Parece que las mujeres están en todas partes. Sea que hablemos de cuestiones relacionadas con la mujer en el ámbito político, los roles de las mujeres en la iglesia, o lo que define a una mujer según los estándares bíblicos, el tema de las mujeres parece abarcar la mayor parte de las noticias que leo en las cuentas de Twitter y los blogs que sigo.
Soy mujer, y podría pensarse que, como tal, me sentiría animada viendo este esfuerzo por mantener a las mujeres en el primer plano de la conversación. Supongo que, hasta cierto punto, esto sí me anima. Entiendo y comparto parte de la frustración expresada por muchas que, por decirlo de algún modo, buscan una voz más firme y audible para nuestro género en la esfera pública. Ciertamente, en la cultura actual hay asuntos relacionados específicamente con nuestro género que deberían ser discutidos, evaluados y corregidos.
Sin embargo, no todo lo que leo es alentador. De hecho, a veces me pregunto si no nos perjudicamos a nosotras mismas al enmarcar una porción tan grande de nuestro diálogo y crítica haciendo alusión a nuestro género. Efectivamente creo que Dios nos hizo mujeres dándonos características singulares que nos distinguen de nuestras contrapartes masculinas. Nadie se sorprenderá de que adhiero a una perspectiva complementarista. Como lo señalé antes, creo que hay cuestiones reales que confrontan a las iglesias y a nuestra cultura en general, y en muchos de dichos casos, las mujeres cumplen un rol decisivo formulando y contestando las preguntas difíciles. No obstante, dejando a un lado ese tipo de situaciones, ¿debería todo lo relacionado con nosotras definirse en función de nuestra femineidad?
Por ejemplo, en el mundo actual de los blogs evangélicos —si acaso puede distinguirse y definirse algo así—, me parece que hay una gran cantidad de artículos y publicaciones para mujeres en que mamás jóvenes escriben sobre cómo ser mamás jóvenes. Aunque aplaudo los esfuerzos por incluir mujeres en estos sitios principalmente dominados por hombres, y aunque estoy de acuerdo con que las mamás jóvenes están en una etapa singularmente difícil de la vida, a menudo, como mamá mayor, quisiera decir «soy más que mi maternidad». En otras palabras, ¿deben nuestras conversaciones sobre quiénes somos como mujeres cristianas centrarse continuamente en que somos mamás y amas de casa? ¿Qué hay de las mujeres estériles? ¿O de las solteras? ¿O de las mayores? ¿O de aquellas cuyos hijos han crecido y abandonado el nido? Perjudicamos mucho a estas hermanas al insinuar —no importando cuán sutil o involuntariamente lo hagamos— que la maternidad es la cúspide de la femineidad cristiana.
Hace años, leí un artículo sobre el ministerio de mujeres. No recuerdo dónde lo leí ni quién lo escribió. La autora —quienquiera que fuese— afirmaba sin ambigüedad que todo ministerio de mujeres debería expresarse en la instrucción de Tito 2. Todo ministerio. Toda enseñanza. Afirmaba que cualquier lección enseñada a mujeres debería extraer su (sola) aplicación del mandato «Ama a tu esposo y a tus hijos y cuida de tu hogar» bosquejado en Tito 2:4-5. Recuerdo ese artículo en forma tan clarísima porque me escandalizó y entristeció mucho.
En la opinión de esa autora, la suma total de lo que una mujer necesita saber sobre la Palabra, sobre Dios, sobre el evangelio, sobre teología y sobre doctrina en general, encierra como único beneficio ayudar a la mujer a amar a su esposo, a sus hijos y cuidar de su hogar. ¡Cuánto reduce lo que nos corresponde!
Pienso en mi reciente experiencia en la conferencia de mujeres de The Gospel Coalition, donde oí cómo mujeres teológicamente preparadas exponían las Escrituras. No se mencionaron los quehaceres domésticos ni la reducida aplicación a la maternidad, sino el aliento, e incluso el mandato, de que las mujeres estudien la Palabra, la conozcan, luchen con las verdades de quién es Dios y quiénes somos nosotras, y se alegren con su plan de redimir a los pecadores para su propia gloria. Kathleen Nielson, Nancy Guthrie, Paige Benton Brown, y Nancy Leigh DeMoss; estas inteligentes mujeres usaron sus dones para impulsar a quienes las escuchaban a adquirir un conocimiento más profundo, una teología más rica, y un mayor sentido de asombro y adoración.
Sin duda se trataba de mujeres enseñando a mujeres, pero las verdades enseñadas trascendían el género. Wendy Alsup expresa en forma mucho más concisa lo que pienso cuando resume así la instrucción bíblica para las mujeres: Sean como Cristo. En lo que a esto se refiere, no sólo soy más que mi maternidad, sino también más que mi género. Evidentemente lo que Dios me llama a hacer tiene todo que ver con el hecho de que soy mujer, pero al mismo tiempo no tiene nada que ver con que sea mujer y sí con el hecho de que debo ser como Cristo primero, por sobre todo, siempre y únicamente.