La meditación y nuestra incapacidad
Caída y depravada. Así define la Biblia la mente de quienes no han conocido al Señor. Allí también hemos estado todos nosotros antes de que el Señor abriera nuestro entendimiento para poder ver la oscuridad de nuestros corazones y arrepentirnos de ella.
Elegir lo malo, lo que va en contra de la buena voluntad de Dios, es lo natural en la mente humana. Servir a la carne y a nuestros deseos caídos; usar la mente para satisfacer nuestros propios propósitos; caminar conforme a nuestro propio entendimiento; planear el mal; negar la verdad de Dios. De una u otra manera, hemos sido parte de esa realidad, sobre todo, en nuestra «vieja vida», nuestra mente era esclava a nuestras propias pasiones y motivaciones pecaminosas, y sin la capacidad de ir en pos de la Palabra de Dios.
Sin embargo, cuando Cristo irrumpe en medio de nuestra realidad, nos da una vida nueva, su Espíritu viene a habitar en nosotros y tenemos una nueva posibilidad: vivir conforme a la verdad de Dios. Nuestra mente ya no sólo puede pecar, sino que ahora tiene la posibilidad de pensar y de vivir como Dios quiere que lo hagamos.
El gran detalle es que muchas veces pasamos por alto que cambiar esa forma de pensar no ocurre de manera automática. Es por esa razón que el apóstol Pablo nos insta a renovar constantemente nuestra mente para verificar cuál es la voluntad de Dios, aquella que es buena, agradable y perfecta (Ro 12:2).
Esto quiere decir que de manera natural nuestra mente irá por el camino que le resulte más sencillo: ir en contra de Dios. Por eso el llamado que hace Pablo de renovarnos no se presenta como una acción que debe ocurrir una sola vez (como ocurre con nuestra salvación). En lugar de eso, es un llamado a una acción constante, a la que debemos volver una y otra vez.
Ahora, ¿cómo podemos renovar nuestra mente para alejarnos de esta mente caída y depravada con la que nacemos y vivimos antes de ser salvados por Dios? Pablo dice: verificando cuál es la voluntad de Dios. ¿Dónde encontramos la voluntad de Dios? En la Biblia.
Por lo tanto, este no es sólo un llamado a leer la Escritura, sino un trabajo activo que tenga por consecuencia la renovación de nuestra manera de pensar. Esto es lo que a lo largo de la Biblia Dios ha establecido como meditación.
La meditación es mucho más que leer
Meditar en la Palabra de Dios es mucho más que sólo leer. Es procesar el texto bíblico para que la información baje de la mente al corazón, para que la verdad renueve mis pensamientos hasta el punto de no poder volver atrás.
Muchos creyentes que saben de doctrina tienen mucho conocimiento, pero sus vidas no han sido transformadas para vivir de acuerdo con lo que creen. Me inclino a pensar en que no meditan en la Palabra de Dios.
Los puritanos entre el 1500 al 1600 d. C. solían decir que las personas ya no pensaban. Suelo repetir esa frase con una sonrisa avergonzada, porque, si eso decían de la humanidad aquellos días, ¿qué dirían hoy de nosotros? Una generación que vive en modo automático, acelerada y haciendo varias tareas a la vez. La palabra quietud es sinónimo de aburrido, y nuestra mente, cual pelotita de pin-ball, se dirige de un pensamiento a otro.
No debería sorprendernos que las personas no pasen tiempo profundizando en la Escritura debido a que hemos dejado de desarrollar las habilidades mentales para hacerlo. Si nuestra mente no está siendo transformada por la Palabra de Dios, veremos pocas vidas siendo transformadas para caminar de la forma que Dios ha instituido en su Palabra.
La meditación y sus beneficios en la vida del creyente
El Salmo 1 siempre será uno de los recordatorios bíblicos más claros del efecto que tiene la meditación en la vida del creyente:
¡Cuán bienaventurado es el hombre que no anda en el consejo de los impíos,
Ni se detiene en el camino de los pecadores,
Ni se sienta en la silla de los escarnecedores,
Sino que en la ley del Señor está su deleite,
Y en Su ley medita de día y de noche!
Será como árbol plantado junto a corrientes de agua,
Que da su fruto a su tiempo
Y su hoja no se marchita;
En todo lo que hace, prospera (Salmos 1:1-3).
Hay tres aspectos que llaman particularmente mi atención en este texto. La primera es que el salmista dice que: «en la ley del Señor está su deleite». Me pregunto, ¿cuántos podrían decir esto hoy con suficiente honestidad? ¿Cuántos despertamos cada mañana pensando que necesitamos la Palabra de Dios porque ahí nuestra alma descansa? Si la Palabra de Dios es mi deleite, entonces la buscaré con afán, puesto que entiendo que no es un libro más, sino la voz del Dios que me ha salvado y que quiere enseñarme quién es Él.
El primer punto de quiebre en nosotros debiera de ser una correcta comprensión de qué es la Biblia y por qué es tan relevante para los hijos de Dios, la cual debe ser nuestro refugio diario.
Lo segundo que llama mi atención de este salmo es que el salmista declara que: «y en su ley medita de día y de noche». Estamos viviendo en una generación que está conforme con leer su porción bíblica como el checklist del día o, en su defecto, escuchar un podcast que ocupe el lugar de su tiempo delante de la Biblia. No obstante, el salmista nos enseña de otra manera: debiéramos meditar en lo que Dios ha dicho durante el día y la noche. La Palabra de Dios debería estar dando vuelta en nuestra mente y corazón desde que nos despertamos hasta que nos vamos a dormir. No hay escapatoria.
Esto nos lleva al tercer punto, el cual es uno de los mayores beneficios de la meditación bíblica: «será como árbol plantado junto a corrientes de agua, que da su fruto a su tiempo y su hoja no se marchita». En otras palabras, una vida firme que da fruto, que no está seca ni árida. Hay vida y es abundante.
Esta porción del Salmo 1 tiene un símil muy directo al llamado que Dios le hace a Josué cuando él estaba por ingresar a la tierra prometida para conquistarla. En lugar darle una estrategia, lo primero que Dios le dice es:
Este libro de la ley no se apartará de tu boca, sino que meditarás en él día y noche, para que cuides de hacer todo lo que en él está escrito. Porque entonces harás prosperar tu camino y tendrás éxito (Josué 1:8).
Nuevamente vemos la instrucción de meditar en la Palabra de Dios de día y de noche, pero aquí, de manera más explícita, la razón por la cual debe hacerlo es para que cumpla todo lo que está escrito en la Biblia. Esto quiere decir que el mero conocimiento y la información almacenada no transforma la vida. Por tal razón, Dios ha instituido la meditación bíblica como la herramienta de procesamiento para bajar la información de la mente al corazón y así transformar el caminar de sus hijos.
Así como en el Salmo 1 vemos a un árbol dando fruto, en Josué Dios dice que vivir como Él lo ha establecido resultará en un camino próspero y exitoso. Ahora, estas son palabras que siempre debemos examinar con cuidado, ya que nuestra interpretación del éxito y la prosperidad podría estar muy trastocada por nuestro propio entorno evangélico y secular. De modo que vale la pena detenernos y pensar: ¿qué es el éxito y la prosperidad a los ojos de Dios? ¿Tener prosperidad económica y material? ¿Qué la vida resulte como lo habíamos planeado? ¿Tener salud, dinero y amor? Sabemos que el mayor deseo de Dios en nosotros no es la estabilidad económica, la salud o un matrimonio feliz, sino hacernos cada día más como Jesús.
Entonces, ante los ojos de Dios, el éxito y la prosperidad es una vida que le agrada, que vive conforme a lo que Él ha establecido y que camina por las obras que ha dispuesto de antemano para cada uno de nosotros. Qué bendición más grande es la de vivir la vida que Dios planeó para nosotros, ¿hay algo mejor que eso?
La Biblia nos muestra que para llegar a entender qué es esa vida y para que ese conocimiento decante de nuestra mente a nuestro corazón, la ruta que Dios ha establecido es la meditación bíblica.
La meditación y la verdadera vida
Ahora, podríamos pensar que todo eso es suficiente; vivir una vida feliz parece ser el propósito que tenemos en esta vida. Sin embargo, hay algo más grande que produce la meditación bíblica que no sólo se trata de vivir una vida buena, sino de vivir una vida mejor. Cuando el texto bíblico cobra vida en nuestro interior gracias a que hemos pasado tiempo meditando y reflexionando en él, la Palabra viva del Dios vivo despierta en nosotros y sobrecoge todo lo que somos para apuntarnos a Aquel que nos ha creado, para llamarnos a sus pies, para escudriñar nuestros corazones y para exhortarnos a hacer lo que tenemos que hacer porque esas palabras lo revelan a Él.
Es imposible salir de la misma manera que llegamos cuando la Palabra de Dios ha dejado huella en nuestro corazón. Nuestro concepto de Dios crece porque nuestra oscuridad es más visible. Cuando podemos entender un poco más y mejor quién es nuestro Salvador, nuestro corazón no tiene más remedio que rendirse ante Él en adoración porque ha sido despertado ante su inigualable presencia y desde ese lugar nadie puede salir igual.