Si hay una cosa en lo que los evangélicos pueden estar de acuerdo, es que a todos aparentemente no nos gusta la música que tocan en nuestras respectivas iglesias. Dependiendo de dónde asistas, la música puede ser demasiado contemporánea, demasiado tradicional, demasiado fuerte, no lo suficientemente fuerte, demasiado compleja, demasiado simple, de muy alta calidad, de muy baja calidad, demasiado centrada en el hombre o demasiado centrada en Dios. (Bueno, estoy bromeando: nadie se ha quejado jamás de la última).
Lo admito: he sido de ese tipo de personas. Llámame superficial, pero si la canción parece ser más apropiada como una balada sobre una chica que sobre Jesús, probablemente no la cante. Si mis órganos internos vibran, espero afuera hasta que la banda termine[1]. Si la máquina de humo está funcionando y los láseres iluminando, corro a los cerros[2].
Ahora, no me malinterpretes: en ningún sentido estoy en contra de las canciones de adoración contemporáneas. Me encanta una nueva buena canción al igual que un clásico himno. También, me encanta una banda completa, de la misma manera que un solista con un acompañamiento de guitarra o piano. Sin embargo, láseres y humo… no, no hay ninguna clase de redención para esa tontería. Cuando voy a la iglesia, no espero que todas mis preferencias sean satisfechas cada semana, porque estoy completamente consciente de que nuestros servicios dominicales no existen para satisfacer mis deseos musicales. Espero que te des cuenta de esto también.
No obstante, ¿qué es lo que nos hace enloquecer un poco de la música de adoración? ¿Será que estamos obsesionados con nuestras preferencias? Bob Kauflin discute en Verdaderos adoradores: anhelando lo que a Dios le importa que el problema es más profundo que eso. Nuestro problema es que tenemos un entendimiento truncado de lo que realmente es la adoración; que la vemos como una «experiencia emocional guiada musicalmente». Sin embargo, esta una no es una visión que podamos obtener desde la Biblia, pues, como vemos en Juan 7:7-23, Jesús denomina la verdadera adoración: «[la adoración] al Padre en espíritu y en verdad».
La adoración es más que música
«Para quienes pensamos sobre la adoración principalmente en términos de experiencias emocionales motivadas por la música, la conversación de Jesús con la mujer samaritana debería ser reveladora». Kauflin escribe: «Jesús estaba hablando sobre “verdaderos adoradores” y no mencionó la música ni una vez. No hubo ni siquiera un murmullo sobre bandas, órganos, teclados, coros, baterías ni guitarras — tampoco sobre flautas, liras ni panderetas» (21).
Algunos de los que están leyendo esto darán un efusivo amén a estas palabras. Sin embargo, ya puedo sentir a algunos lectores retorcerse un poco en sus sillas. Después de todo, la manera primordial (quizás incluso la única manera) que nos han enseñado a pensar de la adoración es como música. Sin duda, hablamos mucho de Romanos 12:1, que nos dice que nuestra adoración espiritual es ofrecernos a nosotros mismos como «sacrificio vivo», y decimos que realmente se trata de la música.
Salvo que en realidad no lo es.
Kauflin no deja dudas de que la adoración es un asunto principalmente del corazón y del carácter antes que cualquier cosa. «En general, la adoración en espíritu y en verdad es aquella que surge de un corazón sincero y encaja con la verdad de la Palabra de Dios» (21). Adorar de esta manera es una capacidad que recibimos de Dios, porque no somos capaces de producir tal deseo espontáneamente. Es exaltar a Dios a medida que lo conocemos por medio de su Palabra, de humillarnos a nosotros mismos a medida que reconocemos y celebramos su grandeza en sus palabras y acciones. Es juntarnos y compartir los sacramentos. Es construir el cuerpo y animarnos mutuamente al amor y buenas obras.
Este es el tipo de correctivo que muchos de nosotros necesitamos, incluido yo. He estado por mucho tiempo en el tren que dice que «la adoración es más que música», pero seré honesto, los argumentos que he escuchado, leído y ocasionalmente usado, no siempre han sido realmente bien desarrollados. Lo que Kauflin hace en este libro es entregar una defensa sustancial de una visión comprensiva de la adoración, una que va más allá de 26 a 35 minutos de música el domingo en la mañana y en cómo trabajas, lees y piensas. Puesto que todos estamos, en todo momento, adorando algo, la adoración es mucho más que cantar. Tiene que serlo.
Pero también no es menos que eso.
La adoración no es menos que cantar
Aunque todos debemos procurar tener una perspectiva más amplia de lo que es la adoración, no debemos ignorar el hecho de que una comprensión bíblica de la adoración sí incluye cantar. Es bastante importante, de hecho. Kauflin dedica dos capítulos al tema de las canciones y la música, no para darles la mayor prioridad, sino porque existen muchas preguntas sobre cómo adorar por medio de la música (y específicamente, qué hacemos cuando luchamos con cantar).
Para algunos de nosotros, esta lucha viene de una preocupación por nuestra capacidad, pues no somos muy buenos. A otros no les gusta, o se sienten como hipócritas porque las emociones expresadas no reflejan las nuestras. Otros aún no cantan porque no pueden por buena conciencia, porque no hay nada realmente ahí para cantar. Kauflin aborda todas esas preocupaciones cuidadosamente, pero no nos deja libres de responsabilidad; la respuesta no es dejar de cantar, sino que cantar de manera diferente:
Este es un buen consejo, pero no es fácil de seguir. A primera vista, pareciera como si algo funcionaría muy bien para alguien que naturalmente se inclina hacia la música. Sin embargo, para personas como yo que podrían dar un grito de júbilo al Señor, pero es solo ruido para el resto… no lo es tanto. No obstante, cuando me detengo y lo considero realmente, aunque no me guste cuando no puedo expresar las palabras que quiero decir para que encajen con el ritmo de la canción, eso no debiera detenerme para cantar las verdades reales. De hecho, ¡la única cosa que me detendría es no conocer alguna de las verdades de las cuales canto! Realmente aprecio el desafío de Kauflin a reconsiderar nuestras objeciones para las canciones que cantamos y encontrar maneras de conectar en lugar de ser pasivos.
Sin embargo, ¿qué pasaría si es un problema continuo? Simple: habla con tus líderes de la iglesia. Pero no envíen el correo estándar que dice: «la música se centra en el hombre y es superficial. Dejen de arruinarla», que se borra inmediatamente. Si ves legítimamente un problema, debes pedirle a tu pastor que te dé su perspectiva sobre él, usando tres palabras poderosas: ayúdame a entender. «¿Quién sabe lo que Dios podría hacer si expresas tu preocupación por el peso teológico de los cantos?» (124).
Un libro que todo líder de adoración (y todo adorador) debe leer
Se ha convertido en un cliché decir que todos necesitan leer un libro, porque no existe tal cosa (aparte de la Biblia). No obstante, Verdaderos adoradores es uno que está cerca de merecer tal elogio y no porque sea el equivalente literario de una «tiradera» en las guerras de adoración. (Porque no está expuesto para hacer eso). Al contrario, lo que hace valioso a este libro es que tiene un rol de hacedor de paz: anima a ver una perspectiva más amplia sobre la adoración que solo cantar, mientras que ni una sola vez descuida la importancia de cantar. Ya sea que luches con cantar canciones superficiales o midas la efectividad de la adoración por cuántas manos son levantadas y cuántas lágrimas caen, serás desafiado por este libro. Confío en que será el desafío que necesitas.