«En el principio Dios creó los cielos y la tierra» (Gn 1:1).
Una de las experiencias más tristes en nuestros estados caídos es cuán fácil perdemos nuestro sentido de asombro en las cosas más conocidas (como con el primer versículo en la Biblia, que está tan cargado de gloria). Fácilmente, dejamos de reflexionar sobre él porque creemos que lo entendemos, aun cuando solo podríamos haber raspado la superficie de su significado.
¿Alguna vez te habías dado cuenta de que el primer versículo de la Biblia se trata sobre el trabajo —a lo que Dios llama su obra creativa (Gn 2:2)—? ¿O que el primer trabajo que se llevó a cabo se describe como creativo (no como un trabajo pesado que hay que evitar)? ¿O que Dios disfrutó realmente su trabajo?
Mientras más pensamos sobre el primer capítulo completo de Génesis, veremos cosas más gloriosas con respecto a cómo Dios ve su trabajo, y las implicaciones maravillosas y liberadoras que tiene sobre cómo nosotros debemos ver nuestro trabajo.
El trabajo de Dios por el gozo
Entonces, ¿de dónde obtuvimos la idea de que Dios disfruta su trabajo? Del último versículo del primer capítulo de la Biblia: «Dios vio todo lo que había hecho; y era bueno en gran manera […]» (Gn 1:31).
No, la palabra «gozo» no está ahí explícitamente, pero está. Dios no tiene afectos trastornados por el pecado ni emociones como nosotros las tenemos. Dios siempre experimenta un gozo apropiado por una buena obra (Fil 2:13) —incluso su cruel obra en la cruz (Heb 12:2)—. Y al ser creados a su imagen, nosotros también recibimos gozo por su obra (Sal 92:4).
Es asombroso pensar en ello: lo primero que la Biblia nos enseña sobre Dios es que Él realizó un trabajo increíblemente creativo, prolongado y vigoroso, y que Él lo disfrutó: tanto el trabajo en sí mismo como el fruto de su trabajo.
Dios nunca trabaja solo para tener su sueldo. Dios nunca trabaja para demostrarse a sí mismo que puede salir de alguna inseguridad interna. Él nunca trabaja para obtener algo que necesita, puesto que Él provee todo para su creación desde su abundancia (Hch 17:25). La obra de Dios es siempre el desbordamiento de su gozo al ser el Dios trino. Y como dijo Jonathan Edwards: «No es una prueba del vacío o la deficiencia de una fuente que esta tenga la inclinación a reborsarse» (La pasión de Dios por su gloria).
¡Dios trabaja por el gozo inmediato y supremo que Él trae!
Somos diseñados para trabajar por el gozo
Y aquí es donde entran las maravillosas y liberadoras implicaciones para nosotros. Dios nos hizo a su imagen y nos dio trabajo por hacer (un trabajo como el suyo):
Dios creó al hombre a imagen suya, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Dios los bendijo y les dijo: «Sean fecundos y multiplíquense. llenen la tierra y sométanla. Ejerzan dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra» (Génesis 1:27-28).
Dios nos creó para realizar un trabajo similar al de Él y para obtener de ese trabajo beneficios similares, apropiados a nuestras capacidades. Nuestro trabajo es ser creativos («sean fecundos y multiplíquense»), vigorosos («ejerzan dominio […] somentan») y está para darnos gozo (Dios nos «bendijo» con su mandato). Dios siempre tuvo en mente que nuestro trabajo fuera compartido con Él en su obra y que compartiéramos su gozo.
No fuimos diseñados para trabajar solo para ganar nuestro sueldo, para demostrar nuestro valor o para obtener nuestra identidad porque somos inseguros u orgullosos. Dios no diseñó el trabajo para que sea un peso o un mal necesario. Esa enfermedad infectó nuestro trabajo cuando rechazamos la gracia.
Aquello que destruye nuestro gozo en el trabajo
Una maldición infectó nuestro trabajo el día en que nuestros antepasados originales confiaron en la promesa de la víbora en vez de en la promesa de Dios:
Entonces el Señor dijo a Adán: «Por cuanto […] has comido del árbol del cual te ordené, diciendo: “No comerás de él”, maldita será la tierra por tu causa; con trabajo comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás de las plantas del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; polvo eres y al polvo volverás» (Génesis 3:17-19).
Este es el trabajo tal como lo experimentamos en esta era: mucho esfuerzo que genera sudor produciendo muchos espinos y cardos. La tierra (o su equivalente para nosotros) lucha contra nosotros, nuestras herramientas nos fallan, nuestro pecado permanente, orgulloso y perezoso nos reprime, nuestros cuerpos frágiles nos debilitan, otros pecadores nos hacen las cosas más difíciles, los demonios nos atacan. Como toda la creación, nuestro trabajo está sometido a vanidad por Dios (Ro 8:20).
Esta es la razón por la que a menudo nos molesta o incluso odiamos el trabajo: nuestro pecado y la maldición lo hacen tan difícil. Así que evitamos el trabajo o lo convertimos en algo pragmático, una empresa mercenaria para comprar algo y darnos una identidad que creemos nos traerá gozo.
Sin embargo, el trabajo no es para eso. No fuimos diseñados para prostituir nuestro trabajo a fin de obtener dinero o estatus. Dios diseñó nuestro trabajo para administrar creativa y vigorosamente cierta parte de su creación, para ser un medio de provisión para nuestras necesidades, para servir a otros y para traernos gozo. Y Dios ha hecho posible eso, incluso en esta era vana, sin importar las circunstancias.
Aquello que restaura nuestro gozo en el trabajo
Aquí encontramos una deslumbrante buena noticia, que trae una esperanza invencible, para cada trabajador que la cree: «Por lo tanto, mis amados hermanos, estén firmes, constantes, abundando siempre en la obra del Señor, sabiendo que su trabajo en el Señor no es en vano» (1Co 15:58).
Espera, ¿nuestro trabajo no es en vano? ¿Acaso no es eso la vanidad? ¡Sí! Y parte del Evangelio es que el trabajo realizado «en el Señor» no es en vano porque a la larga no puede ser descarrilado por la maldición del pecado.
¿Qué es el trabajo realizado «en el Señor»? ¿Se aplica solamente a la «obra del Reino»? Sí, pero la «obra del Reino» engloba todo lo que hacen los cristianos: «Todo lo que hagan, háganlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, sabiendo que del Señor recibirán la recompensa de la herencia. Es a Cristo el Señor a quien sirven» (Col 3:23-24 [énfasis del autor]).
Esto significa que Dios quiere que todo trabajo que asumamos, sin importar quiénes somos o qué hagamos, sea una «obra de fe» (2Ts 1:11), hecha con la fortaleza que Él da (1P 4:11). Nos damos por completo a Dios, sabiendo que nos compró por un precio (1Co 6:20) y que hacemos el trabajo que Él nos da para hacerlo en su nombre.
Porque a Cristo el Señor servimos, no a los hombres ni al dinero.
Donde sea que trabajes
Aunque todavía sufrimos los efectos de la maldición, la muerte y la resurrección de Jesús, que redimen todas las cosas para los cristianos, liberan a nuestros trabajos motivados por la fe de ser en vano y provoca que obren para nuestro bien y gozo eternos (Ro 8:28). Él restaura nuestro gozo en nuestro trabajo.
Por lo tanto, mis amados hermanos y hermanas, cualquier cosa que Dios les dé a sus manos para hacer hoy, sean firmes, inamovibles y siempre abundantes en el trabajo creativo, vigoroso y que produce gozo del Señor