- «Solo cuando el asombro ante Dios esté en el lugar correcto en nuestros corazones, podremos poner las cosas físicas a nuestro alrededor en el lugar apropiado en nuestras vidas».
Debo confesar que al principio creí que la teoría del asombro que presenta Tripp era demasiado simplista. ¿Es que solo necesito estar asombrada ante Dios y todo será arreglado? Pero, he ahí el dilema, recuperar la visión de reverencia ante Dios, esa que te deja boquiabierto y sin aliento, no es algo sencillo.
Quizás, como yo, piensas que la premisa es fácil y correcta. Pero en la práctica creo que también estarás de acuerdo conmigo en afirmar que nuestros ojos, mente y corazón se desvían constantemente y se olvidan casi por completo de que detrás de cada cosa maravillosa hay un Dios creador.
No nos es fácil mantenernos en un asombro constante ante esta aseveración. Y no lo es porque, como pecadores y aun siendo redimidos, tenemos la tendencia a buscar soluciones instantáneas que nos entreguen: identidad, satisfacción y trascendencia. Cambiamos, como explica el autor en su libro, el asombro por Dios por cosas pasajeras, creadas e incluso por nosotros mismos.
Se nos olvida —como una especie de amnesia)— que solo somos quienes somos, gracias a Él. Que nuestros logros son gracias a Él. Y, por supuesto, que toda la hermosura de la naturaleza, aun en este mundo caído, es tan solo un reflejo de su Creador. Más aún, que el afán de buscar constantemente «eso» que nos llene y nos satisfaga no se encuentra en nada, sino en Dios.
Paul Tripp, dice que escribió Asombro para él, porque se dio cuenta de que aún en esta fase de su vida su corazón seguía siendo voluble y divagante y que tristemente veía cómo constantemente traicionaba a Dios. ¿Te sorprende? A mí sí. Pero quizás no por las razones que piensas, sino porque me identifica y me impresiona su humildad. Lo que es más, me hace prestar atención a sus palabras, que amorosamente me invitan a dejar a un lado mi propia pecaminosidad.
¡Si tan solo nuestro ser desistiera de esa búsqueda fútil de la felicidad en lo creado y se dejara deslumbrar por la presencia de Dios! Sin embargo, mientras vivamos pensando que lo que hay en este mundo es todo a lo que podemos aspirar, seguiremos tratando de llenar vacíos y no disfrutando la vida que Dios nos regala desde hoy y hasta la eternidad.
Parafraseando a Tripp, si entendiéramos, si creyéramos ¡en verdad! que todo lo que tenemos proviene de Dios; que cada maravilloso regalo realmente viene de Él, nuestra disposición sería la de vivir sirviéndole alegres y humildemente por todos los días de nuestras vidas. Quizás, sea entonces importante preguntarnos, ¿de verdad nos asombra la presencia de Dios?
Hace muchos años ya, C.S. Lewis había mencionado algo similar, diciendo:
«Cuando haya aprendido a amar a Dios mejor que a mis seres queridos, podré amar a mis seres queridos más de lo que hago ahora. En la medida en que ame a mis seres queridos a expensas de Dios y en lugar de Dios, estaré yendo hacia un estado en el que no amaré a mis seres queridos para nada. Cuando las cosas importantes se ponen en primer lugar, las cosas secundarias no se suprimen sino que aumentan».
En este libro, Tripp nos recuerda nuevamente esto y desafía a encarar a nuestros quejumbrosos corazones y a voltear la vista hacia nuestro Salvador. Nos invita a meditar en las maravillosas obras del Señor y en el esplendor y gloria de su majestad (Sal 145:5).
Los capítulos de este libro ilustran cómo perdemos o cambiamos nuestro asombro en varios momentos y circunstancias de nuestras vidas. Él comienza hablando sobre nuestra propia humanidad: «tu fuente de asombro controlará todas tus decisiones y el curso de tu historia». Y establece en el capítulo siguiente que Dios, en su gracia, enfrenta esta batalla con nuestro pecado para recapturar nuestros corazones con el fin de que estos puedan volver a ser asombrados ante Él.
Los capítulos siguientes son igual de desafiantes al mostrar en viñetas cómo la falta de asombro marca nuestra perspectiva de la vida, del ministerio, del trabajo y de la crianza. Al mismo tiempo, cómo la ceguera que nos ataca nos lleva al materialismo y a la queja, y cómo a su vez, esto moldea inevitablemente la manera en que vemos al mundo y hacemos iglesia.
Para cerrar, Tripp dice: «El asombro es anhelo». Y esto hace eco a las palabras de San Agustín de Hipona, quien dijo que nuestra alma no estará tranquila hasta que descanse en Dios. Si el asombro es anhelar, si es un deseo que busca capturar por completo y por siempre nuestro corazón, este solo podrá ser satisfecho en Dios y solo así nuestra alma verdaderamente descansará.
Este libro es un regalo y un desafío. Una llamada de atención y una súplica para cada uno de nosotros a parar y a deleitarnos verdaderamente ante la maravillosa presencia del Señor; a buscar en Él lo que solos no podemos alcanzar; a verdaderamente asombrarnos en quién Dios es para que podamos saborear la gracia que nos ha sido dada y representar como verdaderos embajadores a Cristo en el tumultuoso caos de este mundo.