Veinticinco años después de su publicación, finalmente leí el clásico de Jerry Bridges En pos de la santidad. Me alegra decir que sólo me tomó doce leer La disciplina de la gracia. Antiguo ganador del premio literario «Medallón de Oro», es un título que con seguridad volveré a leer antes de que pasen otros doce años.
La disciplina de la gracia es, en muchas formas, una continuación de la enseñanza de los dos títulos anteriores de Bridge: En pos de la santidad y La gracia transformadora. «Cuando traté de relacionar los principios bíblicos del vivir por gracia con los principios de la disciplina personal, que también son bíblicos, me di cuenta de que sería provechoso unir estas dos verdades en un solo libro. Ese es el propósito de este volumen». Siendo el producto de mucha meditación en la Escritura y mucho autoexamen, este libro desafía al cristiano con la simple pero profunda verdad de que «Sus peores días nunca son tan malos como para que usted esté fuera del alcance de la gracia de Dios. Y sus mejores días nunca son tan buenos como para que esté más allá de la necesidad de la gracia divina».
En esencia, La disciplina de la gracia es un libro que examina la responsabilidad compartida por Dios y el creyente en la búsqueda de la santidad o el proceso de la santificación. Ser transformado a la imagen de Cristo es un proceso largo y difícil y no es un proceso llevado a cabo sólo por Dios. Mejor dicho, Dios nos capacita para buscar la santidad y nos ayuda a alcanzarla. La gracia de Dios y la disciplina personal deben ir de la mano. Aunque «la disciplina sin deseo es trabajo pesado», tampoco podemos depender solamente de que Dios nos santifique como si la santificación fuera un acto en vez de un proceso. Debe haber un equilibrio.
Bridges está en continuo desacuerdo con la visión no bíblica de que el evangelio es única o incluso principalmente para los no creyentes. En lugar de eso, señala, el evangelio debe ser el fundamento no sólo de la justificación sino también de la santificación. El creyente debe predicarse el evangelio a sí mismo cada día. «Entonces, predicarse el Evangelio significa que usted enfrenta continuamente su propia pecaminosidad y luego acude a Jesús por medio de la fe en su sangre derramada y su vida justa. Esto significa que se apropia, de nuevo por fe, del hecho de que Jesús satisfizo plenamente la ley de Dios, que Él es su propiciación, y que su santa ira ya no está dirigida hacia usted». Posteriormente dice: «Este es el Evangelio por el cual fuimos salvos, y es el Evangelio por el que debemos vivir cada día de nuestra vida cristiana. (…) Y si usted no está firmemente arraigado en el Evangelio, y no ha aprendido a predicárselo a usted mismo todos los días, pronto se sentirá desanimado y menguará en su búsqueda de la santidad».
El corazón del libro, los capítulos siete al trece, habla de la forma en que Dios nos hace madurar por medio de la obediencia, la dependencia, el compromiso, las convicciones, las elecciones, la vigilancia y la adversidad. Cada tópico es examinado a la luz de la Escritura. Bridges recurre con frecuencia a algunos de los más grandes maestros de la iglesia, citando reiteradamente a John Owen, Charles Hodge, John Murray y otros. Siente un claro afecto por los puritanos y a menudo se basa en la forma en que ellos entendían el pecado, el arrepentimiento y la mortificación.
Pocos libros me han desafiado tan profundamente como La disciplina de la gracia. Pocos han provisto tanto alimento para meditar y tomar notas. Recomendaría este libro a cualquier cristiano ya que no se me viene a la mente ningún creyente que no sería edificado por la enseñanza clara, pastoral y bíblica de Bridges. Te lo recomiendo y confío en que te resultará de tanto beneficio como lo fue para mí.