Una pregunta milenaria
¿Por qué Jesús oraba? Como en toda respuesta a preguntas como esta, uno podría encontrar muchas razones sólidas para explicar por qué el Dios-Hombre, Jesucristo, oraba. A lo largo del curso de la historia de la iglesia, muchos teólogos han luchado con esta pregunta. Creo que la respuesta es relativamente simple: Jesús oraba porque Él necesitaba orar.
1. Jesús oraba porque Dios infundió en Él un espíritu de oración
En el Salmo 22, vemos algunos destellos de varios detalles de la vida de Cristo, no sólo de su crucifixión, que caracteriza tan prominentemente a este Salmo.
La vida de oración de Cristo comenzó en su nacimiento. El Salmo 22 encuentra su cumplimiento final en Cristo, aunque su historia inmediata es sobre David. El Padre preparó un cuerpo para Cristo, el cual fue formado por el Espíritu en el vientre de la virgen María. Según los límites naturales de su humanidad, es evidente que la vida de oración temprana de Cristo no estaba tan desarrollada como lo estaría al final de su vida.
La experiencia es una gran maestra para nuestras oraciones, y mientras más experimentó, más se desarrollaron sus oraciones a la luz de esas experiencias, desafíos y luchas. Cualquier acto de consentimiento que realizó hacia el Padre, lo que incluye el uso deliberado de su voluntad humana, Cristo lo llevó a cabo de manera perfecta, pero también apropiadamente según su edad y etapa de la vida.
Sus actos de razón estaban unidos a los principios santos en su corazón formados por el Espíritu Santo. Su corazón, alma, mente y fuerzas dirigieron sus acciones de una manera apropiada para su edad y su capacidad para actos de razón espiritual. Él tenía el hábito de la fe desde el vientre, lo que entonces traería actos particulares de fe en el tiempo apropiado en respuesta a Dios y su Palabra.
Dios tomó a Cristo «desde el seno materno» y lo «hizo» confiar en los pechos de su madre (Sal 22:9). Cristo confió en Dios, pero no como si Él fuera el único responsable de sus actos de fe hacia Dios; al contrario, el Padre lo sustentó para que la vida religiosa de Cristo fuera fiel desde el vientre hasta la tumba. En otro salmo, la realidad de la vida espiritual desde el comienzo de nuestra existencia se hace patente:
Porque Tú eres mi esperanza;
Oh Señor Dios, Tú eres mi confianza desde mi juventud.
De ti he recibido apoyo desde mi nacimiento;
Tú eres el que me sacó del seno de mi madre;
Para ti es de continuo mi alabanza (Salmo 71:5-6).
Si estas palabras fueron ciertas respecto al salmista, ¿cuánto más lo son del Hijo de Dios? Cristo no sólo confió desde su juventud, sino que también se apoyó en Dios desde antes de nacer. Cuán diferente es esta idea hebrea de la espiritualidad, que permite y celebra la fe de los niños desde el vientre materno, comparado con nuestros puntos de vista racionalistas de hoy.
No sólo el Salmo 22, sino que también el Salmo 8 habla de la realidad de la vida religiosa de Cristo desde el vientre materno: «Por boca de los infantes y de los niños de pecho has establecido tu fortaleza, por causa de tus adversarios, para hacer cesar al enemigo y al vengativo» (Sal 8:2).
2. Jesús oraba debido a quién Él era en relación al Padre
Las primeras palabras registradas de Jesús en Lucas 2 hablan de su lealtad al Padre cuando habla sobre sus asuntos en la casa de su Padre. Las últimas palabras registradas de Jesús hablan de su confianza en el Padre mientras clamaba: «Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”». Y Lucas agrega: «Habiendo dicho esto, expiró» (Lc 23:46).
Cualquier estudio sobre la vida de oración del Hijo de Dios debe tomar en cuenta el hecho, que se observa específicamente en el registro de los Evangelios, que Jesús habitual y fervientemente oró a su Padre en el cielo. Al principio, esto podría parecernos un poco común, hasta que investigamos más. Referirse a Dios en oración como «mi Padre» era prácticamente algo que no se escuchaba en los tiempos de Cristo. Los judíos se referían a Dios en oración normalmente como «Yahweh», «mi Señor», «mi Dios» o «Dios de mi padre».
Las palabras de Cristo simplemente no tienen precedentes: «En aquel tiempo, Jesús dijo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra […]”» (Mt 11:25). Como dice el académico de Nuevo Testamento, Joachim Jeremias: «podemos afirmar bastante deliberadamente que no existe analogía alguna en toda la literatura de la oración judía en que se haya dirigido a Dios como Abba. Esta afirmación no sólo se aplica a la oración litúrgica establecida, sino que también a la oración libre, de la cual se han transmitido muchos ejemplos en la literatura talmúdica».
De este modo, Jesús revolucionó la oración de una manera que le hizo justicia a la naturaleza radical de su ministerio. Sin ejemplos previos de judíos fieles dirigiéndose a Dios como «Padre» en oración, el Judío sumamente fiel se refirió a Dios como «Padre» de manera casi exclusiva en sus oraciones registradas. Debió haber habido una muy buena razón para este acontecimiento.
La palabra aramea abba se refiere a una relación de padre e hijo. Antes del tiempo de Cristo, los niños que hablaban arameo aprendían a referirse a sus padres como abba e imma. Durante la vida de Cristo, no sólo los niños pequeños, sino que también los hijos mayores se referían a sus padres como abba. No obstante, los judíos habrían considerado irrespetuoso dirigirse a Dios como abba. Lo que nuestro Señor hizo fue nuevo y, como dije, revolucionario en la manera de acercarse a Dios. Si Jesús no era quien era, habría tenido razones para unirse a los judíos en sus acusaciones de blasfemia: «Entonces, por esta causa, los judíos aún más procuraban matar a Jesús, porque no sólo violaba el día de reposo, sino que también llamaba a Dios su propio Padre, haciéndose igual a Dios» (Jn 5:18).
Considera que, por la singularidad de la relación eterna entre las personas de la Trinidad, Cristo se dirigió a Dios como Padre prácticamente en todas las circunstancias, incluso en las más desesperadas: «Padre mío, si es posible, que pase de mí esta copa; pero no sea como Yo quiero, sino como Tú quieras» (Mt 26:39).
Esta osada petición del Cristo encarnado encontró su ímpetu en la intimidad infinita con la que Él se relacionaba con el Padre desde la eternidad. Al mismo tiempo, la llegada del Hijo en la carne proveyó una nueva manera de relacionarnos con Dios. La oración se transformó en una conversación profundamente íntima entre Dios el Padre y su pueblo gracias a la persona y obra de Cristo al llevarnos a tal lugar.
En conclusión, Jesús oraba a Dios porque Dios infundió en Él un espíritu de oración y también debido a quién es Cristo en relación a su Padre; es decir, el Hijo de Dios. Su identidad, unido con el propio deseo de Dios de relacionarse con su Hijo, explica por qué Jesús necesitaba orar. Hay otras razones también, pero estas son cruciales para entender las oraciones de nuestro Señor.