Según Jesús, lo que hacemos en secreto es lo que más importa. Sin embargo, él no está insinuando que lo exterior no es importante —en lo absoluto—. Como dice Santiago, “¿de qué sirve, hermanos míos, si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Acaso puede esa fe salvarlo?” (Stg 2:14).
La respuesta a esa pregunta es enfáticamente no. Aun así, también es posible mostrar obras externas, pero estar vacíos en el interior. Si ese es el caso, la religión es fingida. En el Sermón del Monte, Jesús usa seis veces la palabra secreto, haciendo alusión a tres obras diferentes:
- Da “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:4).
- Ora “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 6:6).
- Ayuna “en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará” (Mt 18).
En el Sermón del Monte, Jesús aborda el asunto de la autenticidad. Pensemos en esto: ¿cuán genuina es nuestra relación con el Señor Jesús? Es absolutamente posible hacer alarde de una piedad exterior —dando el discurso— sin demostrar una piedad interna. Ésta es la verdad de cada persona que profesa el cristianismo; en especial, de aquellos que están comprometidos con el ministerio. Es cierto, el cristianismo auténtico demanda una “obra de fe” externa y perceptible (1Ts 1:3; 2Ts 1:11); no obstante, también requiere afectos piadosos genuinos y una disciplina interior del corazón.
Existe una forma de llevar a cabo el ministerio que se trata más de autoservicio que de autosacrificio; más de autocomplacencia que de autodisciplina; y más de autopromoción que de autonegación. Por otro lado, también existe la generosidad diseñada para ser reconocida —placas colgadas en las paredes para que generaciones las lean o comunicados de prensa en los que se informa al mundo de las “generosas donaciones”; oraciones en un idioma rimbombante al estilo de Cranmer del siglo XVI insinuando la profundidad de la piedad personal; ayuno que se muestra al usar poleras con el cuello abierto para mostrar un torso en los huesos—.
Sin embargo, todas estas demostraciones externas de piedad pueden ser simplemente hipocresía. La palabra griega traducida como hipócritas (Mt 6:2, 5) se refiere a una máscara que los actores de la antigüedad usaban para aparentar o dar un espectáculo. Por lo tanto, si das con espectáculo, si oras con orgullo, si ayunas con letreros, ese ministerio no es auténtico; es una farsa.
Pablo fue acusado de tener un ministerio falso. Los corintios dijeron que había una discrepancia entre la forma en que él escribió sus cartas y la manera en que él era en persona: “sus cartas son severas (pesadas) y duras, pero la presencia física es poco impresionante, y la manera de hablar despreciable” (2Co 10:10). Ésta es una acusación grave. En su segunda carta a la iglesia de Corinto, Pablo se defiende a sí mismo a lo largo de casi toda la carta. La crítica se hizo debido a la envidia y, por lo tanto, no era legítima. Sin embargo, el asunto es que la acusación puede ser real —no para Pablo, sino que para nosotros—. El liderazgo nos llama a la sinceridad, a la autenticidad y a la transparencia.
Es cierto, hay algo cliché en la palabra auténtico cuando se aplica al ministerio cristiano (agreguen también contemporáneo, intencional, relevante y comunidad a esa lista). Si realmente necesitamos agregar la descripción auténtico a nuestra vida, probablemente estemos intentándolo demasiado y, por lo tanto, no estemos siendo auténticos en lo absoluto. No obstante, la hipocresía está al acecho en todas partes, en particular en el ministerio cristiano, y nosotros la ignoramos por nuestra propia cuenta.
Si es que se quiere ser genuinos, la piedad debe encontrarse en el corazón. Aquel que ora más en público que en privado, o solo muestra su generosidad en eventos especiales cuando es más probable que se le agradezca por eso, o practica disciplinas espirituales y le avisa a todo el mundo la difícil rutina que mantiene, está más preocupado de la apariencia exterior que de tener un corazón que se relaciona con Jesús.
Jonathan Edwards observó este patrón de hipocresía con respecto a la oración:
Quizás se ocupan de ella el sábado y a veces en otros días. Sin embargo, han dejado de hacerla una práctica constante diaria para apartarse a adorar sólo a Dios y para buscar su rostro en lugares secretos. En ocasiones, oran un poco para calmar sus conciencias y para mantener viva su esperanza, porque sería estremecedor para ellos, después de todo su sutil trabajo para lidiar con sus conciencias y llegar a llamarse a sí mismos “conversos”, y sin embargo llevar una vida completamente sin oración. Además, han dejado de practicar en gran medida la oración en secreto.
Ha habido un aumento en el uso de las “oraciones escritas” en los servicios presbiterianos en la última década. En parte, es un reflejo del deseo de mejorar la adoración. Ciertamente, las oraciones litúrgicas, escritas y preparadas se prefieren por sobre la insuficiencia y el vacío de algunas oraciones improvisadas. No obstante, las oraciones escritas (sacadas de El valle de la visión, por ejemplo) también podrían enmascarar el vacío del corazón.
Thomas Cranmer parecía comprender el peligro de usar la máscara de la hipocresía al incluir La Colecta de Pureza en el Libro de Oración Común de la Iglesia Anglicana. Cranmer la puso justo antes de la celebración de la Cena del Señor:
Todopoderoso Dios, para quien todos los corazones están manifiestos, todos los deseos conocidos, y ningún secreto encubierto; purifica los pensamientos de nuestros corazones con la inspiración de tu Santo Espíritu, para que te podamos amar perfectamente y celebrar dignamente tu santo nombre; por Jesucristo nuestro Señor.
Ésta es una oración para toda ocasión.