Mi amigo Michael Horton comenta frecuentemente el fenómeno del «calvinismo en fase de jaula», esa extraña enfermedad que parece afligir a muchas personas que acaban de conocer la verdad de las doctrinas reformadas de la gracia. Todos hemos conocido uno de estos calvinistas en «fase de jaula». Muchos de nosotros, incluso, pasamos por eso cuando recién nos convencimos de que Dios era soberano en la salvación.
Los calvinistas en fase de jaula son identificables por su insistencia en convertir cualquier discusión en un argumento a favor de la expiación limitada o por asumir como una misión personal asegurarse de que todos sus conocidos oigan —a menudo en voz muy alta— las verdades de la elección divina. Ahora bien, ser celoso por la verdad es siempre loable, pero un celo que se manifiesta como una actitud desagradable no convencerá a nadie de que la teología reformada representa una verdad bíblica. Como muchos podemos dar fe por experiencia personal, más bien va a generar rechazo.
Roger Nicole, el fallecido teólogo reformado suizo del cual fui colega por varias décadas, dijo una vez que, por naturaleza, todos los seres humanos son semi-pelagianos: no creen que nacen como esclavos del pecado. En este país, en particular, se nos ha adoctrinado en una comprensión humanista de la antropología y especialmente con respecto a nuestra visión de la libertad humana. Después de todo, estamos en la tierra de la libertad. No queremos creer que, como lo enseña la Biblia, estamos sometidos a inclinaciones negativas y una abierta enemistad con Dios (Ro 3:9-20). Creemos que la verdadera libertad implica ser capaces de llegar a la fe sin necesidad de que el poder de la gracia salvadora nos someta. Cuando nos damos cuenta de que estamos equivocados, y que la Escritura pinta un retrato sombrío de la condición humana en ausencia de gracia diciendo que es imposible para nosotros elegir correctamente, queremos asegurarnos de que todos los demás lo sepan también. A veces incluso nos irrita que nadie nos haya hablado antes sobre el verdadero alcance de nuestra depravación y la majestad de la gracia soberana de Dios.
Esto da origen a los calvinistas en fase de jaula, esos nuevos creyentes reformados que son tan agresivos e impacientes que deberían ser encerrados en una jaula por algún tiempo mientras se calman y maduran un poco en la fe. Descubrir la teología reformada trae a veces conflicto con amigos y familiares a quien se ha convencido de las doctrinas bíblicas de la gracia. Más de una vez me han preguntado cómo se debería manejar la hostilidad de los seres queridos ante la teología reformada. Si las convicciones reformadas causan problemas, ¿debería uno simplemente abandonar el asunto por completo? ¿Somos responsables de convencer a otros de la verdad de las doctrinas de la gracia?
La respuesta es sí, y al mismo tiempo, no. Consideremos primero el «no». La Escritura dice que «ni el que planta ni el que riega es algo, sino Dios, que da el crecimiento» (1 Co 3:7). En ese versículo Pablo está hablando primordialmente de evangelizar, pero creo que podemos aplicarlo al crecimiento en Cristo aun después de la conversión. El Espíritu Santo nos convence de la verdad, y el hecho de que uno llegue a abrazar la teología reformada lo muestra muy claramente. Dadas nuestras inclinaciones semi-pelagianas, se requiere una tremenda cantidad de exposición a la Palabra de Dios para superar esa oposición natural a las doctrinas de la gracia. La gente se aferra tenazmente a un concepto particular del libre albedrío que no se enseña en la Escritura. Calvino dijo una vez que, si por libre albedrío entiendes una voluntad no entorpecida por el peso del pecado, estás usando un término demasiado alto como para aplicarlo a nosotros. Es difícil doblegar la exaltada visión que los pecadores, generalmente, tienen de sí mismos. Sólo el Espíritu puede finalmente convencer a la gente de su verdad.
Reconocer la obra del Espíritu, sin embargo, no significa que debamos guardar silencio o dejar de creer la verdad de la Escritura. No renunciamos a las doctrinas de la gracia para estar en paz con la familia o los amigos. John Piper lo expresa bien cuando dice que no sólo tenemos que creer la verdad o limitarnos a defenderla, sino que debemos también contender por ella. Eso no significa, sin embargo, que debamos ser naturalmente contenciosos. Así que sí, debemos compartir con quienes nos rodean lo que hemos aprendido sobre la gracia soberana de Dios.
Sin embargo, si realmente creemos las doctrinas de la gracia, aprenderemos a manejar el tema con cortesía. Al recordar cuánto tardamos nosotros en superar las dificultades que nos produjo el panorama bíblico de la soberanía divina y nuestra esclavitud al pecado, veremos a nuestros amigos y familiares no reformados con más compasión y compartiremos la verdad más amablemente. Una de las primeras cosas que debe aprender una persona entusiasmada por haber descubierto las doctrinas de la gracia es a ser paciente con sus amigos y familia. Dios se tomó un tiempo con nosotros para convencernos de su soberanía en la salvación y podemos confiar en que hará lo mismo con nuestros seres queridos.
Este artículo fue originalmente publicado por Ligonier Ministries en esta dirección.

