¿Cómo la resurrección de Cristo está conectada con la idea de la justificación en el Nuevo Testamento? Para responder esta pregunta, primero debemos explorar el uso y el significado del término justificación en el Nuevo Testamento. La confusión sobre este tema ha provocado algunas de las controversias más terribles en la historia de la iglesia. Dentro de la Reforma Protestante hubo discusiones sobre este asunto. Con todas sus complicaciones, la diferencia irreconciliable y que no se concilió en el debate se reducía a las siguientes interrogantes: no se sabía si la justificación ante Dios está basada en la infusión de la justicia de Cristo en nosotros, por la cual podemos llegar a ser justos inherentemente, o si está basada en la imputación (o el saldo de cuentas) de la justicia de Cristo por nosotros cuando aun éramos pecadores. La diferencia entre estos puntos de vista cambia toda nuestra comprensión del Evangelio y de la forma en que somos salvos.
Uno de los problemas que llevó a confusión era el significado de la palabra justificación. La palabra en español justificar deriva de la palabra latina iustificāre. El significado literal de esta palabra en latín es «hacer justo algo». Los grandes padres de la iglesia de Occidente de nuestra historia de la iglesia trabajaron con un texto en latín en vez de usar el texto en griego y fueron claramente influenciados por él. Al contrario, la palabra griega para justificación, dikaiosunè, lleva el significado de «contar, considerar o declarar justo».
No obstante, este desacuerdo entre el latín y el griego no es suficiente para explicar los debates sobre la justificación, puesto que dentro del mismo texto griego, parece haber más problemas. Por ejemplo, Pablo declara en Romanos 3:28, «…concluimos que el hombre es justificado por la fe aparte de las obras de la ley». Más adelante Santiago, en su epístola, escribe, «¿no fue justificado por las obras Abraham nuestro padre cuando ofreció a su hijo Isaac sobre el altar?» (2:21) y «ustedes ven que el hombre es justificado por las obras y no sólo por la fe» (2:24).
A simple vista, pareciera que tenemos una clara contradicción entre Pablo y Santiago. El problema se exacerba cuando nos damos cuenta de que ambos usan la misma palabra griega para justificación y ambos hacen referencia a Abraham para sostener sus argumentos.
Este problema puede solucionarse cuando vemos que el verbo justificar y, su forma sustantiva, justificación, tienen rastros del significado del griego. Uno de los significados del verbo es «probar» o «demostrar».
Jesús dijo una vez, «pero la sabiduría es justificada por todos sus hijos» (Lc 7:35). Él no quiso decir que la sabiduría perdonaría sus pecados ni que al tener hijos era considerada justa por Dios, sino que una sabia decisión puede ser demostrada por sus consecuencias.
Santiago y Pablo estaban respondiendo a diferentes preguntas. Por su parte, Santiago respondía a la pregunta: «¿de qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?» (2:14). Él entendía que cualquiera podía afirmar tener fe, pero las obras demuestran la autenticidad de la verdadera fe. La declaración de la fe es probada (justificada) por las obras. Por otro lado, Pablo justificó en un sentido teológico a Abraham antes de que realizara cualquier obra en Génesis 25. Santiago apunta a la prueba de la fe de Abraham en obediencia en Génesis 22.
La resurrección implica justificación en ambos sentidos del término griego. En primer lugar, la resurrección justifica a Cristo mismo. Por supuesto que él no es justificado en el sentido de que sus pecados serían perdonados, porque él no tenía pecado, o en el sentido de ser declarado justo mientras aun era un pecador, o en el sentido latino de ser «hecho justo». Al contrario, la resurrección sirve como la prueba o la demostración de la verdad de sus afirmaciones sobre sí mismo.
En su encuentro con el filósofo en Atenas, Pablo declaró: «Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Porque él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien él ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres cuando lo resucitó de entre los muertos» (Hch 17:30-31).
Aquí Pablo apunta a la resurrección como un acto por el cual el Padre universalmente demuestra la autenticidad de su Hijo. En este sentido, Cristo es justificado ante todo el mundo por su resurrección.
Sin embargo, el Nuevo Testamento también conecta la resurrección de Cristo con nuestra justificación. Pablo escribe, «…a quienes será contada, como los que creen en aquel que levantó de los muertos a Jesús nuestro Señor, que fue entregado por causa de nuestras transgresiones y resucitado para nuestra justificación» (Ro 4:24-25).
Es claro que en su muerte expiatoria Cristo sufrió en nuestro lugar o por nosotros. Asimismo, su resurrección no sólo es vista como una demostración o garantía de sí mismo, sino como una garantía de nuestra justificación. Aquí la justificación no se refiere a nuestra reivindicación, sino que a la evidencia de que la expiación que él hizo fue aceptada por el Padre. Al probar a Cristo en su resurrección, el Padre declara que acepta la obra de Jesús en nuestro lugar. Nuestra justificación en este sentido teológico descansa en la justicia atribuida de Cristo, por lo que la realidad de esa transacción está conectada a la resurrección de Cristo. Si Cristo no hubiese resucitado, hubiésemos tenido un mediador cuya obra redentora por nosotros no hubiese sido aceptable para Dios.
Sin embargo, ¡Cristo verdaderamente ha resucitado!