¿Qué pensamientos atravesaron la mente de los ángeles mientras contemplaban a su Creador inclinarse para lavar pies humanos? ¿Cuánto se habrán preguntado esos serafines ardientes? Ellos mismos se ruborizaron al exponer tal humanidad ante su Rey, adorando al Hijo alrededor del trono con sus alas cubriendo sus pies (Is 6:2). ¿Qué pensaron ahora al ver al Santo tomar agua y lavar esos dedos callosos, sudorosos y feos?
¿Cantaron junto al salmista: «¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, y el hijo del hombre para que lo cuides?» (Sal 8:4)? ¿Empatizaron con el asombro de Pedro: “Señor, ¿Tú me vas a lavar a mí los pies? […]” [énfasis del autor]?. ¿Vieron algo correcto en la insistencia de Pedro: “¡Jamás me lavarás los pies!” (Jn 13:6, 8) [énfasis del autor]?».
Desde la vista del cielo, este momento debe haber superado las muchas señales y prodigios de Jesús hasta ese momento. Los ángeles habían estado presentes cuando el Hijo creó el mundo, cuando «cantaban juntas las estrellas del alba, y todos los hijos de Dios gritaban de gozo» (Job 38:7). ¿Qué era multiplicar panes en comparación con crear la tierra y el trigo con tan sólo hablar? ¿Calmar una tormenta con la misma creación de los mares, el viento y las olas con una mera palabra? Ellos ya sabían que su Dios tenía poder de resucitar a los muertos; lo conocían como el Dios de toda vida.
No obstante, esta señal era diferente. El Rey de reyes desempeñó el rol de esclavo de esclavos. ¿Sus ojos habían visto algo como eso desde que Él tomó forma humana? Ejércitos de ángeles vieron a su Capitán (el Dios eterno a la diestra del Padre) inclinado ante sus criaturas para lavar sus pies, horas antes de que esos pies huyeran de temor. Aquí se postraba en un acto que iba más allá de la omnipotencia, un acto que Matthew Henry denominó un «milagro de humildad». Prodigios previos demostraron que Él era Dios; esto demostró el tipo de Dios que era.
Psicología de servicio
Oh, ver este acto como lo hicieron los ángeles; mejor aún, verlo como Dios lo hizo. Afortunadamente, el Espíritu Santo movió el lápiz de Juan para capturarlo. Contenido dentro de su registro hay dos detalles que demasiado a menudo he pasado por alto en mi lectura.
Por años, así es como yo (y quizás tú) recordaba este espectáculo:
Jesús […] se levantó de la cena y se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Luego echó agua en una vasija, y comenzó a lavar los pies de los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía ceñida (Juan 13:3-5).
Recordamos meramente el acto externo. Jesús lavó pies y nosotros también debemos hacerlo. No obstante, ¿cuánto mejor es el recuento de la Biblia que nuestra propia memoria? Dos frases discretas se omiten:
Y durante la cena, como ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscariote, hijo de Simón, el que lo entregara, Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos, y que de Dios había salido y a Dios volvía, se levantó de la cena y […] comenzó a lavar los pies de los discípulos […] (Juan 13:3-5) [énfasis del autor].
El Espíritu Santo, que escudriña incluso la mente de Dios (1Co 2:10), le da a Juan una perspectiva de los mismísimos pensamientos de Cristo justo antes de que se arrodillara a servir. Tenemos una ventana abierta a la meditación del alma de Jesús. Estos no pueden ser detalles irrelevantes. Juan no permitirá que las manos de Jesús laven hasta que sepamos lo que lo impulsó a servir. El Espíritu nos dota con la psicología del servicio celestial de Jesús mientras presagiaba la cruz venidera.
Por tanto, pensemos en sus dos pensamientos antes de que se levantara de la cena. Y que lo que veamos anime toda una vida de humilde servicio.
1. Soy rico en Dios
Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos […] se levantó de la cena y […] comenzó a lavar los pies de los discípulos […] (Juan 13:3-5) [énfasis del autor].
Que el Padre había puesto «todas las cosas» en las manos de Cristo no era un pensamiento nuevo para Él. Él sintió la plenitud desde el principio de su ministerio: «El Padre ama al Hijo y ha entregado todas las cosas en su mano» (Jn 3:35) [énfasis del autor].
El servicio de Cristo, aquí y desde el principio, no fue un servicio empobrecido. Él no consideraba que no tenía nada en sus manos o no tenía nada mejor con qué llenarlas que pies humanos. Él nunca necesitó algo de sus discípulos; por consiguiente, Él podía darles generosamente. Un Rey rico que trató con condescendencia.
Por el Espíritu, Juan da a conocer que Jesús nuevamente reflexiona sobre lo que Dios le ha dado. Sintió los tesoros sobre Él en su mente y corazón. ¿Qué monedas de oro sintió?
Él sintió el trabajo, hasta ahora cumplido, que el Padre le dio por hacer (Jn 17:4): las enseñanzas, los perfectos actos de justicia, las obras poderosas que un mundo lleno de libros no pudo contener (Jn 21:25), con la joya principal ahora frente a Él. Quizás sintió la vida surgiendo en sí mismo o consideró su autoridad por sobre toda carne (Jn 5:25-27; 17:2). Sin duda, sintió los diamantes y los rubíes de la gloria dada a Él y la gloria que sería nuevamente de Él, ahora para ser exaltado como el Dios-Hombre, en la presencia del Padre (Jn 17:5). No obstante, demasiado a menudo en Juan, Jesús habla de que el Padre le dio un pueblo (Jn 6:35-40; 10:28-29; 17:1-3, 6-9, 11-15, 22-25).
Esa noche, Él ora «por los que me has dado» (Jn 17:9):
Ya no estoy en el mundo, pero ellos sí están en el mundo, y Yo voy a ti. Padre santo, guárdalos en tu nombre, el nombre que me has dado, para que sean uno, así como Nosotros somos uno. Cuando Yo estaba con ellos, los guardaba en tu nombre, el nombre que me diste; y los guardé y ninguno se perdió, excepto el hijo de perdición, para que la Escritura se cumpliera (Juan 17:11-12).
El Padre le había dado un pueblo. Más tarde, esa misma noche, se encuentra frente a ellos en su arresto para cumplir su promesa: «de los que me diste, no perdí ninguno» (Jn 18:9) [énfasis del autor]. La muerte, la acusación de Satanás, la ira justa del Padre los persiguieron. Él no era un empleado; Él dio su vida por sus ovejas. Tenía que hacerlo si quería salvarlas. Se rebajó de rodillas para lavar los pies de su Novia y bajó a las profundidades a fin de levantarla para Él y para el Padre en el cielo. «[…] Habiendo amado a los Suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin» (Jn 13:1).
2. Voy a la casa de mi Padre
Jesús, sabiendo que […] de Dios había salido y a Dios volvía, […] comenzó a lavar los pies de los discípulos […] (Juan 13:3, 5) [énfasis del autor].
Nosotros no salimos del Padre de la misma forma que Jesús. Él es el Hijo, completamente Dios, eternamente existente «en el principio» con Dios, en el principio como Dios (Jn 1:1-2). El Padre envió al Hijo desde la eternidad pasada (Jn 7:29). El Hijo se encarnó y habitó entre nosotros (Jn 1:14); Dios entró a su propia historia.
Jesús sabía esto. Enfureció a los judíos al afirmar que antes de que Abraham existiera, Él es (Jn 8:58). Esa noche, Él oró: «Y ahora, glorifícame Tú, Padre, junto a Ti, con la gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera» (Jn 17:5) [énfasis del autor]. Jesús, en quien la plenitud de Dios se complacía en habitar, vino del Padre al mundo para salvar a su pueblo de sus pecados.
Durante la cena, los pensamientos de Jesús se alimentaban de su futuro con su Padre. Un par de versículos antes, Juan resumió completamente la brutal cruz con una frase hermosísima: «[…] sabiendo Jesús que su hora había llegado para pasar de este mundo al Padre […]» (Jn 13:1) [énfasis del autor]. Jesús vio su muerte venidera, incluso la muerte más terrorífica y más vergonzosa como el transbordador que lo llevaría a casa de su Padre.
El gozo sobrepasaba la angustia: debido al gozo puesto delante de Él, soportó la cruz, despreciando la vergüenza. Para Él (y para todo su pueblo), la muerte no se sumerge en el abismo; lleva al alma hacia el Dios al que llama «Padre». Más allá del lavado de pies, más allá de la cruz y más allá incluso de su pueblo y de gloria al otro lado, Jesús reflexionó sobre Aquel a quien iba: el Abba a quien su alma amaba.
No hay servicio demasiado bajo
El acto de lavar los pies que hizo el Maestro anunció su obra purificadora en la cruz. Y con ello, nos dejó un ejemplo.
Porque les he dado ejemplo, para que como Yo les he hecho, también ustedes lo hagan. En verdad les digo, que un siervo no es mayor que su señor, ni un enviado es mayor que el que lo envió. Si saben esto, serán felices si lo practican (Juan 13:15-17).
Cristo, nuestro gran Maestro, y lavador de inmundicias, nos dejó un ejemplo (no sólo en sus acciones, sino que en sus consideraciones). En la psicología del servicio del Dios-Hombre, Él nos muestra que nosotros también debemos servir a partir de conocer nuestra plenitud y nuestro futuro en Él.
Con frecuencia, no servimos porque nos consideramos insuficientes. Servir a otros, creemos, aumenta nuestros déficits. Pero considera esto en Cristo, todas las cosas son tuyas. Quitarte el manto exterior no es quitar el favor de Dios. Atarte la toalla de siervo a la cintura no significa perder tu lugar en la casa de tu Padre. Cuando tomas en tus manos los pies manchados de barro, malolientes y feos de los santos y pecadores junto a ti, sigues teniendo tu lugar junto al Hijo para reinar. ¿Qué puede separarnos del amor de Cristo? Mientras tú y yo estemos envueltos en tal bendición (la menor de las cuales es experimentada ahora), ¿los pies de quién no podemos lavar?
O considera que, como Cristo, navegas en una embarcación que se dirige al Padre. Jesús lo hizo así. Él fue al calvario a fin de preparar un lugar para nosotros en la casa de su Padre (Jn 14:2-3). Pedro escribe de la cruz: «Porque también Cristo murió por los pecados una sola vez, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios […]» (1P 3:18) [énfasis del autor]. Nacido de Dios, nuestro destino es estar con Dios, para siempre. ¿Qué servicio es demasiado bajo cuando consideras un futuro tan elevado?
Eres rico en Dios ahora, y más rico a medida que te diriges a Dios, tu completa herencia. ¿A quién no podemos servir en el camino hacia semejante gloria? Los ángeles vieron al Hijo lavar pies humanos: que vean tan hermoso servicio replicado por su pueblo a lo largo de este mundo egoísta. Que vean nuestra satisfacción en Dios manifestada en nuestro servicio a los demás.