Semana tras semana, muchos de nosotros asistimos a la adoración servida, no al servicio de adoración.
¿No entiendes lo que quiero decir? Quizás esto ayude.
¿Cuántos de sus domingos se ven como este?
Llegas y los acomodadores del estacionamiento te saludan. Maestros fieles te instruyen. Ujieres buscan un asiento para ti. Una banda de alabanza que ensayó bien lidera las canciones para ti. Tu pastor predica un sermón fiel y que glorifica a Dios para ti. Los servidores del cuidado de niños cuidan a tus hijos. Y después de todo eso, vas a buscarlos y simplemente regresas a casa.
Me pregunto: «¿nos hemos desviado de la manera en que la iglesia primitiva enfocaba sus reuniones?».
Los corintios estaban tan entusiasmados por servir lo que habían preparado toda la semana que estaba provocando caos, lo que obligó a Pablo a decir: «¡uno a la vez, amigos!» (1Co 14:24-40). Dudo que muchos de nosotros tengamos que quitarle el pie al acelerador de camino a la iglesia por estar tan ansiosos de ofrecer algo al Señor y a nuestra familia de la iglesia.
No obstante, ¿no sería genial si lo hiciéramos? Considera estas cuatro maneras básicas en las que podemos usar nuestros domingos para servir a otros, en lugar de sólo ser servidos.
Llega temprano a la iglesia
La iglesia no es un auditorio, sino que son los miembros reunidos de un cuerpo. «Así nosotros, que somos muchos, somos un cuerpo en Cristo e individualmente miembros los unos de los otros. Pero teniendo diferentes dones, según la gracia que nos ha sido dada, usémoslos […]» (Ro 12:5-6). Como miembros, tenemos la responsabilidad de usar los dones particulares que Cristo nos ha dado para servir a su cuerpo.
A riesgo de sonar simplista, esta es otra forma de aplicarlo: llega temprano a la iglesia. Esto requiere planificación intencional, una reorganización de las actividades del sábado. Una vez que te comprometes a ello, comenzarás rápidamente a maravillarte de todo lo que ocurre antes de que otros (como tú) lleguen a la iglesia. Verás oportunidades para servir en demasía. Dos jovencitas de nuestra iglesia llegan una hora antes simplemente para preguntar: «¿cómo podemos ayudar?». Han descubierto que siempre hay una respuesta para esa pregunta.
De hecho, esta es una de las maneras más fáciles de experimentar lo que Pablo nos habla en Efesios: «[…] conforme al funcionamiento adecuado de cada miembro, [Cristo] produce el crecimiento del cuerpo para su propia edificación en amor» (Ef 4:16). ¿Quieres crecer como cristiano? Entonces, llega temprano a la iglesia.
Canta
Para muchos cristianos, cantar es una experiencia profundamente personal. No obstante, la Escritura nos enseña que cantar es una actividad comunitaria. Considera el Salmo 95: «Vengan, cantemos con gozo al Señor, aclamemos con júbilo a la roca de nuestra salvación» (Sal 95:1). El apóstol Pablo les recuerda a dos iglesias locales que continúen «habl[ando] entre ustedes con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con su corazón al Señor» (Ef 5:19; Col 3:16). Cantar es un mandamiento de «los unos a los otros»: un servicio a los demás cuando estamos juntos.
Podemos ofrecer canciones en adoración al Señor toda la semana, pero las reuniones comunitarias son el único momento en que podemos exaltar su nombre juntos (Sal 34:3). Cuando unimos nuestras voces en canciones de exaltación, lamento, confesión y acción de gracias, Cristo mismo ministra a los hermanos y hermanas entre nosotros que necesitan un Sumo Sacerdote que empatice con sus debilidades (Heb 4:15). Cantar es una manera tangible de servir a otros, llorando con quienes lloran y alegrándose con quienes se alegran (Ro 12:15).
Hace unos domingos, tuve laringitis. Aunque no podía cantar, mi alma fue edificada por los miembros de la iglesia que cantaron por mí. Y entonces me di cuenta: esta es la experiencia de cada semana para muchos miembros mayores en nuestras iglesias. Ellos permanecen sentados, dando lo mejor de sí para seguir a la congregación, pero sus dolencias se los impide. ¡Hermanos y hermanas, podemos servir a aquellos que no pueden cantar al cantar con, para y por ellos!
Da
Como los sabios del oriente o la reina de Saba, nos acercamos al trono de Cristo cada domingo y rendimos tributo a sus pies. Magnificamos su nombre a los ojos del mundo a medida que expresamos no sólo con nuestras bocas, sino que también con nuestro dinero que Él es nuestro verdadero Rey.
Pablo animó a los corintios a apartar una ofrenda el primer día de cada semana (1Co 16:2) y a pensar profundamente sobre la manera de dan: «Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por obligación, porque Dios ama al que da con alegría» (2Co 9:7).
No obstante, el dinero es sólo parte de lo que damos los domingos. Servimos a nuestra iglesia cuando testificamos sobre la fidelidad de Dios al responder nuestras peticiones de oración. Servimos cuando damos nuestras risas y lágrimas mientras otros comparten sus vidas. Básicamente, domingo tras domingo, servimos al darnos a nosotros mismos a los demás por medio de nuestra presencia física y espiritual.
Escucha
Toda nuestra obediencia comienza con escuchar a nuestro Dios: «[…] Si escuchas atentamente la voz del Señor tu Dios, y haces lo que es recto ante sus ojos, y escuchas sus mandamientos, y guardas todos sus estatutos […]» (Éx 15:26). No podemos complacer a Dios si primero no escuchamos su Palabra.
Es por esto que una gran porción de la adoración comunitaria está destinada a sentarse en silencio y escuchar la proclamación de la Palabra de Dios. No es tiempo de pensar sobre el almuerzo, el trabajo o la escuela. No es momento de revisar nuestras redes sociales. Servimos al Señor al orar que el Espíritu provoque en nosotros escuchar con la desesperación de Pedro: «[…] Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6:68).
Así que, busca maneras en las que puedes servir durante el sermón. Quizá haya una mamá cuyo bullicioso hijo le hace difícil concentrarse. Ofrécele sentarte con ella y ayudarla. Haz contacto visual con el predicador, da vuelta la página de tu Biblia y no tengas miedo de dar un «amén» o una afirmación verbal. Estos hábitos servirán al predicador a medida que trabaja fielmente para servirte la Palabra.
Reúnete para servir
Cristo murió para darnos acceso al trono del cielo. Por lo tanto, acerquémonos con actos de servicio de adoración. Que nuestras iglesias se llenen domingo tras domingo de sacerdotes activos en servicio: «Y viniendo a Él, como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero escogida y preciosa delante de Dios, también ustedes, como piedras vivas, sean edificados como casa espiritual para un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1P 2:4-5).