roma que vinieron no de los grupos separatistas, sino desde adentro de la iglesia, como la condenación de adoración a los íconos en el Concilio de Frankfurt de 794, o la oposición a la transubstanciación por Ratramnus en el siglo IX y por Berengario de Tours en el siglo XI.
Mito n°4: la Reforma dividió una iglesia unida
La Reforma a menudo es culpada por la división, y es innegable que el protestantismo ha resultado en una gran variedad de denominaciones. Más aún, tristemente, muchos protestantes modernos operan bajo una mentalidad sectaria que parece desinteresada en buscar la unidad con otras tradiciones dentro del cuerpo de Cristo.
Al mismo tiempo, es engañoso pensar que la desunión comenzó en la Reforma. En primer lugar, los reformadores heredaron una iglesia ya dividida. Las tensiones entre las ramas oriental y occidental de la iglesia se habían estado gestando desde el principio de la historia de la iglesia, y finalmente dieron como resultado una división oficial en 1054, medio milenio antes de la Reforma. Además, la Iglesia Católica Romana de finales de la Edad Media era una entidad diversa, plagada de sus propias tensiones y divisiones internas.
Todos nosotros —protestantes, católicos u ortodoxos— deberíamos anhelar la unidad de la iglesia, lamentar las divisiones dentro de ella y hacernos cargo de nuestras contribuciones a los desafíos. Sin embargo, no es correcto suponer que solo los protestantes son culpables.
Mito n°5: la Reforma ya no es relevante
Algunos hoy piden ponerle un fin a la Reforma. Y, sin duda, ha habido avances muy importantes en el diálogo protestante-católico durante las últimas décadas; considera, por ejemplo, la Declaración conjunta Luterano-Católica de 1999 sobre la doctrina de la justificación, o la segunda publicación producida por evangélicos y católicos juntos. Los protestantes y los católicos también pueden encontrar nuevas oportunidades para unirse en diversas causas sociales en respuesta a la creciente secularización de la sociedad occidental.
Al mismo tiempo, las diferencias teológicas se mantienen sobre una variedad de temas importantes, y no es división o falta de caridad llamar la atención sobre tales diferencias. Como dijo J. Gresham Machen: «A menudo se ha dicho que el estado dividido de la cristiandad es un mal, y lo es. No obstante, el mal consiste en la existencia de los errores que causan las divisiones y de ningún modo en el reconocimiento de esos errores una vez que existen».
A medida que trabajamos por la unidad de la iglesia, debemos reconocer que la verdadera unidad nunca se logra a través de la laxitud de la verdad. Cuando nuestras diferencias teológicas se tratan de temas que son vitales para el Evangelio, debemos estar dispuestos a decir con Lutero: «Aquí me paro; no puedo hacer otra cosa».
Gavin Ortlund es autor de Theological Retrieval for Evangelicals: Why We Need Our Past to Have a Future [Recuperación teológica para evangélicos: por qué necesitamos nuestro pasado para tener un futuro].