Todavía recuerdo la conversación aunque ocurrió hace más de tres décadas. Escandalizado, un amigo me preguntó: «¿Supiste que Sara ya no es cristiana?» Lo que tanto alarmaba a mi amigo era que Sara había sido una de las integrantes más influyentes y aparentemente productivas de su grupo cristiano universitario. ¿Qué dirían —o harían— quienes habían sido influenciados por su testimonio de Cristo? ¿Serían remecidos en lo más hondo y dudarían ahora de su propia fe cristiana? Después de todo, la persona que los había dirigido a Cristo ya no confiaba en Él.
De vez en cuando, nos preguntamos si un individuo realmente se ha convertido. Y a veces tenemos una inexplicable y vaga sensación de que algo le falta. Pero no podemos leer el corazón. Sin embargo, oímos que se han apartado de Cristo amigos de cuya fe jamás dudamos.
Apostasía es la vieja y categórica palabra que describe este abandono de Cristo. La iglesia del Nuevo Testamento estaba familiarizada con ella. Al autor de Hebreos le importaba mucho. Es por eso que escribió las frecuentemente discutidas palabras de Hebreos 6:4-6: Hablando de quienes fueron una vez iluminados, gustaron del don celestial, llegaron a ser partícipes del Espíritu Santo, y gustaron la buena Palabra de Dios y los poderes del siglo venidero, dice que, si se apartan, no pueden ser vueltos a renovar para arrepentimiento.
En la iglesia primitiva, algunos pensaron que la frase «no pueden ser renovados» significaba que quienes tropezaban no podían ser readmitidos en la comunidad. Pero nuestro autor no tiene en mente al penitente. Está, más bien, pensando en aquellos cuya dureza de corazón obstruye el camino a la Cruz en forma irreversible.
Se ha dicho que, en el Nuevo Testamento, no hay una descripción más potente ni detallada del verdadero cristiano que Hebreos 6:4-6. Es, sin duda, una impresionante declaración a la luz de lo que se dice sobre los primeros lectores algunos versos más adelante: El autor está seguro de que en ellos hay algo «mejor» —las propias cosas que acompañan a la salvación (6:9)—. Esto implica que, aunque las experiencias descritas en 6:4-6 sean poderosas, no son las marcas definitivas de un cristiano. Pueden estar presentes aun cuando no haya una fe genuina. De hecho, lo que Hebreos nos dice es lo que se puede experimentar sin ser realmente cristiano.
Algo debe faltar, por tanto, en esta lista de influencias y experiencias, y Hebreos lo trae a la luz en lo que ya ha dicho sobre una generación anterior: «la buena nueva [les fue anunciada]; pero la palabra que ellos oyeron no les aprovechó por no ir acompañada por la fe» (He 4:2). No había una verdadera confianza en Cristo, el Salvador crucificado, levantado y reinante.
Se experimentó la verdad y el poder del Evangelio, pero la «experiencia» en sí misma no es regeneración a menos que la gracia del Evangelio penetre en el corazón. Hebreos 6:4-6 no menciona que se hubiese confiado en el crucificado y el pecado hubiese sido rechazado. Más bien, a pesar de las ricas experiencias espirituales, es seriamente posible que nuestros corazones sean incrédulos y, rechazando a Cristo, lo crucifiquen.
La solemne realidad es que ninguno de nosotros puede notar la diferencia entre el comienzo de una caída temporal y el principio de la apostasía. Ambas se ven igual. Por lo tanto, ¿cuáles son las señales que revelan esta enfermedad mortal? ¿Hay síntomas iniciales que puedan alertarnos de nuestro peligro espiritual?
Hebreos 6:8-12 sugiere tres cosas a las cuales deberíamos estar atentos. Primero, deberíamos buscar la presencia de «espinos y abrojos» (v. 8). Aquí Hebreos hace eco de lo dicho por nuestro Señor en la Parábola de los Terrenos [o del Sembrador]. En algunos terrenos (corazones) la buena semilla de la Palabra es plantada y parece echar raíz, pero en realidad la tierra está infestada de malezas que ahogan el fruto de la semilla. «Las preocupaciones del mundo, y el engaño de las riquezas, y los deseos de las demás cosas entran y ahogan la palabra, y se vuelve estéril» (Marcos 4:19).
Segundo, debemos observar la ausencia de las «cosas que [siempre] acompañan a la salvación» (v. 9). ¿Cuáles son estas «cosas»? Se trata, indudablemente, del fruto del Espíritu (Gá 5:22-24). Pablo hace un interesante contraste entre el fruto del Espíritu y las obras de la carne. Estas marcas de la gracia son el resultado natural de la regeneración. Además, en una vida como esta, la Cruz ocupa un lugar central porque «los que son de Cristo Jesús han crucificado la carne con sus pasiones y deseos» (Gá 5:24).
La tercera cosa es quizás la más alarmante: Una falta de «diligencia» y la tendencia a volverse «perezoso» (vv. 11-12). Anteriormente el escritor ha advertido cuán fácil es simplemente «perder el rumbo» (He 2:1). Pero esta pérdida de rumbo sucede lentamente, y a menudo pasa desapercibida.
Sí, la apostasía es una realidad. A veces el catalizador es un pecado flagrante. Se rechaza el dolor que proviene de reconocerse pecador y arrepentirse, quedando como única alternativa un rechazo total de Cristo. Otras veces, sin embargo, el catalizador es una espina que crece silenciosamente en el corazón; una indiferencia ante el camino de la Cruz; una pérdida de rumbo que no es revertida por el conocimiento de las advertencias bíblicas.
Por ello, quizás sea imperioso un chequeo de salud personal, y el momento más sabio para hacerlo sería hoy.