Nota del editor: este artículo forma parte de la serie «Cómo ayudar a tu iglesia local», publicada originalmente en Desiring God.
¿Qué pasaría si grabáramos las conversaciones que se dan en las bancas el domingo por la mañana? El sermón termina, el predicador se baja del púlpito, cantamos en respuesta, se da la bendición, se alzan las voces y comienza la grabación. A medida que hablamos los unos con los otros, ¿qué podríamos escuchar?
Los hombres conversan sobre proyectos recientes de la casa, tardes de fútbol, el clima, noticias mundiales, política, una rodilla adolorida, irritaciones en el trabajo, el retiro. Las mujeres conversan sobre hijos, escuela en casa, eventos venideros y ansiedades.
Pregúntale a un juez imparcial: ¿este es un grupo de cristianos? Podría ser difícil de determinar. ¿Estamos escuchando una conversación de un patio de comidas, de una parada de autobús o de una iglesia? ¿Estas personas acaban de conocer al Dios de los cielos y la tierra? El Creador todopoderoso acaba de hablarnos por medio de su Palabra predicada. Sin embargo, ¿qué pasa si tiene poca o ninguna consecuencia en nuestras conversaciones inmediatamente después?
El contraste puede ser obvio con cuán alegremente discutimos otros intereses: por ejemplo, nuestros entretenimientos. Cuando ves una gran película o programa, ¿no te sientes obligado a discutir el giro inesperado del final, el sufrimiento de la muerte de un personaje o la gloria de la redención de este personaje? ¿No es la experiencia de alguna forma incompleta hasta que expresas lo qué piensas, lo qué sientes y cuán profundamente esto o eso te conmovió? Bueno, ¿qué pasa con el sermón?
No estoy poniendo una regla, sino que cuestionando una cultura. El problema no es que conversemos sobre el almuerzo, el juego o las preocupaciones terrenales, sino que carecemos de una conversación deliberada sobre las mejores cosas que acabamos de escuchar. ¿Redimimos el tiempo? ¿La grabación detectaría varias conversaciones edificantes, consideradas y hermosas sobre el alma y el Señor Jesús o algo más parecido a una conversación banal, no espiritual y bastante ociosa?
Considera cómo John Owen describe nuestra bendita tarea:
Los creyentes, en su discurso diario común, deben estar mencionando continuamente al Señor en conversaciones provechosas y productivas, y no deben desperdiciar oportunidades con palabras necias, livianas y superficiales que están fuera de lugar [en especial un domingo]1.
Una cultura de conversaciones superficiales me parece el resultado de un supuesto más fundamental: que realmente nos reunimos para escuchar al predicador hablar y no para fomentar la gracia en la vida los unos de los otros por nuestra propia conversación.
Que todos somos profetas
¿Qué pasaría si llegáramos listos en oración para hablar palabras que «imparta[n] gracia a los que [necesitan] escucha[r]», palabras que el Espíritu nos ha equipado para decir (Ef 4:29)? ¿Qué pasaría si la cultura de nuestras iglesias fuera más como un bufé que como un plato único del chef principal?
Creo que Pablo tiene esto en mente cuando le enseña a la iglesia que Dios nos dio evangelistas, pastores y maestros «a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio». Fíjate qué ministerio: «para la edificación del cuerpo de Cristo; hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del pleno conocimiento del Hijo de Dios, a la condición de un hombre maduro, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo» (Ef 4:12-13 [énfasis del autor]). Los pastores equipan a los santos no sólo para hacer discípulos del mundo allá afuera, sino para hacer discípulos maduros los unos de los otros aquí. Somos equipados por sermones, clases y cuidado pastoral no sólo para llegar la siguiente semana a fin de recibir nuevamente, sino que para usar lo que escuchamos a fin de hablar a las vidas de los demás.
Así, Pablo continúa:
Más bien, al hablar la verdad en amor, creceremos en todos los aspectos en Aquel que es la cabeza, es decir, Cristo, de quien todo el cuerpo, estando bien ajustado y unido por la cohesión que las coyunturas proveen, conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor (Efesios 4:15-16, [énfasis del autor]).
¿Cuántos miembros del cuerpo no están trabajando apropiadamente porque se consideran meros consumidores? Aunque hablar no es la única manera de edificarnos mutuamente, es el medio que Pablo menciona aquí. La comunidad que se edifica a sí misma en amor no la edifica simplemente el pastor con el micrófono. Al contrario, ese pastor nos equipa a tomar la verdad de Cristo para hacer eco de ella en las vidas los unos de los otros durante el resto del domingo y a lo largo de la semana.
En términos muy prácticos, ¿qué debemos decir cuando termina el servicio?
1. Discutamos el sermón
Así como en los clubes de lectura se discuten libros, los santos deben discutir sermones. Pregunta cómo Dios los encontró; disponte a compartir cómo Dios te encontró a ti.
Recuerdo que me enseñaron que cuando la Palabra de Dios es predicada fielmente, la responsabilidad de administrar la Palabra cambia del predicador al oyente. Ahora tienes el deber de amar, meditar, aplicar, compartir y seguir hablando la verdad predicada (incluyendo a aquellos que están cerca de ti).
Considera cómo podemos influenciarnos mutuamente (positiva y negativamente) por nuestra conversación mundana o sobre Dios.
Dios está convenciendo, levantando o corrigiendo el corazón de un hermano con la Palabra, y yo interrumpo para preguntarle su opinión sobre el juego de los Vikings2. Jesús nos enseña que Satanás roba los sermones de nuestros corazones; ¿cuántas veces somos cómplices inconscientes de su propósito? La semilla estaba echando sus raíces en la tierra; yo la arranqué. Su espíritu ardía justo ahora; yo apagué la llama. Su corazón estaba siendo traspasado; yo desvié la espada.
Pero imagino si hubiera discernido su peso silencioso, le hubiera preguntado al Señor si debía ir a hablarle, y, acercándome, le hubiera dicho: «hermano, dime cómo Dios encontró tu alma esta mañana». Puedes hacer tanto al unirte al predicador en el ministerio, buscando fomentar grabar la verdad en las almas con simples conversaciones sobre Cristo después del servicio. Esta es una idea: toma notas del sermón para ti primero y también para otros. No necesitas ser otro pastor. Sólo sé un amante humilde y simple de Dios y de las almas, y el bien que puedes hacer es indecible.
2. Cuida el alma
Thomas Watson dio su evaluación después de escuchar conversaciones cristianas:
La culpa de los cristianos es que, en compañía, no se provocan a sí mismos a hablar bien: es una modestia pecaminosa; hay muchas visitas, pero no se dan una visita al alma de los demás. En las cosas mundanas, su lengua es como la pluma de un escritor presto; pero en asuntos de piedad, es como si su lengua se pegara al paladar3.
Considera cómo nuestra conducta dominical reescribe Hebreos 10:24-25: «que sólo los pastores consideren cómo estimularnos al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos para recibir sus palabras, como algunos tienen por costumbre, sino siendo exhortados por los pastores, y mucho más al ver que el día se acerca».
Ahora el pasaje real: «consideremos cómo estimularnos unos a otros al amor y a las buenas obras, no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos unos a otros, y mucho más al ver que el día se acerca» (Heb 10:24-25 [énfasis del autor]). Consideramos a otros, los estimulamos al amor y a las buenas obras. «Congregándonos» está conectado con «exhortándonos unos a otros».
Así que nos hacemos preguntas los unos a los otros, nos interesamos por las almas mutuamente, nos estimulamos unos a otros y nos «exhórt[amos] los unos a los otros cada día, mientras todavía se dice: “hoy”; no sea que alguno de ustedes sea endurecido por el engaño del pecado» (Heb 3:13). «Con toda sabiduría enseñándo[no]s y amonestándo[no]s» formamos las almas los unos de los otros (Col 3:16).
3. Oren los unos por los otros
«Escrito está, “Mi casa será llamada casa de oración” […]» (Mt 21:13).
Puede que no tengas muchas palabras de sabiduría. Puede ser que no pienses rápido. Puedes ponerte nervioso, incómodo y no sepas qué decir en respuesta a las preguntas de otros. He aquí una cosa que los elocuentes y los sencillos, los sabios y los simples, los jóvenes y los viejos en Cristo pueden hacer los unos por los otros: orar.
La casa de Dios debe ser llamada «casa de oración». La intercesión debe llenar el lugar antes del servicio, durante el servicio y después. Pregúntales a otros cómo están. Pregúntales cómo puedes orar por ellos. Y luego bendícete a ti mismo, bendícelos a ellos y a la iglesia al preguntar: «¿puedo orar por ti ahora mismo?». «Ahora mismo»: dos palabras que (cuando se agregan consistentemente) pueden transformar una cultura estancada.
El micrófono del cielo
Algunas de las palabras más significativas que se hablan en la asamblea cristiana no vienen desde el púlpito, sino que desde la banca. Una iglesia a la que se le enseña a aprovechar el tiempo juntos, a venir a hablar y no sólo a escuchar, a llenar el edificio con una conversación santa, experimenta un anticipo de ese país donde hablaremos por siempre de todo lo que Dios ha hecho.
La banca es un lugar poderoso. Ahí se salvan matrimonios; sermones se graban para siempre; almas pasan de la muerte a la vida. La banca, el pasillo o el vestíbulo son grandes lugares para «que su conversación sea siempre con gracia, sazonada como con sal, para que sepan cómo deben responder a cada persona» (Col 4:6).
La ilustración con la que comencé no es enteramente hipotética. Los dispositivos de grabación nunca capturan nuestras conversaciones, pero ten la seguridad de que Dios sí lo hace. Él escucha y recuerda el santo discurso de su pueblo entonces y ahora:
Entonces los que temían al Señor se hablaron unos a otros, y el Señor prestó atención y escuchó, y fue escrito delante de Él un libro memorial para los que temen al Señor y para los que estiman su nombre (Malaquías 3:16).
Cuando nosotros, los que tememos al Señor, nos hablemos los unos a los otros este domingo, ¿qué escuchará el Señor?