Entre los judíos, los fariseos eran las personas más religiosas durante la vida de Cristo en la tierra. Determinados a no quebrantar ninguna de las leyes de Dios, habían, con el tiempo, ideado un rebuscado sistema de tradiciones orales para evitar infringir la ley mosaica. Con ese deseo tan grande de obedecer a Dios, uno pensaría que habrían reconocido la obediencia perfecta de Jesús, lo habrían validado y lo habrían seguido. Sin embargo, como queda demostrado en los hechos relatados en Mateo 12:1-37, eran sus oponentes más amargos e implacables. ¿Por qué sucedió esto?
El principal problema radica en su forma diferente de entender la naturaleza de Dios. Según los fariseos, Dios es principalmente alguien que exige cosas. Para ellos, las Escrituras del Antiguo Testamento eran una serie de reglas que debían ser cumplidas a toda costa. Para Jesús, así como para los creyentes del Antiguo Testamento, Dios es principalmente «clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor» (Salmo 145:8).
Además, según los fariseos, Dios miraba solamente su cumplimiento externo de la ley de Dios. Según Jesús, Dios mira el corazón (1 Samuel 16:7). Es por eso que, por ejemplo, Jesús equiparaba la mirada lujuriosa, que efectivamente expresa el deseo del corazón, con el acto mismo de cometer adulterio (Mateo 5:27-28).
No obstante, la causa más directa de la oposición farisea a Jesús estaba en que Él ignoraba los cientos de elaboradas pero insignificantes reglas que ellos habían ideado para interpretar la ley de Dios. No sólo elaboraron estos cientos de reglas hechas por hombres, sino que, además, las pusieron al mismo nivel que las Escrituras implicando que romper una de sus reglas era violar la propia ley de Dios. Sin embargo, estas reglas no sólo opacaban la verdadera intención de la ley de Dios, sino que, en algunos casos, en realidad la quebrantaban (ver Marcos 7:9-13).
Lo que realmente enojó a los fariseos con Jesús fue la manera en que Él ignoró las triviales y gravosas reglas con que ellos guardaban el día de reposo. En Mateo 12:1-8, los fariseos se opusieron a que los discípulos de Jesús arrancaran y comieran espigas mientras caminaban por los campos de trigo en un día sábado. De acuerdo con su tradición oral, arrancar y comer espigas era trabajo —una transgresión del día de reposo—.
Casi inmediatamente después, ese mismo día de reposo, Jesús entró en la sinagoga donde había un hombre con una mano atrofiada. Esta vez, ansiosos por acusar nuevamente a Jesús de quebrantar el día de reposo, le preguntaron: «¿Está permitido sanar en sábado?» (vv. 9-14). Antes de sanar al hombre, Jesús contesta preguntando cuál de ellos, si su oveja cayera en un hoyo en un sábado, no la agarraría y la sacaría. Si era válido, entonces, aliviar la miseria de una oveja en el día de reposo, ¿cuánto más válido sería aliviar la miseria de un ser humano, que es más valioso que una oveja?
En ambas ocasiones —la escena de los discípulos comiendo espigas y la de Jesús sanando la mano atrofiada del hombre—, el principio bíblico que Jesús aplica es la Palabra de Dios que dice: «lo que pido de ustedes es misericordia y no sacrificios» (v. 7).
Aparentemente, no mucho después de lo ocurrido ese día de reposo, Jesús sanó a un hombre endemoniado que estaba ciego y mudo (Mateo 12:22). No pudiendo acusar a Jesús de transgredir el día de reposo, los fariseos, esta vez, recurrieron a la calumniosa acusación de que Jesús estaba expulsando demonios en nombre de Beelzebú, príncipe de los demonios (que es Satanás mismo). Puesto que Jesús expulsaba demonios por el poder del Espíritu Santo (v. 28), la calumniosa acusación de los fariseos era, en realidad, una blasfemia contra el Espíritu, pecado que, según Jesús, jamás sería perdonado. Los comentaristas difieren sobre lo que es exactamente la blasfemia contra el Espíritu Santo, y en consecuencia, hay personas que temen haber cometido «el pecado imperdonable». Sin embargo, es seguro decir que nadie que tema haber cometido ese pecado lo ha, de hecho, cometido. La evidencia del texto mismo indica que esta blasfemia cometida por los fariseos sólo puede venir de un corazón total e implacablemente endurecido contra Dios. Obviamente, una persona con un corazón sensible no podría cometer ese pecado.
Puesto que todas las Escrituras son provechosas para nosotros, hay una lección actual que debemos aprender del conflicto de Jesús con los fariseos. Debemos tener cuidado de no añadir a las Escrituras nuestras propias reglas humanas. Algunas de nuestras preciadas convicciones pueden haber derivado más de nuestra cultura cristiana particular que de las Escrituras, y necesitamos aprender a discernir las diferencias. Está bien tener convicciones culturales, pero debemos tener cuidado de no ponerlas al mismo nivel de autoridad que las Escrituras. Tanta crítica entre los cristianos de hoy ocurre porque hacemos estas cosas. Sin embargo, eso es básicamente lo que los fariseos estaban haciendo. Tengamos, por tanto, cuidado de no ser fariseos modernos.