«Sino que así como aquel que os llamó es santo, así también sed vosotros santos en toda vuestra manera de vivir» (1 Pedro 1:15). «Amados, os ruego como a extranjeros y peregrinos, que os abstengáis de las pasiones carnales que combaten contra el alma» (1 Pedro 2:11). «No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo» (1 Juan 2:15). A través de la historia de la cristiandad, estos versículos han sido usados por gente religiosa sincera para inducir a generaciones al error sobre lo que significa vivir una vida cristiana. Han sido usados para construir monasterios a fin de evitar el contacto con el mundo. Han sido usados para aislar a las comunidades cristianas. Han sido usados para impedir que los cristianos usen la electricidad, conduzcan automóviles, usen aparatos modernos, y se vistan a la moda. Han sido usados para impedir que las mujeres cristianas usen lápiz de labios, maquillaje, o joyas. Han sido usados para impedir que los cristianos vayan al cine, a eventos deportivos, y bailes. Sin embargo, Dios no tuvo la intención de que estos versículos fuesen aplicados así.
John Fischer escribió Real Christians Don’t Dance [Los verdaderos cristianos no bailan] en 1988. Es una obra satírica con un título también satírico. El libro fue escrito para ayudar a los cristianos a librarse de buscar trivialmente la falsa santidad. En el primer capítulo, Fischer cuenta cómo testificó de Cristo siendo un alumno de quinto grado. ¿Sabes cuál fue la expresión pública de su fe en Cristo durante ese año? Cada semana llevaba una nota de sus padres para eximirse de participar en las clases de baile social que se impartían durante las horas de gimnasia y recreación. Sus padres y la iglesia comparaban su postura con la de Daniel en Babilonia.
Piensa en ello. Cuando John Fischer estaba en quinto, la comunidad cristiana le enseñó que ser cristiano significaba que no podía aprender a bailar con los otros niños. Fischer escribió: «¿Así que de esto se trata? ¿A esto se reduce? ¿Los verdaderos cristianos no bailan? ¿Moisés partió las aguas para esto? ¿Rahab escondió a los espías para esto? ¿Jael clavó una estaca de la tienda en la cabeza de Sísara para esto? Jesús murió y resucitó, los mártires fueron aserrados por la mitad, y la iglesia ha prevalecido contra las puertas del infierno durante casi dos mil años para que los cristianos de hoy puedan vivir este siempre importante testimonio ante un mundo que espera y observa: Los verdaderos cristianos no bailan».
Esta visión de la santidad individual ha hecho que los cristianos vivan vidas vacilantes y apagadas. De alguna forma hemos llegado a pensar que la santidad se limita a una afinidad con la oración y el estudio de la Biblia. Sin embargo, en la creación de Dios hay cosas que deberíamos amar con pasión: la música, las montañas, la pesca, los conciertos, los juegos, el ejercicio físico, la comida, el baile, las obras de teatro, la literatura, el matrimonio, tener hijos, los negocios, la enseñanza, la actividad bancaria, la escuela, viajar, la playa, los amigos, la astronomía, la biología… La lista es interminable.
Por tanto, ¿qué es, entonces, la verdadera santidad? Jesús fue quien mejor lo definió: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. (…) Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los profetas» (Mt 22:37-40). Toda la ley y los profetas se resumen en esos dos mandamientos, y por eso, nuestras vidas y nuestra santidad se pueden resumir en ellos.
En mi vida, amar a Dios primero implica amarlo prioritariamente en todo lo que estoy haciendo. Veo y oigo este mundo a través de sus ojos, sus oídos, y con su corazón. Hemos malinterpretado completamente lo que eso significa para nosotros como cristianos. Cuando lleguemos al hogar celestial, descubriremos que no amamos la creación de Dios como deberíamos haberlo hecho.
La vida profana aborda todas estas cosas centrándose exclusivamente en el yo. Jesús estaba diciendo que Dios debe ocupar el lugar central en cualquier cosa que hagamos, pero nosotros, como pecadores, tendemos a poner la cosa misma —o a nosotros mismos— en el centro.
En uno de sus ensayos, George Orwell describió la vacuidad de la vida profana y egocéntrica usando una historia. Habló de una avispa que estaba sorbiendo mermelada de su plato. Orwell la cortó por la mitad, y la avispa siguió sorbiendo la dulce mermelada del plato mientras ésta se derramaba por el otro extremo de su esófago cortado. Al igual que la avispa, la vida profana sorbe de la creación divina sin jamás satisfacerse de verdad. Puesto que no hay una verdadera «satisfacción del alma», el placer y la pasión del mundo finalmente declinan.
En La Caída, Albert Camus describe un abogado que aborda el sexo de esta manera. Lo considera estrictamente un placer temporal sin las características planeadas por Dios —amor, compromiso de por vida, entrega, comunicación, y unión espiritual—. Al final, abandona la actividad sexual por indiferencia y aburrimiento; ha perdido toda pasión por lo que estaba haciendo. Se ve a sí mismo como una hueca fachada de cera.
La vida profana no disfruta demasiado de la creación divina; está muy lejos de alcanzar a disfrutarla lo suficiente. La santidad encuentra satisfacción y realización en cada área de la vida. Esa «satisfacción del alma» alimenta y desarrolla una pasión por la vida. La vida santa gira alrededor de Dios en cada lugar y a cada momento. Es una vida de pasión, realización, significado, y eternidad.