Se acerca el día de San Valentín, quizás una de las celebraciones más divisorias del año. Es muy entretenido y emocionante para los tortolitos, extremadamente comercial y falso para los escépticos y, a veces, especialmente solitario para los solteros.
Cada febrero, se intensifican las penas más grandes de la soltería en las almas de aquellos que aún no se casan, esperando que llegue el día de su boda. Mientras muchos de nuestros amigos y familiares están colmados de citas, de flores, de chocolates y de cartas de amor, muchísimos de los que no tienen pareja se abruman con todo; van desde la impaciencia hasta la amargura, desde la vergüenza hasta el remordimiento y hasta la confusión.
Probablemente, hay matrimonios bien intencionados e inocentemente amorosos que olvidan las complejidades emocionales de la soltería no deseada y animan con entusiasmo a quienes aún no se casan a sólo disfrutar esta etapa de «salir con Jesús». Sí, Jesús es nuestra única esperanza y es el único que puede sanarnos, pero no será muy romántico, no habrá chocolates por todos lados ni regalos muy bien envueltos. La verdad es que el deseo insatisfecho de tener un compañero y enamorado, especialmente a medida que pasan los años, a menudo empieza a sentirse más como la pena y la esclavitud del desempleo y la infertilidad que como la desinhibida libertad emocional y devocional que muchos imaginan, pues «no es bueno que el hombre esté solo».
La vida plena y fructífera de la soltería
Queremos que nuestras vidas sean plenas y fructíferas; queremos experimentar, lo máximo posible, todo lo que Dios ha hecho y nos ha dado; queremos que nuestra experiencia en esta corta vida realmente contribuya para su gloria y para el bien de otros. Lamentablemente, con mucha frecuencia, en nuestras vidas de no casados, hemos transformado el matrimonio en un requisito para ese tipo de felicidad y de trascendencia. Han habido días –muchos días– en los que realmente yo no puedo imaginar una vida plena y fructífera sin una esposa.
Sin embargo, por más que Dios ame el matrimonio, él no lo diseñó para llevar la carga de nuestro propósito y felicidad. Desde el principio, la razón de la existencia del matrimonio ha sido ser un medio por el cual podemos vivir y expresar una unión mucho más grande: la unión con Dios, por medio de su Hijo, en el Espíritu. Pablo nos dice que la clave para experimentar la libertad adquirida para nosotros en la cruz es vivir por el Espíritu (Gá 5:16), apartándonos de los deseos de la carne y llenándonos con nuevos frutos: amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio (Gá 5:22-23). La vida libre y plena se encuentra en Cristo y se representa en semejanza a él, lo que se resume en estos nueve premios de la vida cristiana.
Busquemos frutos en el lugar correcto
Quizás el pesar más grande de la soltería es que muchos postergan la búsqueda de los frutos del Espíritu para el momento de casarse. Tontamente, pensamos que cuando encontremos el amor, misteriosamente se develarán esos frutos en nuestras vidas. Es verdad que el matrimonio trae satisfacción muchísimas veces, pero el testimonio de muchos es que el matrimonio es más un diagnóstico que una prescripción en nuestra búsqueda de santidad. En vez de develar los frutos, más a menudo, éste evidenciará (con gracia) nuestras imperfecciones –que le confiaremos a Dios para que las purifique y las corrija–.
En realidad, ninguno de los frutos del Espíritu está reservado para el matrimonio. Éstos son producto de la conversión (nuestra unión con Cristo), no del matrimonio (la unión con nuestro cónyuge). Además, afortunadamente para los que aún no están casados, la unión que más importa no requiere de un certificado de nuestro gobierno. Cuando miramos nuestro camino al altar con la expectativa de que una novia o un novio finalmente nos haga felices y fructíferos, estamos buscando amor, alegría y paz en el lugar equivocado. Dios ya dio su Espíritu (y todos sus frutos) a todo aquel que ha sido salvado y satisfecho en él –esté en una relación amorosa o no–.
Nueve frutos para atacar las mentiras del pensamiento
Satanás es el padre de la mentira (Jn 8:44). Sus mentiras son el medio más efectivo por el cual él hace que los que aún no se casan se priven de este fruto que satisface el alma. Mentiras sobre ellos mismos; sobre sus pasados; sobre el matrimonio; sobre sus futuros cónyuges; sobre sus amigos y sus familias. Sin una esposa o un esposo, y si somos descuidados, podemos pasar mucho más tiempo escuchándolo a él.
Si es que vamos a luchar por ser fructíferos, debemos escuchar las mentiras como mentiras y confrontarlas con el amor invencible de Dios por sus hijos, el cual nos ha dado en la verdad de sus promesas. Por lo tanto, a continuación, se describen nueve engaños que nosotros, los solteros, debemos rechazar, usando como arma los frutos del Espíritu que encontramos en la Palabra de Dios. Uno para cada mentira, donde la alegría será tratada al final. Ya sea que estén luchando personalmente con cada una de las mentiras o no, espero que cada promesa equipe a todos los solteros con una esperanza llena de alegría y los lleve a decidir sacar más provecho de Jesús en esta vida de aún no casado.
1. «Debido a que aún estoy soltero, soy egoísta. No hay nadie que se preocupe por mis necesidades y sentimientos»
¡Claro! El egoísmo podría ser igual de incontrolable en el matrimonio –y definitivamente más evidente–, pero la soltería por naturaleza lo complace y lo cultiva. Cada día, los solteros toman gran parte de sus decisiones basados en lo que necesitan y lo que quieren y nadie sabrá realmente la diferencia. No obstante, aunque el egocentrismo y autosatisfacción podrían parecer prometedoras, el amor ofrece una mejor promesa.
«Queridos hermanos, amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama es nacido de él y lo conoce» (1 Jn 4:7) [énfasis del autor]. La promesa de amar es una promesa de Dios. Aquellos que aman conocen más y más del Dios que es amor (4:8). Este amor y este Dios están disponibles por igual tanto para el casado como para el que no lo está.
2. «Debido a que aún estoy soltero, estoy ansioso. No sé si Dios alguna vez me dará alguien con quien casarme»
Quizás los jóvenes de nuestra iglesia tengan más ansiedades que deseos insatisfechos por el matrimonio, pero también puede ser que ninguna predomine por sobre la otra. Los temores y la tristeza por el amor, por las relaciones y por el matrimonio le quitan bastante a nuestros solteros el sueño y la energía. Preocuparnos y autocompadecernos por nuestras incompetencias al respecto nos promete hacernos sentir mejor, pero carecen de cualquier poder para ayudarnos. Sin embargo, Dios puede darnos paz verdadera.
«No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús» (Fil 4:6-7) [énfasis del autor].
Dios nos ha prometido paz en cualquier circunstancia y protección contra todo mal dispuesto en nuestra contra. Ya sea que conozcan a sus futuros cónyuges esta tarde o vivan solos el resto de sus vidas, Dios conoce sus necesidades, promete proveerles y realmente puede darles descanso y perspectiva llenas de paz en cada momento.
3. «Debido a que aún estoy soltero, estoy impaciente. He esperado demasiado tiempo para casarme»
Amazon, Netflix y los smartphones han devaluado la paciencia. Aunque no es realmente cierto, la satisfacción instantánea nos ha satisfecho bastante como para hacernos olvidar lo invaluable y lo hermosa que es la paciencia. ¿Aprecian la paciencia en ustedes y en otros? En Internet, no verán que sea elogiada y, sin duda, tampoco lo será en la mayoría de los programas de televisión actuales, por lo tanto, tendremos que buscarla en otros lugares (más confiables).
Dios nos promete, por medio de Pablo, que «él dará vida eterna a los que, perseverando en las buenas obras, buscan gloria, honor e inmortalidad» (Ro 2:7). Éstas son algunas cosas que podemos tener sólo por medio de la paciencia: la gloria, el honor, la inmortalidad, Dios. Ningún tipo de tecnología jamás podrá acelerar este proceso. En nuestra espera por cosas menos valiosas –como las bodas–, se trabajan los músculos que necesitamos para esperar adecuadamente por Dios. Toda nuestra espera vale la pena, si es que por medio de ella obtenemos más y más de aquel a quien nuestras almas están finalmente esperando.
4. «Debido a que aún estoy soltero, puedo ser frío e indiferente con otros. Ya tengo suficientes dificultades al lidiar con mis propias cosas»
Uno de los más grandes peligros de la soltería es el sentido de tener el derecho a algo. Entra sigilosamente en todas las áreas, pero esencialmente nos convence de que debemos centrarnos exclusivamente en nosotros –un tipo de mentalidad de sobrevivencia– a menudo a costa de otros. A medida que el sentido de tener del derecho a algo y la preocupación por uno mismo crecen e invaden nuestros corazones, comenzamos a interesarnos menos por otros y a compadecernos menos de ellos. Sin embargo, el fruto vivificante del Espíritu es la amabilidad, una actitud de compasión y generosidad amistosa.
«Sean más bien amables unos con otros, misericordiosos, perdonándose unos a otros, así como también Dios los perdonó en Cristo» (Ef 4:32, NBLH) [énfasis del autor]. La hermosa y liberadora promesa detrás de nuestra amabilidad es la amabilidad que Dios tiene por nosotros en Cristo. Aquellos que imitan a Cristo –y son reconocidos por ser amables en él– han sido tratados con amabilidad por un Dios todopoderoso y santo a pesar de lo que merecen. Jesús dice, «ustedes deben amar a sus enemigos, hacer el bien y dar prestado sin esperar nada a cambio. Grande será entonces el galardón que recibirán y serán hijos del Altísimo; porque él es benigno [amable] con los ingratos y malvados» (Lc 6:35, RVC) [énfasis del autor]. Somos amables porque ese el tipo de hijos de Dios tiene.
5. «Debido a que aún estoy soltero, no valoro la virtud ni la integridad como debiera. Trabajaré en ellas cuando me case y tenga una familia»
Una excusa para procrastinar nuestra búsqueda de santidad es que los cristianos solteros aún no tenemos responsabilidades así como los cristianos casados, como si de alguna manera fuésemos menos humanos. Cuando tengamos esposas, maridos o hijos que serán afectados por nuestras actitudes y comportamientos, entonces realmente importará quiénes somos y cómo actuamos. Cuando un hombre y una mujer se casan, ellos se convierten en uno solo, pero no en alguien más pleno que el creyente que está soltero. Todos los hijos de Dios llenos del Espíritu tienen acceso a las bendiciones de las bondades forjadas por Dios en esta vida.
«Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, pues ellos serán saciados… Bienaventurados los limpios de corazón, pues ellos verán a Dios» (Mt 5:6,8). Bienaventurados (felices) son los solteros que aman y buscan la bondad, la virtud y la integridad. Ahora mismo viene la bendición en nuestra búsqueda, que aún es imperfecta y que hacemos mientras aún no nos casamos, de Dios y de su justicia.
Su divino poder, al darnos el conocimiento de aquel que nos llamó por su propia gloria y excelencia, nos ha concedido todas las cosas que necesitamos para vivir como Dios manda. Así Dios nos ha entregado sus preciosas y magníficas promesas para que ustedes, luego de escapar de la corrupción que hay en el mundo debido a los malos deseos, lleguen a tener parte en la naturaleza divina. Precisamente por eso, esfuércense por añadir a su fe, virtud… (2 Pe 1:3-5) [énfasis del autor].
Con el mismísimo poder de Dios de nuestra parte, complementemos nuestra fe y nuestra soltería con bondad.
6. «Debido a que aún estoy soltero, soy cambiante, descuidado y poco confiable. No pueden esperar que los solteros hagan o cumplan sus compromisos»
Lo que es peor, es que algunos de nosotros realmente amamos esta afirmación sobre la soltería. Aquellos que aún no se han estabilizado sienten que tienen la libertad de ir de una cosa a otra, de abandonar responsabilidades y obligaciones por cosas nuevas y originales. Estas cosas pueden ser un trabajo nuevo, una iglesia nueva, una nueva relación o incluso una ciudad nueva. Las personas postergan el matrimonio para evadir el compromiso y mantener la sensación de libertad. No obstante, por más libre que se sienta ser cambiante y descuidado, la Biblia nos enseña a amar la fidelidad, la devoción y la lealtad en cada etapa de la vida.
«Por lo tanto, mis queridos hermanos, manténganse firmes e inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que su trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58). Cuando la vida, el trabajo, las relaciones o el ministerio se ponen difíciles, inoportunos o se convierten en cosas rutinarias, nuestra dedicación consecuente y desinteresada en aquellos que nos rodean revelará nuestra fe en la obra apasionante y infalible de Dios. Cuando pareciera que nuestro esfuerzo no vale la pena, podemos descansar, servir y perseverar, sabiendo que cada sacrificio en esta vida por el nombre de Cristo nunca es en vano.
En el Espíritu, y contra los patrones de comportamiento veintiañero que nos rodean, podemos dejar de lado nuestras ambiciones egoístas e impulsivas para ser miembros fructíferos de la iglesia local, comprometidos con un ministerio a largo plazo en nuestra comunidad y tardos para alejarnos de la obra de Dios, no importa cuán difícil y poco notorio sea. Nos regocijamos en este tipo de perseverancia, porque, «…la perseverancia [produce], entereza de carácter; la entereza de carácter, esperanza. Y la esperanza no nos defrauda, porque Dios ha derramado su amor en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado» (Ro 5:4-5)
7. «Debido a que soy soltero, soy severo con otros. No entienden lo difícil que es para mí»
La respuestas que damos cuando alguien nos lastima dicen mucho sobre el estado de nuestro corazón. ¿Cómo reaccionan ustedes con quienes malinterpretan, subestiman o minimizan el dolor que sienten por no estar aún casados? Aunque esas personas sean bienintencionadas, nos ofenden inconscientemente con sus consejos, sus preguntas o su indiferencia. Nos sentimos justificados en nuestro enojo, que expresamos por medio de una palabra desconsiderada o de un pensamiento violento y amargo hacia ellos. Sin embargo, Dios recompensa la humildad de cara a la ofensa.
Él nos anima a nosotros y a quienes nos enseñan a resistir al diablo: «Así, humildemente, deben corregir a los adversarios, con la esperanza de que Dios les conceda el arrepentimiento para conocer la verdad, de modo que se despierten y escapen de la trampa en que el diablo los tiene cautivos, sumisos a su voluntad» (2 Ti 2:25-26). En última instancia, Dios corrige y dirige los corazones. No somos llamados a infligir justicia unos sobre otros; más bien, a vestirnos con la gracia y la humildad que Dios mismo nos ha mostrado. Es posible que tengamos razón al ofendernos, pero una segunda ofensa no es la solución. Al contrario, Dios nos llama a la humildad y nos promete hacer el trabajo más duro de redención y de venganza por nosotros.
8. «Debido a que soy soltero, soy indisciplinado y continúo pecando. La libertad se siente bien. Nadie sabe, a nadie le importa ni le afecta mi conducta»
No hay vida más libre de restricciones que la vida de soltero. Puede ser muy fácil vivir descontrolada e imprudentemente cuando vivimos aislados. Nuestra carne quiere que comamos más de esto, que bebamos más de esto otro, que compremos más de eso y que veamos más aquello. Ninguna de estas cosas es necesariamente mala en sí misma, pero nuestros deseos intensos, pecaminosos y libres de restricciones finalmente nos llevarán a más pecado y más idolatría. El disfrute de todo lo que Dios ha creado como Dios lo planeó requiere de domino propio (decir «no» lo suficiente para demostrar que disfrutamos más de Dios que de cualquiera de sus regalos). Las recompensas al restringirnos en esta vida valen absolutamente la pena.
«Todos los deportistas entrenan con mucha disciplina. Ellos lo hacen para obtener un premio que se echa a perder; nosotros, en cambio, por uno que dura para siempre» (1 Co 9:25). Cuando renunciamos a la comida, a la bebida, a la televisión, a los deportes, a las compras, a las páginas webs, a cualquier cosa en esta vida por el bien de tener y disfrutar a Cristo, estamos dando un paso más hacia la herencia infinita e imperecedera reservada para nosotros en el cielo (1 Pe 1:4; Mt 6:20).
El matrimonio puede ofrecer una responsabilidad íntima y personal que podrían no tener en su soltería. El dominio propio, sin embargo, es un fruto del Espíritu, no así un esposo o esposa. Busquen a Dios para ser fortalecidos, «pues es Dios quien produce tanto el querer como el hacer para que se cumpla su buena voluntad», y también produce el dominio propio en ustedes (Fil 2:13).
9. «Debido a que estoy soltero, estoy deprimido y soy miserable. No seré realmente feliz hasta que me case»
Cualquier realidad que aún no es concreta es acompañada de dolor y de anhelo. No escuchamos tantos testimonios de «felizmente no casados aún», al menos, no entre los cristianos. La soltería no deseada puede ser muy solitaria y la soledad puede ser muy miserable. En esos momentos, la mentira más persuasiva que escuchamos es que el matrimonio será la solución más satisfactoria. Lamentablemente, la búsqueda del matrimonio y de un cónyuge para llenar el vacío que sólo Dios puede llenar, simplemente te dejará más deprimido y herido. Dios bondadosamente nos da otra respuesta para alcanzar la alegría.
«Me has dado a conocer la senda de la vida; me llenarás de alegría en tu presencia, y de dicha eterna a tu derecha» (Sal 16:11). En Jesús (el camino, la verdad y la vida), Dios nos ha mostrado las sendas de la vida y de la felicidad. Éste no es el camino entre los bancos de la iglesia donde realizarán sus futuras bodas. Más bien, es el matrimonio escandaloso de un Dios santo con su novia escogida, pecadora y perdonada, la iglesia. Jesús vivió, murió y resucitó para nuestra alegría (incluso en la soltería). Él dijo, «les he dicho estas cosas para que tengan mi alegría y así su alegría sea completa» (Jn 15:11).
La semilla de todos los frutos del Espíritu es una satisfacción profunda y perdurable en Jesús. Una falta de amor comunica que se valoran más a sí mismos que a Jesús y que a las personas él compró por su sangre. Nuestra ansiedad le dice a Dios que no estamos contentos de tenerlo a él y tampoco lo estamos con su plan (y tiempo) paternal para nuestras vidas. La impaciencia dice que Jesús, a quien ya tienen, no es suficiente. La incapacidad de decir «no» sugiere que creen que esa comida, esa compra o esa página web los harán más felices que Jesús. Sin embargo, la verdadera alegría en Jesús, por medio del evangelio, los liberará del fruto envenenado del pecado.
¿Puede la soltería separarnos del amor de Dios?
¿Qué puede separarnos del amor de Dios? «¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?» (Ro 8:35). ¿Podrá, entonces, la soltería? «[No, pues] en todo esto somos más que vencedores por medio de aquel que nos amó» (Ro 8:37). Nada (definitivamente, tampoco nuestro estado civil) puede evitar que recibamos y que se haga efectivo en nosotros todo lo que Dios hizo en Jesús. Su favor ya está en nosotros; su poder está obrando en nosotros; su Palabra nos guiará; su gracia es capaz de sustentarnos. Dios realmente puede satisfacernos y hacernos muy, muy fructíferos ahora mismo. Sí, incluso siendo solteros.
El día de San Valentín es una celebración creada por el ser humano. Mientras apele a nuestros deseos por amor y matrimonio, puede tener un poder embustero que desvía nuestra atención y nuestras prioridades del plan y de la perspectiva de Dios. Sabemos, sin embargo, que «la flor se marchita» –cada una de las rosas– «pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre» (Is 40:8). Den un paso hacia atrás y sorpréndanse de cuán corto es realmente el día de San Valentín, el matrimonio e incluso nuestras vidas al compararlos con la gloria. Deben saber que todo esto dejará de existir en un instante y la belleza, el valor y la felicidad palidecerán ante una eternidad con nuestro Salvador (una eternidad que podemos saborear ahora en los frutos del Espíritu).