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El hombre que después de mucha reprensión se pone terco,
De repente será quebrantado sin remedio (Proverbios 29:1).

Se ofende por la instrucción, se sonroja con la corrección. Él peca, sin duda, pero no es asunto tuyo. La corrección lo empeora. No es conocido por un carácter fuerte, sino por su rigidez de cuello: el buey de un hombre que sólo viaja en una dirección: el propio. 

Sabe mejor que los demás. Los amigos, si es que aún pueden llamarse así, intentan confrontar sus fallas patentes. Quieren lo mejor para él. Son valientes: ¿intentarías guiar a un toro por la oreja? Arrasa con todo, pisoteando todo a su paso. Dios habla; él corta el teléfono. La sabiduría clama en la calle; él se hace a un lado. Los ruegos de amor no pueden rodearlo. La consciencia no puede disuadirlo. Su cuello, fuerte como un roble, sólo se pone más rígido.

«No es tan malo como dicen», piensa. «Puedo detenerme en cualquier momento. ¿Quiénes son ellos para juzgar?».

Es un necio. Un Nabal: «un hombre tan indigno que nadie puede hablarle» (1S 25:17). Un hijo demasiado sabio para su padre. Una oveja demasiado inteligente para sus pastores. Un anciano demasiado orgulloso para cambiar. Escupe en la mano que entrega el regalo de Dios para él: la gracia de la corrección. Ignora las señales que alertan sobre el acantilado. Como el faraón, dicta desde su trono hecho por sí mismo: «¿quién es el Señor para que yo escuche su voz» (Éx 5:2).

Caída inevitable

Nuestro proverbio advierte sobre cómo una larga negativa llega a un rápido final. La ruina reemplaza la sordera. Su camino termina «de repente». Él cae, «quebrantado sin remedio». Este es el día que él pensó que nunca llegaría, el fin que él dijo nunca encontraría. Es destruido sin remedio. No hay segundas oportunidades. Sin posibilidad de volver a empezar. No hay más ocasiones para considerar su camino ni cambiar sus maneras. 

Los sermones de Noé ya no se escuchan. Dios sella la puerta del arca; la lluvia comienza. La risa de los yernos de Lot se apaga; el fuego cae en Sodoma. Los profetas ya no levantan su clamor en arrepentimiento y aflicción; Jerusalén está rodeada por Babilonia, por Roma. Y se acerca  el día cuando los estudios bíblicos se extinguirán y los servicios de la iglesia como los conocemos terminarán; Jesús llegará. Los cuellos rígidos finalmente serán quebrantados para siempre.

Bueyes tercos, ingobernables e incorregibles, siempre encuentran el precipicio al final.

Se retuercen en el fondo y gimen: «¡cómo he aborrecido la instrucción, y mi corazón ha despreciado la corrección! No he escuchado la voz de mis maestros, ni he inclinado mi oído a mis instructores» (Pr 5:12-13). ¿La sabiduría llora por su caída? ¿Lamenta su miseria final? «Me burlaré cuando sobrevenga lo que temen […]. Cuando vengan sobre ustedes tribulación y angustia» (Pr 1:24-27). No obstante, ¿seguro Jesús llora por ellos? «Pero a estos mis enemigos, que no querían que reinara sobre ellos, tráiganlos acá y mátenlos delante de mí» (Lc 19:27). Como no hizo caso a los clamores del Todopoderoso, el Todopoderoso no hará caso a los suyos. Oh, teme más a un corazón duro que a una palabra dura.

Amor reprendedor

Algunos de ustedes han sufrido «mucha reprensión» por años sin resultado alguno. Varias de tus relaciones más cercanas les han implorado, advertido discretamente, hablado, y sin embargo, tu cuello sólo se ha puesto más firme. Lo que has recibido como una intrusión molesta de cristianos ha sido la invitación paciente de un Dios que repite: «“¿acaso me complazco Yo en la muerte del impío”, declara el Señor Dios, “y no en que se aparte de sus caminos y viva?”» (Ez 18:23). ¿Su oferta de perdón gratuito y completo, y de placeres eternos en su familia será ignorada? ¿Acaso el conocimiento de que esta oferta llegó por el quebrantamiento repentino y absoluto de su propio Hijo amado no hará brotar agua de tu corazón de piedra?

Otros de ustedes saben que Dios quiere enviarte a dar reprensión y te has quedado mayormente en silencio. Eres Jonás, reacios a ir a Nínive con el mensaje de arrepentimiento y salvación. Dijiste algo una vez, quizás, pero no meterás tu mano a ese fuego otra vez. De manera humilde, amorosa, llena de oración y apropiaba entrega tu reprobación. «Como pendiente de oro y adorno de oro fino es el sabio que reprende al oído atento» (Pr 25:12). Ora por un oído que escuche.

Es mejor dejar las cosas como están, hasta que ya no sea posible. «El hombre que después de mucha reprensión se pone terco, de repente será quebrantado sin remedio». Él se rehúsa a creer en Dios, pero tú sí crees. Él piensa que es insignificante hacer malabares con cuchillos que apuñalan almas, pero tú sabes que no es así. Y porque sabes mejor, puedes sentirte mejor. No te rindas. No olvides orar por él. Llorar por él. Suplicar por él. No apagues tus sentimientos por él, incluso si permite una «gran tristeza y continuo dolor» en tu corazón (Ro 9:2). Estas son alarmas para ayudar, para interceder, para inundar con compasión cómo lo hizo tu Salvador: «¡Jerusalén, Jerusalén […]!» (Mt 23:37).

Y, cristianos, seamos un pueblo que recibe alegremente la reprensión. «Que el justo me hiera con bondad y me reprenda; es aceite sobre la cabeza; no lo rechace mi cabeza […]» (Sal 141:5). Queremos rechazarlo. Criticar el mensaje del mensajero. No dejes que tu cabeza rechace este aceite. Aprende de este hombre-buey y tiembla. Las personas inseguras, orgullosas, autosuficientes no pueden soportar las reprimendas. Pero tú sabes que no das el ancho de la perfecta voluntad de Dios, y puedes admitirlo completamente porque confías en la perfección de Jesús por ti.

Puedes soportar —incluso ofrecerles hospitalidad— a tales aleccionadoras palabras. El Espíritu usa herramientas imperfectas y reprimendas defectuosas para tallar en nosotros la semejanza del Hijo: hasta esa repentina y feliz reversión, cuando seamos sanados más allá de todo quebrantamiento, cuando lo veamos cara a cara.

Publicado originalmente en Desiring God. Usado con permiso.
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Greg Morse
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Greg Morse

Greg Morse es el gestor de contenido de desiringGod.org y es graduado de Bethlehem College & Seminary. Él y su esposa, Abigail, viven en St. Paul con su hijo y sus dos hijas.
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