«No hago terapia. Solamente predico la Palabra. Si las personas oyen, podrán ser capaces de lidiar con sus propios problemas».
Las palabras fueron claras y decisivas, cautivando al manojo de pastores que habían invitado al orador de la conferencia a desayunar. Alrededor de platos medios vacíos y tazas de café, todos asintieron con la cabeza. Probablemente, hice lo mismo, aunque recuerdo sentirme conflictuado. Era un pastor novato en ese entonces y sabía que tenía mucha menos experiencia que este veterano. Sin embargo, no podía evitar pensar: «pero conozco gente en tu iglesia que va a terapia y tú ni siquiera lo sabes».
La tensión que sentí era entre mi creencia en el poder de la Palabra predicada y mi conocimiento de que incluso las personas que anhelan recibir la Palabra todavía luchan profundamente con dificultades personales. Desde entonces, años de ministerio pastoral han confirmado esta tensión. Esto es lo que he aprendido: hablar la Palabra imperecedera a individuos perecederos requiere una comprensión profunda de ambos. Para adquirir entendimiento sobre la Escritura, debes estudiar arduamente; para adquirir entendimiento sobre los individuos, debes hacer lo mismo.
Un pastor no es un terapeuta. Pero eso no significa que está excluido de ayudar a personas con problemas personales. De hecho, un pastor tiene el encargo de ayudar en maneras que un terapeuta no ayuda. En este artículo, explicaré lo que quiero decir con esto. El trabajo de un pastor no es desestimar la experiencia personal, sino ayudar a las personas a verla de manera diferente, específicamente, a verla de acuerdo a quién es Dios y al propósito final de su diseño para la vida humana.
Las personas quieren entender su propia experiencia
Las personas acuden a los terapeutas para darle sentido a su propia experiencia. Esto no es en sí mismo un problema. El problema es que los modelos terapéuticos han surgido en gran parte de una cultura secular caracterizada por un profundo valor a lo que Carl Truman describe como individualismo expresivo. La experiencia humana es entendida, no desde un punto de referencia externo de orden sagrado, sino desde un punto de referencia interno de felicidad percibida[1]. En términos generales, la terapia es el intento de ayudar a una persona a vivir eficientemente y consistentemente de acuerdo con esa percepción de totalidad. Mi propósito aquí no es discutir sobre los beneficios y las desventajas de los varios modelos terapéuticos. Simplemente, estoy señalando lo que la terapia, como concepto, intenta hacer.
Un pastor no es un terapeuta. Pero esto no significa que pasa por alto la experiencia personal. Más bien, significa que ayuda a las personas a ver su propia experiencia desde una perspectiva mucho más amplia: cómo Dios diseñó a las personas para relacionarse con Él y con su orden sagrado de la creación. Dios diseñó a las personas para que lo amen y amen a otros (Mt 22:37-44), y este propósito del diseño es cómo entendemos el funcionamiento saludable. Es el gran privilegio de la experiencia humana —un privilegio restaurado a la humanidad por el hecho de que Dios mismo se hizo hombre (Heb 2:10-11)—. La obra redentora de Jesús es la única manera de darle finalmente sentido a la experiencia humana. Esto incluye también la experiencia personal de un individuo.
Los pastores abordan la experiencia personal como algo insignificante o como algo muy importante
Tu trabajo como pastor no es ni ignorar la importancia de la experiencia personal ni tampoco venerarla como sagrada. Los pastores pueden cometer ambos errores.
Como en el ejemplo al comienzo, he visto a pastores desestimar la experiencia personal de su gente porque esas experiencias les parecen extrañas, incómodas o «mundanas». La desestimación casi garantiza mandar a tu gente a buscar a otros para que los ayuden a entenderse a sí mismos. Y les robamos a las personas el poder explicativo de la Palabra sobre la experiencia personal. Los mismos autores bíblicos no ignoran la experiencia personal, sino que la abordan a la luz de realidades más elevadas. Cuando Jesús habló con la mujer en el pozo, lo hizo como si su situación doméstica importara. La ocupación de Pedro como pescador importaba. Los problemas digestivos de Timoteo importaban. La falsa enseñanza amenazando a la iglesia en Galacia en oposición a lo que estaba amenazando a la iglesia en Corinto importaba. Como pastor, nunca deberías insinuar: tu experiencia única no importa. La verdad sí importa. En vez, deja en claro que: la verdad te ayuda a entender cómo tu experiencia única importa.
He visto a pastores cometer el otro error también. Quedan atrapados en la experiencia personal de una persona y se sienten incómodos ofreciendo un comentario. No quieren parecer despectivos, entonces, sin darse cuenta, afirman todas las malas interpretaciones que ha hecho la persona, desde lo que significa ser feliz a cómo se ven a sí mismos. Los pastores pueden temer ser vistos como el tipo trillado con todas las «respuestas bíblicas» que descuidan su tarea de expresar ideas sólidas de la Escritura, que ayudan a la persona a comenzar a ver su experiencia a la luz de la bondad y de la fidelidad de Dios, y de sus intenciones redentoras en su situación única. Los pastores no deberían dar a entender: tu experiencia única es lo único que importa. La verdad puede esperar. En lugar de eso, deberían decir: la verdad te ayuda a experimentar más plenamente quien Dios te hizo ser.
Entonces, ¿cómo abordar correctamente la experiencia humana? Estableciendo el orden correcto.
Los pastores ayudan a su gente a verse a sí mismos en relación a Dios y a su orden sagrado
Los pastores le dicen a su gente: tú fuiste creado para verte a ti mismo como Dios te ve, no como prefieres ser visto. La primera conversación de Dios con Adán fue sobre la identidad de Adán, y le dijo quién era y para qué había sido diseñado (Gn 1:28). Adán necesitaba palabras de Dios para entenderse a sí mismo. Esto es verdad para todas las personas creadas a imagen de Dios. Ellos no saben cómo encajan en el orden de las cosas, si Dios no se los revela.
Es por eso que el resto de la creación puede ser descrita como el orden sagrado. El Dios santo diseñó la creación para reflejar su santidad. Él ordenó la creación para reflejar la verdad de su propia mente y la belleza de su propio carácter. Luego, Él colocó individuos dentro de ese orden. Esto significa que la verdad y la belleza no están determinados por la subjetividad de individuos. En otras palabras, no te entiendes verdaderamente a ti mismo fuera del orden sagrado en el que fuiste colocado[2].
Es por esto que un pastor siempre tiene su Biblia abierta. No para ignorar lo que una persona describe de su experiencia personal, sino para ser capaz de decir: tu experiencia única importa y solamente puede ser correctamente entendida a la luz de las verdades reveladas fuera de ti. Ahora consideremos algunas. Y luego, explica una o dos de las incontables tramas en la Escritura que iluminan los diferentes aspectos de lo que está experimentando la persona. Nada de esto es para desestimar la experiencia personal, sino para iluminarla.
Los pastores logran esto a través de su ministerio de la Palabra, tanto público como personal
El ministerio de la Palabra público y personal se complementan en esta tarea. Juntos crean un imaginario social alternativo, una perspectiva eterna basada en lo que Dios ha revelado en su Palabra.
El ministerio público de la Palabra, principalmente la predicación, debería referirse a la experiencia compartida de las personas. Los pastores deberían desafiarse a sí mismos para considerar lo que enfrenta su gente en su rango de profesiones, tareas, círculos sociales, contexto educativos y vecindarios. Deberían estar alrededor de su gente en variados contextos —en sus lugares de trabajo, en sus casas y actividades—. Luego, a medida que el pastor estudia para tener más conocimiento sobre el significado de un pasaje, podrá ver la experiencia colectiva de su gente bajo una nueva luz. Esto le permite aplicar el texto para ellos con mayor discernimiento.
El ministerio personal de la Palabra, incluyendo mentoreo y consejería, debería abordar regularmente las experiencias personales de los individuos. Esto conlleva más «ida y vuelta». Requiere escuchar y conocer a un individuo y referirse a su experiencia específica, no solamente a experiencias colectivas. No todos los pastores están igualmente dotados para este tipo de conversaciones exploratorias, pero tratar de obtener mayor conocimiento de las experiencias personales de tu gente te dará la oportunidad de aplicar la Escritura con mayor especificidad y efectividad.
Pastor, no eres un terapeuta. Tú tienes una posición a largo plazo en las vidas de tu gente. No los estás ayudando por un corto tiempo a lograr una meta personal. Más bien, los estás ayudando a lo largo de toda una vida a entenderse a sí mismos a la luz de lo que Dios dice sobre ellos.
Este recurso fue publicado originalmente en 9Marks.
[1] Carl R. Trueman, The Rise and Triumph of the Modern Self: Cultural Amnesia, Expressive Individualism, and the Road to Sexual Revolution (Wheaton, IL: Crossway, 2020), 46.
[2] Ibíd., 194.