Es imposible oír un mensaje más grande que lo que llamamos Evangelio. No obstante, aun siendo tan importante, con frecuencia es tremendamente distorsionado o sobresimplificado. La gente piensa que te predica el Evangelio cuando te dice «Tu vida puede tener propósito», «tu vida puede tener sentido», o «puedes tener una relación personal con Jesús». Todas estas cosas son ciertas —y son todas importantes—, pero no llegan al corazón del Evangelio.
El Evangelio se entiende como una «buena noticia» porque aborda el problema más serio que tú y yo tenemos como seres humanos, el cual es simplemente éste: que Dios es santo y justo, pero yo no lo soy. Y al final de mi vida, me encontraré ante un Dios santo y justo para ser juzgado, y se me juzgará sobre la base de mi propia rectitud —la tenga o no— o la rectitud de otro. La buena noticia del Evangelio es que Jesús vivió una vida de perfecta rectitud, o perfecta obediencia a Dios, no para su propio bienestar sino para su pueblo. Él ha hecho por mí lo que yo era incapaz de hacer por mí mismo. Pero Él no sólo vivió esa vida de obediencia perfecta: se ofreció a sí mismo como un sacrificio perfecto para satisfacer la justicia y la rectitud de Dios.
El gran malentendido de nuestra época es éste: que a Dios no le interesa proteger su propia integridad. Es una especie de deidad sin carácter que únicamente agita una varita mágica de perdón sobre todo el mundo. No. Para Dios, perdonarte es un asunto muy costoso: costó el sacrificio de su propio Hijo. Y tan valioso fue el sacrificio, que Dios lo declaró valioso levantándolo de entre los muertos —de modo que Cristo murió por nosotros y fue levantado para nuestra justificación—. Así que el Evangelio es algo objetivo: es el mensaje sobre la identidad de Jesús y lo que hizo. Y también tiene una dimensión subjetiva: ¿Cómo se nos asignan subjetivamente los beneficios de Jesús? ¿Cómo los obtengo? La Biblia deja claro que no somos justificados por nuestras obras, ni por nuestros esfuerzos, ni por nuestras acciones, sino por fe —y sólo por ésta—. La única forma que tienes de recibir el beneficio de la vida y la muerte de Cristo es poniendo tu confianza en Él —y sólo en Él—. Al hacerlo, Dios te declara justo, eres adoptado en su familia, todos tus pecados son perdonados, y has comenzado tu peregrinaje hacia la eternidad.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.