No crecí en una iglesia que cantara Salmos. A medida que crecía, dividí mi tiempo entre dos iglesias que tenían dos estilos claramente diferentes de música. La primera era una iglesia bautista grande y muy tradicional que amaba la recuperación folclórica de los himnos de fines del siglo XIX. Canciones tales como A solas al huerto yo voy, En el monte Calvario, Cuán tiernamente Jesús nos llama hoy aún me traen recuerdos de mi infancia. Más tarde, en la secundaria, me uní a un grupo de jóvenes carismáticos llenos de energía. Ahí cantábamos a toda voz los últimos hits de Petra y melodeábamos incansablemente: «Nuestro Dios es un Dios poderoso…». Sin embargo, en ambos contextos, nunca cantamos Salmos. Es más, creo que nunca había escuchado sobre tal práctica (o nunca pensé que existiera) hasta hace unos veinte años.
Al ir a la universidad, e incluso después en el seminario, gradualmente me presentaron la teología y la espiritualidad del protestantismo evangélico histórico. Comencé a leer obras de Spurgeon, Ryle, Owen y Lloyd-Jones. Con esto vino el descubrimiento del amor de nuestros antepasados por cantar Salmos (y de que algunos incluso sugerían cantar sólo Salmos). No obstante, yo aún pensaba que no era una opción en la actualidad, pues asumí que, definitivamente, no había nadie que aún cantara los Salmos en el siglo XXI.
Una convergencia inesperada cambió las cosas significativamente. Prediqué sobre Colosenses 3:16 y enfaticé el hecho de que los primeros cristianos cantaban Salmos regularmente como parte de sus reuniones. En ese tiempo, nuestra iglesia había sido bendecida con un pianista y líder de alabanza extraordinariamente talentoso, y mi sermón lo incentivó a intentar incluir Salmos en la alabanza congregacional. En algún lugar, él encontró un salterio presbiteriano, modificó un poco los tonos para nuestro contexto y no podíamos parar. Esto sucedió hace unos ocho años y hemos incluido los Salmos en la música como una parte regular de nuestras reuniones dominicales desde entonces.
Las cosas cambiaron de manera aún más drástica hace seis meses cuando decidí tratar de cantar los Salmos como parte de mis devocionales diarios, generalmente antes de mi tiempo de oración. ¿Cómo cambió mi vida este experimento? Les comparto tres de los cambios más importantes:
1. Cantar los Salmos le ha inyectado a mi relación con Dios, frecuentemente académica e intoxicante, una dosis saludable de alegría y amor.
Aunque a mis profesores de la escuela primaria les costaría creer esto, como un adulto, he tendido a ser un tipo más académico. Estudio hebreo en mi tiempo libre y disfruto de la lectura de tesis doctorales. Esto tiene sus ventajas, pero puede fomentar una relación con el Señor similar a la relación que uno tiene con un profesor de matemáticas. Afortunadamente, cantar los Salmos ha ayudado a contrarrestar esta tendencia, puesto que cantar los Salmos ¡simplemente remueve los afectos! Alabar a Dios con un entusiasmo alegre, confesar mi pecado con una pena aceptable y clamar para ser liberado de mis feroces enemigos ha sido una transición de ver las cosas en gris a todo color. Quizás la razón por la que su cristianismo se siente más como un aula que como una relación con Creador viviente es porque no están cantando Salmos.
2. Cantar los Salmos me ha convencido de que las experiencias espirituales de las personas más piadosas están frecuentemente caracterizadas por la depresión, la miseria y la oscuridad.
Nadie puede leer (o cantar) los Salmos sin darse cuenta de que aquellos que los escribieron conocían al Señor mucho mejor de lo que la mayoría de nosotros lo conoce. Al mismo tiempo, nadie puede leer (o cantar) los Salmos sin darse cuenta de que las experiencias de los salmistas expresaban miedo, desesperanza, culpa, soledad y vergüenza. Cantar los Salmos me ha convencido profundamente de que el cristianismo normal incluye momentos de miseria y desánimo frecuentes, y a veces, incluso, profunda desesperación. Aún cuando esos momentos no sean placenteros, son parte de la vida a este lado del Cielo y honestamente no debemos sorprendernos o avergonzarnos por ellos. Además, cantar Salmos me ha convencido de que pretender que somos grandes cuando la realidad es que somos miserables no glorifica a Dios, sino que expresar nuestra miseria al Señor y clamar por nuestro socorro sí lo hace. He llegado a despreciar el tipo de cristianismo artificial, más carismático, que promueve «una vida victoriosa», tan popular en el mundo evangélico. Lo veo como una distorsión asquerosa, en gran manera porque contradice claramente la espiritualidad de los Salmos.
3. Cantar los Salmos me ha convencido de la superficialidad y de la banalidad de la mayoría de las alabanzas modernas.
Debo advertirles que cantar Salmos regularmente los va a tentar a ser extremadamente críticos respecto a la música de alabanza cristiana contemporánea. Va a ser difícil cantar «y feliz para siempre yo seré» después de haber cantado el Salmo 88. Será complicado cantar a toda voz «¡sí, Señor, sí, sí, Señor!» después de haber cantado el Salmo 51. Se preguntarán si los autores de A solas al huerto yo voy alguna vez se convirtieron después de haber cantado el Salmo 22. Sin embargo, este es el trato: tal crítica es justificada y necesaria. Gran parte de de la música de alabanza cristiana contemporánea es dolorosamente superficial, teológicamente cuestionable y espiritualmente dañina. No me sorprendería para nada si aleja a los no cristianos de las iglesias, quienes pueden ver a través de sonrisas plásticas, afirmaciones hipócritas y apariencias falsas. Aun cuando definitivamente no soy un tipo que canta exclusivamente Salmos, indudablemente puedo ver la sabiduría que hay en ellos y respeto sus intenciones. Si la música de alabanza cristiana fuera más como los Salmos y menos como los himnos para alentar tu equipo de fútbol, todo sería mejor.
Los animo a tratar de cantar los Salmos, al menos como parte de tus devocionales personales. En caso de que alguien se esté preguntando, uso los Salmos de David metrificados, que tiene todos los Salmos con compás. Traten de cantar Salmos regularmente por tres meses y vean cómo les va. Podría cambiar sus vidas.
Reproducido de GoThereFor, publicado por Matthias Media. Propiedad literaria. Todos los derechos reservados. Usado con permiso.
Timothy Raymond
Tim Raymond ha sido pastor de la iglesia bautista Trinity en Muncie, Indiana, Estados Unidos desde abril del 2006. Recibió su Máster en Divinidad en el Seminario Bíblico Bautista de Pennsylvania el año 2004 y ha seguido estudiando en Christian Counseling and Educational Foundation. Tim conoció a su esposa Bethany en la universidad y se casaron en mayo del 2001. Tim disfruta leer, hacer pesas, jugar con sus tres hijos y sus dos hijas e intentar dormir. Además, Tim es editor y escritor ocasional de Credo Magazine.