La historia se repetía. Mientras el rey tomaba la mano temblorosa de Sara, alejándola de su esposo y llevándola a otro lugar alejado, ella se preguntaba frunciendo el ceño: «¿por qué Abraham me hace esto a mí, de nuevo?». Su rol era protegerla. Se supone que debía pelear por ella, como lo había hecho por Lot. Pero la valentía había dado paso a la cobardía; la promesa fue olvidada, de nuevo. Y ahora, Sara era el sacrificio sobre el altar de su egoísmo.
Mientras estaba sentada sola, esperando que el rey regresara, sus clamores de enojo internos se convirtieron en oraciones confiadas al Dios de su vindicación. El Dios de la promesa pactual. El Temible.
¿Qué podemos aprender de Sara?
La historia de Sara es extraordinaria. Imagina que te dicen que tu vientre anciano acunará juventud, que la infertilidad de la vejez se sometería a la voluntad del Anciano de Días. No es de extrañar que Sara se riera ante tal posibilidad (Gn 18:12). Es algo aterrador caer en las manos del Dios vivo, incluso cuando esa caída está dentro de su gracia inesperada y de su promesa aparentemente imposible.
Los críticos de hoy podrían concluir que Sara fue una mujer necia por no alzar la voz ni defender más su posición. «Un tapete», podrían decir. «Ella dejó que Abraham la dominara». Pero lejos de condenarse a sí misma, la Escritura la elogia. En la conmemoración de los santos que hace Hebreos, leemos: «también por la fe Sara misma recibió fuerza para concebir, aun pasada ya la edad propicia, pues consideró fiel a Aquel que lo había prometido» (Heb 11:11, [énfasis del autor]).
Sin siquiera saber a quién ella estaba esperando, Sara se cubrió con la sangre de Cristo: el Hijo eterno de su linaje familiar, la consumación de su espera. Ella vio el contorno borroso de Jesús y lo saludó desde lejos, su Señor perfecto la llevaría a un mejor país, a uno celestial (Heb 11:13-16), donde todo el temor se desvanecerá ante la luz de su resplandor. Tenía destellos de su Salvador, su Señor, y ella sabía que Él también era el Señor de Abraham.
Y en eso consiste gran parte de la excelencia de Sara como una mujer de fe. Mientras más temía los malos efectos de las decisiones de su esposo, más temía a su verdadero Amo. Por supuesto, no era una santa perfecta, así que cuando la vemos como un ejemplo, en última instancia estamos viendo a Jesús, el objeto perfecto de su fe imperfecta. Pero de Sara y de su historia, podemos aprender que la ausencia de temor no es el objetivo de una mujer (al contrario de lo que el mundo podría decirnos). En lugar de ello, apuntamos a temer al Señor. Así que con Sara, como nuestra guía, considera conmigo tres lecciones que aprendemos de semejante temor contracultural.
1. El temor piadoso le confía a Él aquello que no podemos controlar
Abraham tomó decisiones terribles; decisiones que estaban fuera de las manos de Sara. Como Sara, tú también podrías conocer la vulnerabilidad de ser sacudida por la necedad y los pecados de otros: los efectos de un esposo infiel sobre tus hijos, las repercusiones de la descalificación pastoral sobre tu familia de la iglesia, las ruinas económicas de la guerra adictiva de un apostador. Luego están las circunstancias por las cuales nadie tiene la culpa, pero que tú nunca viste venir: el recorte de personal, los desastres naturales, el diagnóstico de cáncer, la infertilidad. Todas dolorosas y todas dolorosamente fuera de tu control.
La pregunta es: «¿qué haremos cuando suframos? ¿Tomaremos los asuntos inmediatamente en nuestras manos, corriendo a arreglar personas y el daño que provocaron? ¿Les haremos pagar por ello? ¿Nos reiremos en la cara de Dios en flagrante incredulidad?». Sara intentó todas esas alternativas y ninguna funcionó (ver Génesis 16:1-6; 18:12; 21:1-21). Así que escogemos un mejor camino, el camino del temor piadoso que Jesús mismo también recorrió:
Porque para este propósito han sido llamados, pues también Cristo sufrió por ustedes, dejándoles ejemplo para que sigan sus pasos, el cual no cometió pecado, ni engaño alguno se halló en su boca; y quien cuando lo ultrajaban, no respondía ultrajando. Cuando padecía, no amenazaba, sino que se encomendaba a Aquel que juzga con justicia (1 Pedro 2:21-23, [énfasis del autor]).
Cuando enfrentamos el peligro, la desilusión y el dolor, la respuesta no está en mirar dentro de nosotras mismas, sino en mirar a Jesús. Él enfrentó las serias consecuencias de los hombres pecadores y su respuesta no fue insultar o amenazar, sino que confiar en su Padre. «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23:34). ¿Seguiremos sus pasos? El temor piadoso significa confiarle a Dios aquello que no podemos controlar, sabiendo que Él es un juez justo y que el resultado está en sus manos capaces.
2. El temor piadoso busca la santidad
Aunque no podemos controlar a las personas ni a las circunstancias, por la gracia de Dios podemos controlar nuestras respuestas ante ellas. Aprendemos de Sara que «si algunos de ellos son desobedientes a la palabra», nosotras podemos obedecer (1P 3:1). Al hacerlo, podríamos incluso ganar a otros para Cristo por nuestra conducta respetuosa y pura (1P 3:2). Nuestro objetivo final cuando tenemos temor (de nuestros errores pasados, de las presiones presentes o del futuro desconocido) no es la ausencia de temor, sino un temor del Señor que resulta en santidad.
¿Incluye esto crecer en un espíritu valiente que «no tiene miedo de nada que pueda aterrorizarla» (1P 3:6)? Sí. La santidad incluye valentía. Pero la valentía cristiana no es lo mismo que la ausencia de temor. Nuestro objetivo es conocer mejor a Jesús y, al conocerlo mejor, vernos más como Él: quien anduvo en perfecto temor del Señor.
Para nosotras, el temor piadoso crece —a veces lentamente— a través de una vida de santificación, a medida que el Señor provee oportunidades para verlo cuando tenemos miedo, tal como lo hizo con Sara. Sólo considera el registro de Sara en el Nuevo Testamento. En Génesis, estamos al tanto de sus pecados y de sus necios errores; su lucha por la santidad está puesta frente a nuestros ojos. Pero ¿cómo la representa el Nuevo Testamento? Como una mujer de fe que teme a Dios (Heb 11:11; 1P 3:5-6).
Estas son buenas noticias para nosotras que luchamos contra el temor. La gracia de Dios en Cristo significa que somos declaradas santas, perdonadas y justas a su vista. Sin discusión, sin excepciones (Ro 8:1, 33-34). Y al final del día, cuando hayamos enfrentado el temor de una manera menos que perfecta, porque hemos mirado a Jesús y lo hemos temido, nosotras también seremos llamadas mujeres de fe que temen al Señor. Su sangre justa nos cubrirá y nos declarará «inocentes».
A la luz de esta realidad, despojémonos del miedo y busquemos la santidad. Somos hijas de Sara si hacemos el bien y (cada vez más) no tememos a nada que nos atemorice (1P 3:6)
3. El temor piadoso mira a sus promesas
Alabado sea Dios porque sus promesas no dependen de nosotras, sino del perfecto y definitivo sacrificio de su Hijo. Sara pudo concebir un bebé en su imposible vejez, no porque tuviera «suficiente fe», sino porque Dios fue fiel con ella. Aun cuando ella se rio de la promesa de Dios y luego negó haberlo hecho, Dios le aseguró que nada sería demasiado difícil para Él (Gn 19:14-15).
Las promesas de Dios se mantienen firmes a pesar de nuestras preocupaciones, dudas y temores porque se construyen sobre algo más seguro: la preciada sangre de Jesús. ¿Adónde miramos cuando tenemos miedo? ¿Nos fijamos en las circunstancias: el hijo descarriado, el dolor insoportable, el matrimonio roto, el sótano inundado y la cuenta bancaria vacía? ¿O fijamos nuestros ojos en la Palabra perdurable y verdadera de Dios: sus preciosas y muy grandes promesas, aseguradas para nosotras en Jesús? El temor nos tienta a andar por vista, a evaluar nuestra situación basándonos en lo que está frente a nosotras o a lo que nos podría pasar. Sin embargo, el temor piadoso significa andar por fe mientras miramos las promesas dignas de confianza de Dios.
Esto significa que nos familiarizamos con nuestras Biblias. Escudriñamos la Escritura porque nos lleva al Salvador (Jn 5:39-40), en cuyo carácter y promesas anhelamos confiar más y más. ¿Adónde más podemos ir? Ni las noticias ni los partidos políticos ni un libro de autoayuda serán suficientes. Sólo Jesús tiene palabras de vida eterna; palabras en las que podemos depender cuando todo lo demás cede el paso (Jn 6:68). Crecer en temor piadoso no requiere fe perfecta, sino una promesa perfecta y un cumplidor perfecto de promesas. «El cual también lo hará» (1Ts 5:24). Y a medida que miramos a Jesús y a sus promesas, como se revela en su Palabra, creceremos en temor piadoso.
Cuando los temores terrenales caen
¿Qué sintió Sara a medida que se fijaba en su vientre en expansión o a medida que sostenía a Isaac por primera vez? Me la imaginé llorando de alivio y luego riendo de alegría (Gn 21:6-7). ¡Todo era cierto; cada palabra! A pesar de la incredulidad de su marido, y en medio de su propia amargura, duda y meros atisbos de una esperanza desafiante, Dios permaneció fiel. En todo, Él estaba dirigiendo la fe de Sara, invitándola a confiar en aquello que no podía ver aún.
¿Acaso no es esta su invitación para nosotras? Él quiere que lo temamos por sobre todo lo demás, que confiemos en su fidelidad más de lo que nuestros ojos pueden ver, creyendo que Él está en control, Él está obrando entre su pueblo y está guardando todas sus promesas.
A diferencia de Sara, sabemos a quién estamos esperando. Ella tenía destellos, pero nosotras tenemos la escena completa (Jn 1:14). Y un día, cuando la gloria de Cristo sea completamente revelada, lloraremos con alivio y reiremos de alegría. Todo era cierto. Y todos los temores terrenales se desvanecerán a la luz de su gracia perdurable.