Vern Sheridan Poythress es profesor de Nuevo Testamento en el Westminster Theological Seminary. Matemático de profesión (obtuvo su Ph.D. en matemáticas en la Universidad de Harvard) y teólogo (D.Th. de la Universidad de Stellenbosch), es sin duda alguna un intelectual brillante.
En el librito No hay científicos ateos, Poythress describe una interesante paradoja: «Todo científico, incluyendo los agnósticos y los ateos, creen en Dios. Es necesario para hacer su trabajo». ¿Cómo? ¿Los ateos creen en Dios? Sí.
Es curioso que muchas veces los cristianos pensemos en Dios como «algo» —más que alguien—; presente sólo cuando hablamos de Cristo. Pero la verdad es que «según la Biblia, Dios está involucrado en las áreas más comunes de la ciencias, las áreas de los eventos predecibles, las áreas que involucran experimentos de prueba repetitiva, y aun las descripciones matemáticas exactas» porque, al final, «los ciclos regulares que los científicos describen realmente son los compromisos que Dios mismo ha hecho».
Es el compromiso o promesa de Dios de sostener el universo con el poder de su Palabra, y «las llamadas ‘leyes naturales’ son realmente la ley de Dios, o la Palabra de Dios, descritas imperfectamente o aproximadamente por los investigadores humanos».
Así, Poythress desarrolla las características o atributos de las llamadas «leyes científicas». Para nuestro asombro, estas leyes expresan el carácter y atributos de Dios. Son leyes universales, rigen en todo tiempo y lugar, y rigen en la naturaleza, es decir, tienen poder.
Lo más sorprendente es que las leyes científicas o naturales son expresión de un ser personal. Aquí el autor menciona cómo todos los científicos (y todas las personas, en última instancia) suponen que las leyes de la naturaleza son racionales, pero dado que la racionalidad es una característica del hombre y no de la naturaleza misma, se entiende que provienen de una mente racional. Lo mismo sucede con el lenguaje. Dado que es posible expresar, explicar y transmitir estas leyes por medio del lenguaje, se infiere que hay una mente racional inteligible detrás de ellas.
Pero no se asuste. El librito culmina apelando a cuán práctico es esto en la vida diaria de una persona común. El autor nos da el ejemplo de lo que podríamos llamar «la fe en la regularidad de la tecnología», y de cómo podemos dar testimonio de Cristo a toda persona, teniendo en cuenta que «la providencia de Dios nos afecta . . . por lo tanto, los atributos de la ley científica ofrecen una plataforma para dar testimonio tanto a las personas comunes como a los científicos».
¡Gracias a Dios por este librito!