El domingo pasado se celebró Pentecostés en las iglesias de Occidente. Aunque con mucha razón nos concentramos en el derramamiento del Espíritu Santo sobre la iglesia, Pentecostés también distingue otros dos hitos importantes pero desatendidos. El primero, celebrado por las iglesias litúrgicas el 14 de mayo, es la fiesta de Matías, quien fuera elegido como miembro de los doce luego de que Judas se suicidara tras haber traicionado a Jesús. El segundo es la restauración de Pedro en el liderazgo de la iglesia luego de haber negado personalmente a Cristo por temor a ser perseguido. Ambos lo negaron, pero mientras Pedro regresó a Cristo y fue finalmente restaurado en su liderazgo, la desesperación condujo a Judas al suicidio.
Inmediatamente antes del día de Pentecostés, vemos que Pedro comienza a ocupar el primer puesto persuadiendo al grupo inicial (de aprox. 120 discípulos) de que el Antiguo Testamento había predicho proféticamente tanto la traición de Judas como la necesidad de que otro lo reemplazara (Hch 1:15-26). Sin embargo, la completa restauración de Pedro en el liderazgo se distinguió más claramente por la forma en que Dios lo usó en el día de Pentecostés, cuando se puso de pie y predicó ante una gran muchedumbre multinacional en Jerusalén dando lugar a la conversión de al menos 3000 personas. No obstante, este es el mismo Pedro que sólo siete semanas antes había negado incluso conocer a Jesús.
Para quienes estamos en Occidente, es muy fácil idealizar excesivamente la iglesia sufriente y concentrarnos en aquellos que están preparados para morir por Cristo —a lo cual muchos, de hecho, están llamados—. Sin embargo, hay también otro aspecto que demanda nuestras oraciones, y es que muchos cristianos que viven en contextos de persecución tienen miedo (tal como muchos de nosotros, honestamente, lo tendríamos). De hecho, muchos cristianos se apartan y niegan a Cristo cuando enfrentan exclusión, violencia física, cárcel o aun muerte.
A través de toda la existencia de la iglesia, ha habido una pregunta vital que ella ha debido confrontar: ¿qué hacer con aquellos que se apartan y niegan a Cristo en épocas de persecución —y luego, posteriormente, se arrepienten—? Para muchas comunidades pequeñas que viven en contextos dominados por otra fe —como por ejemplo el Islam—, la pregunta es muy real: ¿pueden confiar en alguien que se ha apartado y luego afirma haberse arrepentido? ¿Cómo pueden saber que, de hecho, no se trata de un espía que ha comprado su libertad acordando llevar reportes a las autoridades? Esta fue una importante cuestión en la iglesia primitiva. De hecho, a principios del siglo IV d. C., en lo que llegó a conocerse como la controversia donatista, la iglesia del norte de África se dividió muy literalmente en dos. La cuestión era si acaso los líderes cristianos que habían negado la fe durante la persecución ordenada por Dioclesiano (en la década del año 290 d. C.) podían, en algún momento, volver al liderazgo tras arrepentirse. El asunto se agudizó particularmente cuando el emperador Constantino declaró la tolerancia del cristianismo en 313 d. C., lo cual trajo de vuelta a la iglesia a quienes habían comprometido su fe.
La historia de la predicación de Pedro en el día de Pentecostés nos da, en realidad, una respuesta. Pedro fue uno de los discípulos y amigos más cercanos de Jesús. Fue con Pedro, Jacobo y Juan que Jesús subió al Monte de la Transfiguración, y fue también con estos tres discípulos que Jesús fue al Huerto de Getsemaní para orar a solas. Pedro fue un líder entre los discípulos. Sin embargo, antes de su caída, actuó dependiendo demasiado de sus propias fuerzas. Marcos nos dice que, cuando Jesús advirtió a los doce discípulos que todos se apartarían, Pedro insistió vehementemente en que, aunque todos los demás lo hicieran, él preferiría morir con Cristo que negarlo (Mr 14:26-31). También fue Pedro quien, en el huerto de Getsemaní, sacó su espada para defender a Jesús sin entender aún que, con ello, no estaba en verdad ayudando a cumplir el plan de Dios (Jn 18:11).
Sin embargo, a través de la experiencia del fracaso, la negación y la restauración en la vida de Pedro, Cristo hizo algo que contribuyó a que, en el futuro, él fuese un líder eclesiástico más humilde y más dependiente de Dios que de sí mismo. Llegó a ser alguien que no sólo podría predicar en el día de Pentecostés, sino que también guiaría a la iglesia de Jerusalén a través de un período de intensa persecución, escribiría dos cartas del Nuevo Testamento alentando a los cristianos perseguidos a permanecer fieles al evangelio y, en última instancia, moriría personalmente por Cristo.
La forma en que Jesús trata con Pedro es, por lo tanto, muy importante en la preparación de la iglesia para enfrentar la persecución en el futuro. Esto tiene dos partes: lo que Jesús enseñó a sus discípulos sobre la persecución antes de que ésta sucediera, y la restauración de ellos después de que cayeron. Es fácil concentrarse en la segunda, pero la primera es igualmente importante. La iglesia que ya no predica la vida crucificada será inevitablemente débil cuando llegue la época de tribulación.
La preparación de la iglesia para la persecución
Primero, Jesús advirtió repetidamente a todos sus discípulos que experimentarían persecución (Mt 24:9; Jn 15:20) diciéndoles: «Si me persiguieron a mí, también los perseguirán a ustedes». En otras palabras, la persecución es la experiencia normativa de la iglesia. Jesús, de hecho, advirtió a los doce que cada uno de ellos se apartaría (Mr 14:27).
Segundo, Jesús ora por sus discípulos. La oración de Jesús por Pedro es particularmente significativa: «Pero yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos». En otras palabras, Jesús no oró para que Simón Pedro no cayera en absoluto, sino para que no se apartara permanentemente de la fe, y para que la experiencia de fracaso y negación le permitieran, en realidad, fortalecer a otros miembros de la iglesia para que ellos tampoco cayeran.
Tercero, Jesús prometió permanecer presente para los discípulos después de que lo negaran, prometiéndoles inmediatamente después que, luego de resucitar, iría delante de ellos a Galilea (Mr 14:28).
Cuarto, Jesús estuvo presente para Pedro aun en el momento mismo de la traición. Lucas nos cuenta que, en el momento en que Pedro negó a Jesús por tercera vez, «El Señor se volvió y miró a Pedro. Entonces Pedro recordó la palabra del Señor, de cómo le había dicho: “Antes que el gallo cante hoy, me negarás tres veces”».
Lucas dice a continuación que entonces Pedro, «saliendo afuera, lloró amargamente». Era un hombre quebrantado.
La restauración de cristianos que han caído durante la persecución
Primero, Jesús eligió a Pedro para restaurarlo, reafirmando que, a pesar de su triple negación, Dios aún tenía planes para él. Las mujeres que primero supieron de la resurrección de Cristo recibieron la instrucción específica de «ir, decir a sus discípulos y a Pedro» que Él iba delante de ellos a Galilea, donde lo verían como Él les había dicho antes de morir (Mr 16:7).
Segundo, de la misma manera que en las apariciones después de la resurrección a los otros discípulos, tanto Lucas como 1 Corintios implican que el Jesús resucitado apareció específicamente a Pedro antes de aparecer al resto de los doce (Lc 22:34; 1Co 15:5).
Tercero, Jesús dejó claro a Pedro que, tal como había sido llamado la primera vez, ahora estaba siendo nuevamente llamado a una posición de liderazgo en la iglesia. Jesús se reunió con Pedro luego de que éste y otros discípulos hubieran ido a pescar en la embarcación de Pedro sin éxito (Jn 21:1ss). Jesús les dijo que echaran nuevamente la red, y la sacaron llena de peces —tal como había sucedido cuando, tres años antes, Jesús había llamado por primera vez a Pedro a seguirle (Lc 5:1-10)—. La reacción de Pedro ahora —cuando uno de los otros discípulos le dijo «Es el Señor»— fue arrojarse al agua y nadar hasta la orilla para llegar primero donde Jesús.
Cuarto, al igual que con la invitación y la reafirmación, Jesús trata, no obstante, en forma específica con la cuestión de la negación de Pedro. Esto es doloroso para Pedro, pero Jesús no lo barre bajo la alfombra, sino que pregunta tres veces a Pedro si lo ama, correspondiendo con las tres veces que Pedro lo había negado. Sin embargo, esto no es una penitencia sino un proceso de reconocimiento del pecado con miras a obtener sanidad y restauración. Después de que Pedro afirma su amor por Cristo la primera vez, Jesús le dice «apacienta mis corderos», tras la segunda vez le dice «apacienta mis ovejas», y la tercera vez, no sólo le instruye «apacienta mis ovejas» sino que también le dice que, en una última instancia, morirá por Cristo: «“En verdad te digo, que cuando eras más joven te vestías y andabas por donde querías; pero cuando seas viejo extenderás las manos y otro te vestirá, y te llevará adonde no quieras.” Esto dijo, dando a entender la clase de muerte con que Pedro glorificaría a Dios. Y habiendo dicho esto, le dijo: “Sígueme”» (Jn 21:18–19).
La restauración de Pedro fue un proceso. Sin embargo, lo que fue evidente, lo que mostró que él se había verdaderamente arrepentido, fue la evidencia de la obra del Espíritu Santo en la transformación de su vida. Cuando alguien ha negado previamente a Cristo, esa es la única prueba que podemos aplicar para dilucidar si su arrepentimiento es genuino. Pentecostés fue el día en que Pedro volvió claramente al liderazgo. Sin embargo, él sólo estuvo allí porque Jesús había actuado con gracia, paciencia, y un firme aunque doloroso amor al restaurar a un discípulo que había caído y negado a su Señor sintiendo miedo en un momento de persecución.
Esta fue una cuestión enorme en la iglesia primitiva. Mientras que las cartas de Pablo a las nuevas iglesias plantadas por su equipo apostólico tienden a concentrarse en corregir malentendidos basados en lo aprendido, uno de los temas claves de los últimos libros del Nuevo Testamento tales como Hebreos, 1 y 2 de Pedro y Apocalipsis es la necesidad de permanecer firmes durante la persecución. Jesús mismo advirtió que la persecución aumentaría y que los creyentes se apartarían e incluso se traicionarían mutuamente (Mt 24:9-14).
Aquí hay un desafío para aquellos de nosotros que vivimos en el mundo occidental contemporáneo. ¿Estamos preparados para la persecución? Como líderes eclesiásticos, ¿predicamos aún la vida crucificada y preparamos a nuestra congregación para sufrir por Cristo? ¿Cómo podemos enfrentar esto nosotros mismos? ¿Seremos nosotros como Pedro, que negó a Cristo pero atravesó un doloroso proceso de restauración para ser espiritualmente más fuerte y estar más capacitado para ayudar a otros? ¿O seremos como Judas, que también negó a Cristo, pero jamás regresó a Él? ¿Permaneceremos firmes, como Pedro lo hizo más tarde, llegando finalmente al martirio por causa de Cristo?