El anuncio decía: «familia británica alegre y divertida con dos hijos, en una casa de tres pisos en el campo italiano. La niñera tendrá una habitación y comida, uso del auto y dos días libres a la semana». Sonaba perfecto. Les envié un correo: «soy una chica estadounidense de 20 años graduada de la universidad. ¡Puedo estar allá en tres semanas!».
El esposo me fue a buscar al aeropuerto en Roma y condujo como un piloto kamikaze hacia su pequeña villa, haciendo comentarios al estilo Wallace y Gromit mientras íbamos para allá. Llegamos a la casa después de que oscureció. Sonrió ampliamente, mostrando un par de dientes faltantes en los costados. «¿Lista para conocer a la esposa?».
La esposa, Gillian, estaba en la cocina: una mujer alta y colorina, con pecas bronceadas y manos fuertes y hábiles. Me dijo un breve «hola» y se apresuró a prepararme una taza de té en silencio. Después de un par de tensos minutos, él también recibió un saludo: «te tardaste un poco».
«El tráfico estaba terrible», dijo dócilmente, con una sonrisa boba pegada como un escudo en su rostro. Fue la primera y última velada cortés que tuvimos en esa casa.
Miseria diaria
Al despertar en mi fría habitación, lo primero que escuchaba todas las mañanas era el sonido sordo de la voz elevada de Gillian. «Qué clase de… ¡JOHN! ¡JOHN!… ¿Me vas a ayudar?… ¡DEJA DE HACER ESO, JAMES… Creo que sólo voy a hacer desayuno para mí… Arthur, ¡ES SUFICIENTE!…».
Me arrastraba para poner la tetera al fuego. La cocina en el sótano, construida en piedra como un calabozo, era el lugar donde comíamos. John estaba sentado con esa sonrisa indefensa y ambos, Gillian y él, se hablaban muy amorosamente el uno al otro y a los niños por el primer par de minutos. Los niños me sonreían y me decían algo tierno. Luego, sin ninguna advertencia, comenzaban a gritar, a darse cachetadas o a gritar groserías a sus padres. Gillian ignoraba esto, cortando la insípida comida vegetariana para ellos y dándole órdenes cortas a John respecto a su día.
Entonces, de pronto, ella les gritaba en sus caras. John se veía avergonzado mientras ella le gritaba, y luego se iba caminando al taller de carpintería en la parte de atrás y se mantenía ocupado todo el día.
Sin duda, era una casa preciosa, construida al lado de una montaña imponente a las afueras de una villa adoquinada. Vivíamos al lado de un pastor, comíamos huevos de las gallinas que estaban afuera y comprábamos pan en la panetteria y vino de una viña que estaba justo al otro lado de la montaña. La vida en la villa era tan romántica y saludable como yo lo había imaginado. Pero la vida en la casa era un caos y un agotamiento emocional.
Y Gillian estaba, en medio de todo, llevando infelizmente el peso del mundo en sus hombros.
Esposa conflictiva
La imagen, la de John apenas caminando a su taller de trabajo y la de la miserable Gillian, siempre me recuerdan los proverbios acerca la mujer conflictiva.
Mejor es habitar en tierra desierta
Que con mujer rencillosa y molesta (Proverbios 21:19).Mejor es vivir en un rincón del terrado
Que en una casa con mujer rencillosa (Proverbios 21:9).Gotera constante en día de lluvia
Y mujer rencillosa, son semejantes (Proverbios 27:15).
Cuando los escritores de Proverbios pensaban en una mujer conflictiva, a menudo pensaban en el mal tiempo. Un lugar seco donde tu garganta reseca anhela agua, pero lo único que obtienes es arena. Un goteo constante y exasperante en tu cabeza, abriéndose paso en el techo en el único lugar en la tierra donde esperas estar seco y abrigado: tu hogar. En lugar de ser un refugio en la tormenta, la mujer conflictiva es la tormenta. Ella es, en sí misma, las malas condiciones metereológicas; su presencia es un lugar inhóspito.
¿Cómo puede acabar una mujer así? ¿Alguna mujer realmente decide convertirse en el mal tiempo de la vida de su marido? ¿O son los hábitos de conflicto, como otros mejores hábitos (como la alegría, la gratitud y la risa) los que se desarrollan con el tiempo y con la práctica?
Peleamos por lo que deseamos
Una mujer no llega a ser conflictiva de un día para otro. Su vida, como la vida de todos, se compone de muchos momentos y respuestas individuales. Pero estos pequeños momentos de decisión se van sumando para crear la montaña de material que define el carácter.
Ninguna esposa se propone ser el tipo de persona que uno preferiría mudarse al techo a fin de evitarla. Cuando una mujer queda atrapada en este círculo de insoportable comportamiento, lo hace porque quiere lo que quiere, pero no puede obtenerlo. Estos hábitos de críticas, quejas y conflicto comienzan con deseos insatisfechos, según Santiago 4:1-2: «¿de dónde vienen las guerras y los conflictos entre ustedes? ¿No vienen de las pasiones que combaten en sus miembros? Ustedes codician y no tienen, por eso cometen homicidio. Son envidiosos y no pueden obtener, por eso combaten y hacen guerra. No tienen, porque no piden».
Escuchen a dos mujeres tomando café y las oirán describiendo sus deseos la una a la otra. «Realmente necesitamos más espacio en el comedor…»; «si tan sólo me llevara a un viaje…»; «Sólo quiero que mi suegra nos deje de molestar…»; «él sólo necesita ser más líder espiritual…»; «será mucho mejor cuando los niños se gradúen…».
Cuando una mujer derriba su casa sobre sí misma (con un torrente de quejas inhóspitas, órdenes prepotentes o buscando pelear), ella busca algo. Ella pelea y discute porque hay algo que no puede obtener. Tal vez es la atención de su marido. Quizás es la admiración de sus amigas. Podría ser alegría o más comodidad. Sea lo que sea, ten la seguridad de que su comportamiento es la respuesta furiosa de una mujer decepcionada.
Deseo decepcionado
A veces, es cierto, esas decepciones son profundas y sinceras; una mujer casada es testigo de la vida de pecado y de defectos de su esposo. Sin embargo, ¿acaso no hemos visto todas el triste resultado cuando una mujer cede a una de las herramientas más útiles de su arsenal: el arte del ánimo femenino? El resultado es el ciclo perfecto: una mujer insistente y amargada que se amarga más con el paso del año, obsesionada con las fallas de su esposo pasivo y gruñón.
Ella no puede entender por qué sus recordatorios constantes no funcionan. Ya no se le ocurre más intentar usar otro lenguaje, el lenguaje de agradecimiento e invitación (ese tipo de cosas es para otras mujeres, mujeres cuyos esposos hacen cosas buenas por ellas). Ella desea algo y no lo tiene. Codicia algo, pero no puede obtenerlo. El descontento y la ingratitud trazan un camino directo en su carácter rencilloso.
Todas sus quejas contra el marido, los niños y el lavavajillas roto son un sustituto de su rabia contra Dios mismo. Dios es realmente quien le ha fallado. Él es el que retiene las cosas buenas. Él es el que decidió no darle la tarde que quería, el esposo que quería, el trabajo que quería: la vida que quería.
Deseo satisfecho
¿Has conocido alguna vez a una mujer que esté simplemente maravillada de su buena fortuna, que ame su vida?
La miras confundida. ¿Por qué es tan feliz en esa casa? ¿Por qué es tan feliz con ese esposo? ¿Por qué está tan contenta y agradecida de tener ese trabajo? ¿Cómo es posible que sonría y se ría mientras pasa de un desafío a otro? ¿Cómo ella puede enfrentar las mismas circunstancias que a ti te irritan con un sentido profundo de su propia bendición de ser una hija de Dios?
Si observas a esas mujeres atravesar el dolor y el sufrimiento con su gozo intacto, tienes que enfrentar la verdad finalmente: quizás el contentamiento no es producto de las circunstancias. Tal vez tu espíritu rencilloso no sale a causa de las cartas que te tocaron, sino de un corazón ingrato. Y es posible que el gozo y la gratitud disponibles para ti tampoco surjan a causa de circunstancias mejores, sino de un corazón renovado. Puede ser que este sea un corazón que puedes pedirle al Padre que te dé, incluso ahora.
Una mujer enamorada de Cristo y de la promesa de un futuro con Él es una mujer llena de gratitud. Es una mujer a quien observar. Estaba muerta y ahora vive. Estaba perdida y ahora ha sido encontrada. Estaba ciega y ahora ve. Su herencia en Cristo es segura y ha comenzado a hacerse realidad incluso ahora con el regalo del Espíritu Santo.
Sin duda, tiene otros deseos. No obstante, lleva esos deseos a su Señor con manos abiertas. Él le enseña muchas lecciones al dar y al quitar. En lugar de descubrir que codicia y pelea, encuentra que desea a Cristo y que lo tiene en todo momento y, por ende, todo lo demás es secundario. En lugar de acechar a su esposo para que satisfaga su lista de exigencias cada vez más grande, ella se encuentra dispuesta a buscar y animar lo que ya es digno de elogio en su vida.
La cura para las rencillas maritales
Si de pronto escuchaste el sonido de tu propia voz en este artículo y te has visto a ti misma en la mujer conflictiva, tienes que saber que puedes convertirte en el tipo de mujer que edifica su casa en lugar de ser un mal tiempo dentro de ella (Pr 14:1). De tu corazón pueden «brotar ríos de agua viva» en lugar de un goteo constante desde el techo (Jn 7:38). En vez de ser un desierto de crítica y discusión, puedes convertirte en un oasis de deleite, de nutrición y de descanso para quienes están más cerca de ti.
Cada día es una oportunidad para volverse al Padre del cielo en gratitud, que en Cristo ya ha creado un lugar acogedor y seguro para ti bajo el refugio de sus alas (Sal 91:1). En su nombre, puedes convertirte en el tipo de mujer a la que las personas se acercan a fin de resguardarse de la lluvia.