Yo soy quien compra la comida en nuestra familia. Camino por los pasillos con distintas opciones y leo las etiquetas, buscando la comida, intentando discernir los hechos de la ficción.
Esta responsabilidad habitual viene con algunos temores habituales sobre tomar malas decisiones con respecto a cómo alimento a mi familia. Escucho las advertencias en las noticias y leo sobre ellas en Internet. Las consecuencias de escoger mal pueden ser paralizantes. ¿Qué pasaría si mis decisiones de alguna manera estuvieran sentenciando a nuestra familia a un retraso en su crecimiento, a una baja inmunidad, a una enfermedad, a un cáncer o a incluso a la muerte?
Es triste, pero a veces permito que la comida en mi carro me etiquete. Si camino por el pasillo de la comida orgánica que tiene comida «real», sin OGM, sin pesticidas, me siento bien respecto a mí misma y a mi maternidad. Mi orgullo lleva con gusto las etiquetas de «informada», «sabia» y «preocupada». No obstante, si mi sombra oscurece el pasillo de la «no comida» procesada y químicamente empapada, mi corazón temeroso quiere esconderse debido a la vergüenza.
Comer el pan del duro y ansioso trabajo
Nosotros los humanos somos un grupo temeroso: hemos anhelado sabiduría y control mientras hemos vivido en esta tierra, que se remonta a Adán y Eva. Nos armamos con investigaciones sobre agentes cancerígenos, con estudios sobre la exposición prolongada y con hechos sorprendentes sobre lo que tiene un nugget de pollo. Podemos saber la granja, la genealogía y la dieta específicas de cada animal de pastoreo que adorna nuestra mesa. Siento como si estuviéramos comprando paz para nuestras mentes, desviando la enfermedad con nuestra sabiduría y nuestra billetera. Sin embargo, no existe información ni dinero que pueda alterar la realidad de vivir en un mundo caído, todo se desvanece con muerte y enfermedades.
¿Debemos desechar comer saludablemente? ¡Por supuesto que no! Sin embargo, tampoco necesitamos obsesionarnos ansiosamente con cada bocado en nuestros platos, no sea que nos consuma nuestra fijación con la comida. Jesús nos dice que no debemos preocuparnos por lo que comemos o bebemos (Mt 6:25). «¿Acaso la vida no es más que la comida?». Nuestro Padre celestial es soberano en nuestra salud, en nuestros cuerpos y en el número de nuestros días, por lo que somos libres para buscar primero su reino y su justicia (Mt 6:33), no nuestro plan de comida. Cuando las preocupaciones sobre la comida provocan que retroceda por miedo y olvide el reino de Dios, necesito que el Evangelio me recuerde una y otra vez: Jesús es quien me limpia, no mi comida.
Comer del Pan de Vida
Debido a la obra de Cristo en la cruz, mi ansiedad sobre la elección de comida para nuestra familia fue reemplazada con una nueva perspectiva. Isaías 55:2 nos invita a ir a un tipo de tienda diferente; una donde compramos sin dinero. «¿Por qué gastan dinero en lo que no es pan, y su salario en lo que no sacia? Escúchenme atentamente, y coman lo que es bueno, y se deleitará su alma en la abundancia». La abundancia que anhelamos no es el pan de la salud, sino que el Pan de Vida: ¡Jesús! (Jn 6:35).
Este Pan (el que Dios nos da gratis) es el cuerpo de Cristo (Mr 14:22). Dios envió a la tierra a su único Hijo, Jesús, para vivir una vida sin pecado y para cumplir perfectamente la ley. Él fue crucificado y murió la muerte de un pecador para pagar nuestros pecados. Su sangre fue derramada por muchos, por los hambrientos (Mr 14:24). La sangre de Cristo cubre nuestra falta de fe en él y nuestro deseo de buscar y construir nuestro propio reino. Cristo pagó por todo eso, satisfaciendo la ira de Dios por nosotros, con el fin de liberarnos y darnos plenitud.
Deléitate en Jesús: date un festín con el Pan de Vida y nunca tendrás hambre ni sed. Esta «supercomida» es la única que promete y entrega fielmente una vida perdurable (Jn 6:58).
Anímate y come
Necesito recordatorios constantes de que la paz no viene de mi lista de víveres, de una cuota de calorías ni de la pirámide alimenticia. La paz de Cristo que sobrepasa todo entendimiento es un regalo imperecedero de la gracia. Si su paz viniera por nuestra observancia de normas, sistemas o por nuestras obras (Ro 11:6; Ef 2:8), su gracia ya no sería gracia y las noticias ya no serían buenas. Como Pablo advirtió, debemos ser cuidadosos de no «alejarnos» por los juicios respecto a la comida. Lo que comemos no puede satisfacer nuestra alma. Hebreos 13:9 nos recuerda que es bueno para nuestros corazones darnos un festín en la gracia y ser fortalecidos por ella.
A medida que planeamos nuestras comidas y compramos comida, es sabio considerar qué es bueno para nosotros. Dios nos ha llamado a ser buenos administradores de los regalos que él nos ha dado, dentro de ellos nuestros cuerpos y nuestro presupuesto. La Palabra de Dios también nos dice que la tierra es del Señor (1Co 10:26) y todo lo que en ella hay. Es él quien nos da vida, aliento y todo (Hch 17:25), incluso la gran variedad de opciones en nuestro pasillo favorito del supermercado.
Debido a que Dios es digno de confianza, podemos evaluar la información y hacer nuestro mejor esfuerzo para escoger lo que parece correcto para nuestra familia dentro de todas las opciones que están frente a nosotras. Y podemos descansar sabiendo que estamos en las manos capaces, amorosas y salvadoras de Dios. Por tanto, ya sea que comas o bebas (planees, compres o cocines) o lo que sea que hagas, que tus objetivos con la comida estén gobernados por el descanso que tenemos en el Evangelio y que tengan el propósito de darle la gloria al Dador (1Co 10:31).