Ser pendenciero es estar demasiado ansioso por pelear, ya sea verbal, física o legalmente. Pablo dijo que ni los ancianos (1Ti 1:6-7; 3:3; 2Ti 2:23) ni las congregaciones (Tit 3:2, 9; Stg 4:1-2) deben ser rápidos para la contienda. Sin embargo, la Escritura nos exhorta a luchar por la fe (Judas 3). Entonces, ¿cómo podemos reconocer la diferencia entre pelear la buena batalla y pelear por pelear? Aquí hay cinco preguntas rápidas para ver si estamos siendo pendencieros.
1. ¿Somos rápidos para pelear por nuestros derechos, ya sean materiales o políticos? (Stg 4:1; Tit 3:2). En Santiago 4, la codicia que conduce a las peleas siempre comienza con la comparación de uno mismo con los demás, donde «el yo» parece llevarse la peor parte. El contentamiento en Cristo aplaca ese tipo de disputa. Esto también se aplica en la política (Tit 3:1-2). El contentamiento frente a las decepciones políticas, sostenido por una fe firme en la providencia del Señor sobre la política, ayuda mucho a calmar un corazón pendenciero.
2. ¿Estamos peleando por temas de convicción o de conciencia? ¿Es esta una doctrina esencial como la divinidad de Jesús o la expiación sustitutiva? ¿O es eso algo en lo que podemos estar en desacuerdo con otros al mismo tiempo que confiamos y adoramos a Jesús juntos? Consulta el pequeño libro de Andy Naselli, Conscience: What It Is, How to Train it, and Loving Those Who Differ [Conciencia: qué es, cómo entrenarla y amar a aquellos que discrepan]. Esto nos ayudará a saber qué batallas podemos —y tal vez nos convenga— perder.
3. ¿Estamos demasiado entusiasmados con la teología especulativa? Si es así, será fácil irritarnos cuando otras personas estén en desacuerdo con nuestras interpretaciones «creativas» sobre pasajes oscuros (1Ti 3:2; Tit 3:2; Dt 29:29). Piensa en el problema de tu contexto que más te molesta. ¿Es el Evangelio mismo lo que está en juego en ese desacuerdo?
4. ¿Somos rápidos para pelear por nuestras ambiciones ministeriales? A veces, en el ministerio pastoral queremos hacer cosas buenas que, en realidad, no nos corresponden a nosotros. David quiso construir un templo para Dios y Dios dijo: «todavía no, y tú no». Pastor, tu iglesia no puede estar tranquila hasta que tu propio corazón esté contento… no complacido contigo mismo, sino contento.
5. ¿Respondes a las peleas con amabilidad o te sientes inmediatamente ofendido? Después de advertirnos que evitemos las peleas en Tito 3:2, Pablo dice en el siguiente versículo: «Porque nosotros también en otro tiempo éramos necios, desobedientes, extraviados, esclavos de deleites y placeres diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles y odiándonos unos a otros». Ser pendenciero era la necia mentalidad de nuestras vidas antes de Cristo: así éramos. La implicancia es que podemos y debemos responder al espíritu pendenciero de los demás con la compasión que nosotros mismos hemos recibido en la bondad del Evangelio.
De hecho, ahí es adonde Pablo se dirige en Tito 3:4-8: el Evangelio de salvación por la misericordia de Dios para nosotros en Cristo, aparte de nuestras obras, mediante la regeneración y la renovación de nuestros corazones por el Espíritu. La amabilidad y la bondad de Dios hacia nosotros en Cristo —¡contrarias a nuestras previas peleas contra Él!— motivan y potencian nuestra compasión con aquellos que todavía son pendencieros con nosotros. Pablo resume el Evangelio aquí en Tito 3 y le dice a Tito que «insist[a] con firmeza en estas cosas» (Tit 3:4-8, RV60). ¿Son esas las cosas en las que tú estás insistiendo? ¿O solo estás siendo pendenciero?