Este artículo forma parte de la serie Pasajes difíciles, publicada originalmente en Crossway.
Lee el pasaje
7 Y dada la extraordinaria grandeza de las revelaciones, por esta razón, para impedir que me enalteciera, me fue dada una espina en la carne, un mensajero de Satanás que me abofetee, para que no me enaltezca.
8 Acerca de esto, tres veces he rogado al Señor para que lo quitara de mí. 9 Y Él me ha dicho: «Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Por tanto, con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades, para que el poder de Cristo more en mí. 10 Por eso me complazco en las debilidades, en insultos, en privaciones, en persecuciones y en angustias por amor a Cristo, porque cuando soy débil, entonces soy fuerte.
La aflicción de la espina
Aquí Pablo presenta la espina en la carne que lo afligió tras el despertar de su experiencia celestial. Hoy podríamos imaginar una pequeña espina de un rosal, pero el término que se usa (skolops en griego) podría designar objetos tan largos como una estaca sobre la cual alguien podría ser empalado. La espina provocaba más que una mera molestia; generaba agonía correspondiente a la gloria que Pablo había visto en el cielo más alto. Aunque la espina (presuntamente) entró a la vida de Pablo catorce años antes —los versículos 8 al 19 indican que es una realidad presente aún y, de ese modo, representa un dolor prolongado y sostenido—. ¿Pero qué era la espina? La especulación no nos sirve de nada. No lo sabemos. Y eso está bien, para que aquellos cuyas aflicciones son de naturaleza diferente a las de Pablo no se sientan descalificados para aplicar sus enseñanzas a sus propios corazones. Probablemente, Pablo fue intencionalmente vago, no sólo para maximizar la aplicación, sino que también para evitar enfocarse en su propia vida más de lo necesario. El punto de Pablo no es el contenido de la espina, sino que su intención.
¿Y cuál es la intención? La humildad de Pablo: «para impedir que me enalteciera». El verbo aquí (hyperairōmai en griego) significa ser exaltado. El propósito de la espina es desinflar la certeza de que Pablo se hinchara por su indescriptible experiencia del cielo. ¿Y quién no, sin una espina para reventar esa burbuja? Entonces, amorosa, tierna y soberanamente el Señor aflige a su amado apóstol. ¿Fue el Señor? ¿No le atribuye el texto la espina a Satanás o a uno de sus emisarios? En efecto. La espina le fue dada a Pablo para «hostigarlo», seguramente obra del diablo. Sin embargo, alrededor de este deseo de hostigar está el propósito de humillar a Pablo, mencionado dos veces, una vez al principio y otra vez al final. El propósito de Satanás se entremezcla con el propósito de Dios. En una superposición de soberanía divina y maldad, incluso la actividad satánica cae dentro del ámbito de los propósitos de la soberanía de Dios. Dios no es el autor del mal de tal manera que lo haga moralmente culpable. Él es incapaz de hacer cualquier cosa que esté manchada moralmente. Sin embargo, el acto más perverso de la historia humana fue ordenado por Dios (Hch 2:23; 4:27-28). Asimismo ocurre con las perversidades menores.
Rogando al Señor
Así que Pablo hizo en 2 Corintios 12:8 lo que cualquiera de nosotros haría: pidió que le quitaran la espina. Así como el «tercer» cielo (2Co 12:2) probablemente se refiere al cielo de los cielos, el corazón del cielo, así probablemente Pablo rogó al Señor «tres veces» hasta el agotamiento. Él no pidió esto más de dos veces ni menos de cuatro. Al contrario, fue una petición completa, exhaustiva y total. No pidió con timidez ni con superficialidad. El verbo que usa: «he rogado» (usando parakaleō), no simplemente «pedí», deja esto claro. El hecho de que Pablo haya rogado al Señor que le removiera la espina es una prueba más de que el Señor fue quien estaba providencialmente detrás de la dádiva de la espina.
Pablo vio dos caminos: el Señor podría (1) quitar la espina y Pablo podría seguir con su vida y ministerio o (2) dejar la espina y Pablo tendría una dolencia para siempre que lo ralentizaría en la vida y el ministerio. No obstante, el Señor respondió con una tercera opción: dejar la espina, pero darle gracia a Pablo. Y para la vida y el ministerio de Pablo, esto terminaría por llevarlo a lugares, en términos de poder divino, que jamás hubiera alcanzado de otra manera. Esta es la estrategia sorpresiva de Dios para su pueblo. Este es el camino sorpresivo hacia el poder de lo alto.
La «gracia» de Dios aquí no es ante todo objetiva, gracia perdonadora (como en, digamos, Romanos 3:24). Más bien, Pablo está usando más ampliamente la palabra «gracia» como una forma abreviada de referirse a la presencia de Dios: que sustenta, que fortalece, que calma, que anima, que consuela, que alienta y que satisface. «Te basta con mi gracia» significa «te basta conmigo». ¿Por qué, entonces, usar la palabra «gracia»? Porque el Señor buscó tranquilizar a Pablo asegurándole que no necesitaba ganar ni merecer la presencia de Dios. Es por gracia. Esta gracia es clarificada más adelante con la siguiente cláusula: «pues mi poder se perfecciona en la debilidad». Es la gracia la que canaliza el poder divino. La presencia de Dios sostendrá a Pablo; el poder de Dios lo fortalecerá. Lo que no debemos pasar por alto es que esta no es la fuerza de Pablo, sino la de Dios. La contribución de Pablo es la debilidad. Pero esto no es una concesión; es precisamente lo que Dios necesita. Este es el misterio, la maravilla, la gloria del cristianismo apostólico: nuestra debilidad atrae, no repele, el propio poder de Dios. Nuestra bajeza e incapacidades, a las que naturalmente tememos y de las que huimos, son precisamente donde a Dios le gusta habitar.
Una comprensión renovada de la debilidad
Como resultado, las búsquedas de Pablo son dadas vuelta. Se le ha dado una revelación del cielo en 2 Corintios 12:1-6. Sin embargo, se le ha dado una revelación de cómo el cielo se entrecruza con los pecadores caídos en los versículos 7 al 10; esto es, a través de la debilidad humana. La primera revelación lo llevó a lo alto; la segunda, muy abajo (quizás Pablo tuvo su visión celestial y su espina en la carne en mente cuando dijo en Romanos 8:39 que «ni lo alto ni lo profundo» nos podrá «separar del amor de Dios que es en Cristo»). Y esta segunda revelación ha invertido su fuente de vanagloria. En lugar de construir su identidad en sus áreas de fortaleza, él la construye en la misma debilidad que el mundo y la carne evitan. La competencia no está donde se encuentra el poder de Dios. Está en la debilidad; en la flaqueza. Puesto que ahí es donde la gracia de Dios se enciende. Ahí es donde Dios mora.
Así es, Pablo usa el lenguaje antiguo para hablar del poder de Dios como algo que mora sobre él. El verbo «morar» (episkēnoō en griego) está construido sobre la raíz de la palabra para «tabernáculo», el templo portátil en el cual sólo la presencia de Dios moraba en tiempos antiguos. No obstante, si bien el poder de Dios una vez estuvo marginado de todos los débiles y de los pecadores deshonrosos, ahora es precisamente la debilidad de los pecadores lo que atrae al poder de Dios. Una vez más vemos a Pablo indicando tranquilamente que la nueva era ha atraído a Cristo. Y en esta nueva era, el poder de Dios no opera de la manera que esperamos.
En 2 Corintios 12:10, Pablo llega a su triunfante conclusión de su experiencia con la espina. Esto probablemente también es un punto alto de la carta completa. Este versículo cristaliza e ilumina el argumento completo en 2 Corintios. Habiendo visto ahora el secreto del poder de Cristo taberculando sobre él, Pablo completa lo que él quiso decir en el versículo 9 con «con muchísimo gusto me gloriaré más bien en mis debilidades». ¿Qué tipo de debilidades? Pablo responde con una lista de cinco categorías de dificultades con una intensidad cada vez mayor:
(1) Debilidad (astheneiai en griego; también 2 Corintios 11:30; 12:9 [2 veces]): la categoría general resumen que denota todas las incapacidades caídas del humano.
(2) Insultos (hybreis en griego): maltratos por parte de otros, ya sea en palabras u obras.
(3) Privaciones (anankai en griego): experiencias que oprime a Pablo, forzándolo a límites incómodos.
(4) Persecuciones (diōgmoi en griego): aflicciones en manos de enemigos hostiles.
(5) Angustias (stenochōriai en griego): experiencias verdaderamente abrumadoras, circunstancias devastadoras.
Pablo dice que él «se complace con» (eudokeō en griego) estas cosas, pero el verbo en griego es más fuerte que eso. Significa «estar muy complacido con» o «deleitarse en» algo y se usa, por ejemplo, para decir que el Padre está «complacido» con el Hijo en Mateo 3:17. Pablo no está diciendo que está meramente «contento» con cada debilidad mortal que lo vuelve frágil y aparentemente vulnerable. Él entra en ellas; las abraza. No es un tono de resignación, sino de entusiasmo. Claramente, esto no es masoquismo. Pablo no se deleita en las debilidades en sí mismas. Esto se clarifica porque agrega «por amor a Cristo». Pablo se deleita en la debilidad porque lo abre a las bendiciones y a la fortaleza del cielo. Su poder espiritual surge con ímpetu.
En resumen: «cuando soy débil, entonces soy fuerte». Pablo no se refiere sólo a experiencias aisladas u ocasionales de debilidad, en cuyo caso la fortaleza surge. La palabra griega aquí, que se traduce como «cuando» (hotan), sugiere que él tiene en mente un estado perpetuo de debilidad y, por consiguiente, un estado perpetuo de recibir fortaleza divina. Pablo vio que su debilidad no era un obstáculo, sino la puerta de entrada a la fortaleza de Dios.
El poder de Dios en nosotros
La capacidad, la fortaleza y el éxito parecen seguros, pero son mortalmente peligrosos y provocan vanidad. La incapacidad y el fracaso se sienten peligrosos, pero son un terreno seguro que provoca humildad. Más allá de esto, nuestra humilde debilidad física, psicológica, intelectual, educacional e incluso espiritual es precisamente el catalizador del poder divino. ¿Poder para qué? Para la calma, para el crecimiento, para la comunión con Dios, para la unción evangelística, para nuestra predicación con canciones. En resumen, para la fructificación en la vida cristiana. Jesús mismo enseñó: «en verdad les digo que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, se queda solo; pero si muere, produce mucho fruto» (Jn 12:24).
¿Anhelamos que nuestras vidas marquen la diferencia por Cristo? No debemos desanimarnos por nuestra pequeñez, nuestras deficiencias, nuestro pasado, nuestros tropiezos. Podemos tomar estas cosas y ofrecerlas a Dios. Él puede hacer mucho más con estas cosas que nuestras áreas fuertes. Esto no significa que conscientemente estemos evitando ejercitar las áreas donde somos fuertes (cf. 1 Corintios 12:4-11). Significa que, a medida que ejercitamos nuestras áreas de dones o fortaleza, lo hacemos con una conciencia consciente de nuestra impotencia espiritual de dar cualquier fruto perdurable en nuestras propias fuerzas o inteligencia.
Más que esto, significa que cuando la vida pasa por un cataclismo, cuando las sorpresas desconcertantes de la vida mueven el piso bajo nuestros pies, no tiramos la toalla. Volvemos de nuevo a Dios. Es en ese momento de implosión de la vida, llevado a Cristo, donde finalmente obtendremos tracción y poder en nuestras vidas cristianas. Nuestra agonía es donde Dios mismo vive.
¿Preferiríamos tener una experiencia transformadora en la cima de la montaña sin Dios o una experiencia en el valle con Él?