El otro día, salimos con nuestra familia a dar un paseo en la tarde por nuestro usual recorrido. Caminamos por la acera desde nuestra casa, pasamos un par de tiendas, cruzamos la calle y pasamos la universidad de la ciudad.
Cuando regresábamos, pasamos por un gran cementerio que está cerca de nuestro vecindario, donde un par de hombres estaban preparando una tumba. Mientras pasábamos por ahí, mi hijo de cinco años hizo una de esas preguntas a las que los padres muchas veces le tienen pavor: «papá, ¿qué están haciendo?».
¿Qué debo hacer? ¿Es demasiado pequeño para escuchar la verdad? Podría haber ignorado la pregunta (quizás al redirigir su atención al atardecer o a un automóvil que pasaba por ahí). Sin embargo, decidí que mi curioso pequeñito merecía una respuesta.
El Evangelio en el cementerio
Me detuve y me senté junto a la muralla del cementerio, puse a mi hijo frente a mí y comencé mi mejor intento de explicación: «amiguito, al final de la vida de cada persona, hay muerte. Cuando alguien muere, ponen el cuerpo de la persona en una caja, cavan un hoyo en la tierra y ponen la caja dentro del hoyo».
Él respondió: «¿tienen ropa puesta cuando los ponen dentro de la caja?».
Le dije: «bueno, le ponen ropa al cuerpo de la persona cuando los ponen dentro de la caja…. ¿sabías que Jesús murió? Pusieron su cuerpo en la tierra, pero tres días después salió de la tierra porque Dios lo trajo de vuelta la vida. Si creemos en Jesús, vamos a estar con Jesús cuando muramos. Y un día, cuando Jesús vuelva, nuestros cuerpos saldrán completamente nuevos de esos hoyos, viviremos con Jesús para siempre y nunca más moriremos».
«Espero poder llevar mi ropa puesta. Y voy a mantener mis ojos abiertos dentro de esa caja».
«Bueno, campeón».
Patrones de honestidad
Obviamente, mi hijo estaba bastante perdido en todo el asunto de morir y ser enterrado. Pero yo estaba intentando establecer un precedente importante con él. Cuando él se acerque a mí con sus preguntas honestas, voy a darle respuestas honestas. Él podría no entender completamente la respuesta y podría llegar a responder de manera extraña, pero una cosa es segura: no voy a ignorar preguntas sinceras.
Mi esperanza es que los patrones de comunicación que mi esposa y yo estamos estableciendo desde el principio con nuestros hijos continúen para equiparnos como padres. Con la ayuda de Dios, cada pregunta que escojamos no arriesgar nos da más sabiduría para lidiar con la siguiente. Si alimento a mis hijos con pequeñas mentiras ahora, pensando que «son demasiado pequeños para escuchar la verdad», no solo estoy entorpeciendo el crecimiento en sabiduría y estatura de ellos, sino que también la mía. Quizás sí son demasiado pequeños para ciertos detalles, pero existe una manera de responder amorosamente a sus preguntas específicas sinceramente. Si no puedo darle la verdad a mi hijo de cinco años, ¿qué me hace pensar que estaré listo para hacerlo cuando tenga quince?
Esos años (cuando los hijos son pequeños y las preguntas son de poca importancia) son práctica para más adelante. En este preciso instante, estamos aprendiendo a sortear preguntas básicas como: «¿es real Papá Noel? o «¿cuán grande es Dios?». Pero un día las preguntas podrían transformarse en: «mi mejor amigo acaba de contarme que es gay, ¿qué debo hacer?» o «¿por qué un Dios bueno permite que mueran así?». A medida que asumimos el desafío ahora, mientras son pequeños, confiamos en que Dios nos enseñará cómo lidiar con las preguntas que serán más difíciles de responder después.
Los niños satisfarán su curiosidad de una manera u otra. Si no les damos la verdad, la encontrarán en otro lado. Esperemos que al establecer un patrón temprano de comunicación abierta nos ayude a evitar un dolor en el futuro. Ningún padre quiere descubrir demasiado tarde que sus hijos han estado acudiendo a Internet, a sus pares o incluso a lugares peores con preguntas que no confían que nosotros respondamos para su satisfacción.
Por sobre todo esto, es importante que tratemos a nuestros hijos según la dignidad que Dios les dio. Son personitas hechas a la imagen de Dios. Merecen la verdad.
Toda conversación cautiva
La pregunta de mi hijo, que me tomó por sorpresa al principio, terminó siendo una gran puerta para el Evangelio. Esa tarde frente al cementerio, podría haber sacado de ahí a mi familia, haber evitado el tema y haber dado una vaga respuesta como: «solo están cavando un hoyo». Sin embargo, cuando tu hijo te pregunta directamente sobre un cementerio, ¿realmente es beneficioso para él evitar todo el asunto de la muerte?
Sin duda Dios previó estas conversaciones exactas cuando nos ordenó: «Las enseñarás [estas palabras] diligentemente a tus hijos, y hablarás de ellas cuando te sientes en tu casa y cuando andes por el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes» (Dt 6:7). En la mesa al desayuno, en una caminata de verano y cuando los acostamos, nuestros hijos investigan la verdad en nosotros bajo su propia curiosidad sobre el mundo que los rodea. Estos son momentos perfectos para enseñarles a nuestros hijos sobre Dios y su Evangelio.
Mantente atento. Muchas de las preguntas más difíciles o más vergonzosas de nuestros hijos pueden convertirse en perfectas oportunidades para conversar sobre las buenas noticias de Jesús. Llevemos esas conversaciones cautivas. Siéntate y habla intencional y honestamente con tus hijos. ¿Vamos a tropezar con nuestras respuestas, tendremos transiciones extrañas y no tendremos ningún sentido a veces? Por supuesto. Pero mis hijos son pequeños, ¡no conocen una mejor forma! Quizás tus hijos son mayores. Seguro que aún aprecian tu franqueza y Dios te ayudará a crecer en el tiempo. Nunca es demasiado tarde para comenzar a decir la verdad.
La verdad que nuestros hijos necesitan
Si has tenido el hábito de evitar las preguntas difíciles de tus hijos, podría ser necesario que les pidas perdón. Los hijos se exasperan cuando mamá y papá fallan en ser los primeros en decirles la verdad en sus vidas. Pablo nos cuenta que la solución es criarlos «según la disciplina e instrucción del Señor» (Ef 6:4).
A medida que crecemos en fidelidad para instruir a nuestros hijos en la verdad, confiamos que el Espíritu nos otorga más sabiduría para apuntarlos a Jesucristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14:6).