Si quieres empezar un debate, simplemente pídele a un grupo de cristianos que expliquen lo que la Biblia dice sobre el gobierno de la iglesia. Si quieres empezar una discusión acalorada, pregúntales qué dice la Biblia sobre la segunda venida de Jesús. Es difícil concebir algo que, durante los últimos doscientos años, haya provocado tanto desacuerdo entre los cristianos como las doctrinas referidas a la segunda venida de Jesús. Aunque la mayoría de los cristianos está de acuerdo en que la segunda venida es un hecho, con respecto a ella prácticamente todo es motivo de debate. El nivel de desacuerdo, por sí solo, revela al menos dos verdades importantes: Primero, que el asunto es inherentemente difícil; y segundo, que para discutirlo se requiere oración, humildad, y paciencia.
La segunda venida de Jesús es el evento que marca el clímax de la historia redentiva. Pero ¿cómo y dónde encaja en esa historia? ¿Cómo se relaciona la segunda venida con el reino de Dios? Con el fin de responder tales preguntas, es necesario retroceder un poco y considerar las expectativas proféticas del Antiguo Testamento. Después de que David subyugó a todos sus enemigos y fue hecho rey de todo Israel, Dios estableció un pacto con él (2 S 7:1-17). Prometió que pondría su descendencia en alto y establecería el trono de su reino por siempre. Cuando más tarde el reino se dividió y tanto el reino del norte como el del sur comenzaron a deslizarse hacia la apostasía, los profetas miraron atrás, al pacto davídico, como base de una esperanza para el futuro. Advirtieron a la gente que continuar en desobediencia les llevaría al exilio, pero también miraron más allá de éste a una época en que el reino sería restaurado bajo un nuevo rey davídico —el Mesías—.
Cuando Jesús nació, muchos judíos piadosos estaban fielmente esperando este tiempo de restauración prometido (ver Lucas 2:25-26, 38). Ellos entendían que un Mesías vendría a establecer su reino. Lo que no era claro para ellos era que el establecimiento del reino ocurriría con el tiempo. Esto significa que, si queremos entender lo que la Biblia enseña sobre el reino de Dios, no podemos hacer una separación entre la segunda venida de Cristo y su primer advenimiento. El reino de Dios fue inaugurado durante dicho primer advenimiento, pero aún no se ha establecido en plenitud. Como cristianos, confesamos que Cristo está actualmente sentado a la diestra de Dios y que, desde allí, volverá para juzgar a los vivos y a los muertos. Esto significa que hoy los cristianos viven en una época en que el reino, en un sentido, ya está presente, mientras en otro, aún no está presente. ¿Cómo podemos entender mejor lo que esto significa?
Una pista se encuentra en el Antiguo Testamento, en la historia de David. Si observamos el establecimiento del reino de David, veremos que ocurrió en etapas progresivas. David fue ungido por Samuel como legítimo rey (1 S 16). Más tarde, fue ungido rey sobre Judá (2 S 2:4), pero fue sólo después de una larga guerra entre su casa y la casa de Saúl (3:1) que fue ungido rey sobre todo Israel (5:3-4). Lo que vemos en la vida de David, entonces, es su ungimiento como rey, una larga guerra entre sus fuerzas y las fuerzas de Saúl, y finalmente, su ascenso al trono que legítimamente le pertenece. Durante la «larga guerra», David ya es el rey legítimo, pero su reino aún no se ha establecido en plenitud. El rey cuyo trono ha de ocupar (Saúl) no se va en forma pacífica. Sus fuerzas combaten a las de David por un largo tiempo antes de que éste realmente obtenga lo que le pertenece por derecho.
En cierta forma, el establecimiento del reino de Cristo es paralelo al establecimiento del reino de David. Jesús fue ungido como legítimo rey durante su primer advenimiento (ver Mt 28:18; Hch 2:30-36). Sin embargo, el usurpador, Satanás, no se va en forma pacífica. Su «casa» toma parte en una larga guerra contra la «casa» de Cristo (1 Co 15:20-26; Ef 6:11; 1 P 5:8). Pero las puertas del infierno no pueden ni podrán prevalecer contra Cristo y su pueblo. A la larga, los últimos remanentes de las fuerzas de Satanás serán destruidos (Ap 20:10) y el reino de Jesús se establecerá en toda su plenitud. Los cristianos viven hoy durante este largo período de guerra entre las fuerzas de Cristo y las fuerzas de Satanás.
¿Qué sucederá cuando regrese nuestro Señor? Después de la ascensión de Cristo, dos ángeles aparecieron ante los discípulos y dijeron «Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, vendrá de la misma manera, tal como le habéis visto ir al cielo» (Hch 1:11). Antes de ser quitado de la vista de los discípulos (v. 9), Cristo ascendió visiblemente hasta una cierta distancia. Las palabras de los ángeles, entonces, indican que el regreso de Jesús será visible. Su presencia no será invisible. Según el apóstol Pablo, descenderá del cielo con un grito. Los muertos en Cristo se levantarán, y luego quienes estén vivos serán recogidos para encontrarse con el Señor (1 Ts 4:13-18; 1 Co 15:20-26). Nuestros cuerpos resucitarán en un abrir y cerrar de ojos, y el último enemigo, la muerte, será destruido (15:25-26, 50-57).
La segunda venida de Cristo incluirá también la inversión de la maldición que descendió sobre la creación en el tiempo en la caída. La creación no gemirá más bajo el peso de la maldición. Será liberada de su esclavitud a la corrupción (Ro 8:18-25). Todas las cosas serán hechas nuevas. No habrá más lágrimas, ni más muerte, ni más luto, ni más dolor, porque todas estas cosas habrán pasado (Ap 21:1-8). El enemigo, Satanás, será derrotado y juzgado para que no acuse ni ataque más al pueblo de Dios (20:7-10). Todos los hombres estarán de pie ante el trono del juicio de Cristo. Aquellos cuyos nombres estén escritos en el Libro de la Vida del Cordero heredarán el reino, pero aquellos cuyos nombres no sean hallados serán arrojados a las tinieblas de afuera (20:11-15).
Pese a los desacuerdos, todos los cristianos podemos concordar en que Jesucristo será victorioso y su reino se establecerá en forma plena. Así, oramos con Pablo y los santos de todas las épocas, ¡Maranata! ¡Ven, Señor nuestro!