Todos los pastores están familiarizados con esa pareja. Aquella que pide ayuda y dice que algo tiene que cambiar, ¡y ahora! Pero ¿por qué esa repentina urgencia? Quizás algo salió a la luz: adulterio, un pecado secreto o una adicción. O quizás tiene que ver con algo que ha estado irritando a alguno de ellos por cinco, diez o veinte años y que ha alcanzado su momento más crítico y se ha vuelto insoportable.
Es fácil quedar atrapado en la intensidad emocional que ocurre en este escenario. Nosotros también sentimos como si algo tuviera que ocurrir inmediatamente. No obstante, ¿es ese realmente el caso? ¿Así es cómo podemos ayudar de mejor manera en estas situaciones cargadas de emociones? ¿Y de verdad entenderemos lo suficientemente bien a la pareja y a la situación a partir de lo que podemos recopilar en una sesión de consejería?
Como pastores y consejeros, necesitamos distanciarnos de estos encuentros llenos de emociones y considerar cuidadosamente cómo ayudar a la pareja dolida. A continuación, comparto cinco errores comunes que a veces cometemos los pastores en la consejería matrimonial y cómo evitarlos. Mi propósito es compartir ideas que he aprendido como consejero y pastor para equiparte mejor en tu ministerio.
Error nº. 1: intentar arreglar las cosas demasiado rápido
El primer desafío que encontramos en este tipo de situaciones es quedar atrapados en las emociones del momento y sentir que tenemos que arreglar el problema inmediatamente. Sin embargo, si cedemos ante esa presión, es muy probable que digamos algo que no es beneficioso. En los primeros treinta minutos, la primera hora o dos horas de consejería, a menudo, no sabemos lo suficiente para decir algo tan útil.
Entonces, ¿cómo evitamos este error? Estos son unos pocos principios que hay que tener en mente:
- Disminuye la velocidad: aléjate de la presión de «arreglar» algo e invita a cada cónyuge a compartir su experiencia sin interrumpir y sin dejar que estalle una discusión.
- Escucha bien: escucha cuidadosamente y asegúrate de que los entiendes bien. Repíteles de vuelta lo que has escuchado y cómo lo entendiste para asegurarte de que todos estén en la misma página.
- Valida la dificultad de la situación: comunica que entiendes cuán difícil es para ellos atravesar esta experiencia.
- Diles que te importa: una pareja podría estar pidiendo una solución rápida, pero lo que ellos realmente necesitan es que tú comiences a amarlos bien al demostrarles que te importa su situación. Asegúrate de que tus palabras, actitud y tono de voz comuniquen una preocupación e interés genuinos.
- Comprométete a caminar con ellos: dile a la pareja que estás comprometido a comenzar este viaje con ellos. Será un proceso, pero caminarás con ellos. Si quieres que ellos perseveren, entonces tú necesitas perseverar también.
- Crea una expectativa de trabajo: su situación no ocurrió de un día para otro, por lo que tampoco puede arreglarse de la noche a la mañana. Requerirá tiempo y esfuerzo. Generalmente, toma años llegar adonde ellos están, por lo que requerirá tiempo para que las cosas mejoren.
Error nº. 2: no establecer objetivos concretos
En consejería, puede ser fácil para nosotros divagar, discutiendo muchos temas, pero sin tener un progreso claro. Eso se debe en parte al hecho de que la consejería es desordenada por naturaleza. No obstante, a veces divagamos porque no tenemos objetivos claros para guiar nuestra sesión y nuestra consejería en general.
Sugiero establecer objetivos claros y concretos que sean factibles y, si es posible, medibles. Esto no sólo da un sentido de dirección, sino que también te permite medir tu progreso. Por ejemplo, ¿cómo puedes ayudar a una pareja a que sepa cuándo se están comunicando mejor? ¿Cómo se verá y sonará eso? Conversa sobre esto al principio del proceso, escríbelos y vuelve a los objetivos periódicamente para evaluar tu progreso.
Si no estás progresando, revisa mejor tus objetivos. Disciernan juntos qué es lo necesario en el momento para progresar. ¿Estamos olvidando algo? ¿Algo ha cambiado? ¿Están todos involucrados con cómo estamos abordando esto? La evaluación regular de los objetivos concretos te ayudarán a avanzar.
Error nº. 3: depender de modelos que no tienen en cuenta el pecado
Necesitamos recordar que nuestros corazones no son lugares neutrales; no son tanques de amor vacíos que los cónyuges tienen la responsabilidad de llenar mutuamente. Somos personas caídas y rotas cuyos corazones están llenos de sueños, expectativas, temores y deseos que el pecado ha formado. Por lo tanto, no podemos simplemente definir el amor como darnos mutuamente lo que queremos.
Entonces, ¿cómo esto afecta a la pareja con la que estamos hablando? Mientras aconsejamos, necesitamos enseñarle a la pareja a prestar atención y a ser considerados con las diferencias de maneras que se sientan amados, pero también tenemos que ayudarlos a entender que nadie tiene el corazón neutro. Puesto que somos todos pecadores, lo que los esposos y las esposas podrían querer para sí mismos y lo que podrían pedirles a sus cónyuges no siempre será lo correcto o lo mejor.
Por ejemplo, una esposa que fue criada en un hogar con mucho enojo y gritos descontrolados podría sentirse amenazada por el conflicto matrimonial. Es posible que tengamos que ayudar a su esposo para que entienda la importancia de mantener la calma y de ser alentadores en medio del conflicto marital. Sin embargo, no es amoroso para el marido evitar completamente el conflicto. Creo que mucho del enriquecimiento cristiano fundamental se sale de curso al pedirle a los cónyuges que se conviertan en expertos en saber lo que el otro quiere y asumir que eso es lo que deben dar. Las parejas necesitan entender los deseos y temores del otro, pero también necesitan aprender cómo desafiarlos sabia y cuidadosamente. A veces lo que un cónyuge prefiere no es lo mejor. Los cónyuges deben aprender a amar al otro de una manera que sea sabia, aun si no es agradable para ambos.
Error nº 4: asumir la responsabilidad de cambiar a la pareja
Todos nosotros queremos ser efectivos en lo que hacemos. Como pastores y consejeros, queremos ver que las personas crezcan en Cristo, pero con demasiada frecuencia ponemos la responsabilidad del cambio en nosotros mismos. Asumimos que esa carga es el resultado exclusivo de lo que decimos o hacemos con la pareja. No obstante, es crucial para nosotros entender que nadie, no importa cuán apasionado o talentoso sea, tiene la responsabilidad o el poder de realmente cambiar a otra persona. El cambio significativo sólo ocurre cuando los cónyuges deciden cambiar.
Frecuentemente, veo cónyuges atascados en ciclos crónicos de conflicto y enojo, cada uno convencido de que el otro es quien necesita cambiar. Sus palabras y acciones de enojo son intentos de forzar a que el otro cambie. Por supuesto, esto nunca funciona. Sólo lleva a niveles cada vez mayores de enojo, amargura y, finalmente, desesperanza. En esos momentos, es importante recordarles que su relación con Dios —lo fructífero de ella, el gozo de ella, la paz de ella— no depende de su capacidad para cambiar a su cónyuge. En última instancia, Dios está detrás de un cambio en nosotros, y de eso es de lo único que somos responsables en todo caso. Sólo podemos escoger cambiar nosotros mismos; no podemos hacer que otros cambien.
Para hacer el trabajo duro del matrimonio es necesario que se mantengan a largo plazo y los cónyuges necesitan ver la importancia de convertirse en una persona nueva incluso cuando el otro decide no hacerlo. Esperemos que el otro cónyuge pueda ser testigo de un cambio piadoso y quiera cambiar también, pero incluso si no es así, quien sí está dispuesto a cambiar tendrá más gozo y más riqueza en su relación con Cristo que nadie podrá quitarle.
Así que es importante recordar que tú como pastor no puedes hacer que la pareja cambie.
Error nº. 5: intentarlo solo
Finalmente, muchos de nosotros en el ministerio tendemos a ser llaneros solitarios. Como pastores, podemos quedar atrapados a veces en nuestros propios ministerios y nuestras propias iglesias. Lo mismo ocurre en nuestros propios casos de consejería. Olvidamos que no estamos solos o creemos que podemos hacerlo mejor sin la ayuda de alguien más.
Pero no lo intentes solo. Encuentra otros recursos: otras parejas u otro líder de la iglesia que puedan mentorear a la pareja o reforzar el trabajo que tú estás haciendo. Otro gran recurso es otros consejeros experimentados que pueden aconsejarte sobre quienes estás aconsejando. ¿Conoces consejeros u otros pastores de tu área que tengan experiencia con este tipo de cosas? Si es así, habla con ellos. Obtén algunas otras ideas sobre cómo puedes ayudar y el cambio en esos difíciles momentos.
No necesitas ser un llanero solitario; esto sólo te transformará en un consejero que sufre. Esto también es una receta para el desastre en el ministerio en general.
Pensamientos finales
La próxima vez que te encuentres con una pareja difícil en consejería, recuerda este consejo: baja la velocidad, establece objetivos concretos, llega al corazón, no fuerces el cambio y usa tus recursos. No sólo estarás mejor equipado para ayudar al hombre y a la mujer que acuden a ti para obtener consejo, sino que también estarás menos frustrado y entenderás mejor los asuntos en cuestión.