«Atesorando a Cristo cuando tus manos están llenas no es una lista de tareas para llegar a ser una buena madre. Se trata de nuestro buen Dios y de lo que Él ha hecho» (p. 7).
Este libro es una joya para toda madre. En lo personal fue un deleite ver el Evangelio desplegado en cada página. Las aplicaciones de las verdades del Evangelio son constantes acerca del rol de una madre. Su énfasis está en la importante tarea de reflejar el Evangelio y el carácter de Cristo en toda tarea, desde la más pequeña hasta la más grande. Desde el amor sacrificial en perdón y gracia, hasta mostrar la fragilidad de una madre que necesita sostenerse de la gracia para continuar cada día. Cristo es el centro y el poder de su gracia, el sustento diario. La autora se expone al contarnos historias personales al inicio de cada capítulo, con situaciones triviales invita a cada madre a ser comprendida pero confrontada con el Evangelio. Podría resumir el libro en: la maternidad nos santifica para que adoremos a Dios en Cristo Jesús.
Si somos honestas las madres enfrentamos muchos retos, pero el más importante es reconocer nuestro corazón egocéntrico e idólatra para entregarlo a Dios diariamente. El amor de una madre por sus hijos debe reflejar el amor de Cristo. Lastimosamente, tenemos una tendencia a la comodidad y al auto servicio o por el contrario, hacemos de la maternidad una repisa de trofeos donde los hijos son los porristas.
«Cuando no veo la maternidad como un don de Dios para santificarme, sino como un rol con tareas que se interponen en mi camino, estoy perdiéndome de uno de los medios ordenados por Dios para mi crecimiento espiritual. No solo eso, sino que no estoy disfrutando a mis hijos» (p. 27).
En este libro encontrarás las grandes verdades del Evangelio que toda madre debe recordar:
- Estar en la Palabra es un reto, pero es necesario para recordar la esperanza en Cristo y su gozo eterno que es nuestra fortaleza. Habrán momentos donde no podrás leer la Biblia disciplinadamente. Puedes sentirte culpable y hasta excusada por no tener tiempo a solas con el Señor. Ella explica cómo hay fases en la vida de nuestros hijos donde tendremos que cambiar nuestras rutinas. Dios siempre está cerca y cada vez que resolvemos un conflicto, del juguete de la discordia, con gracia y sabiduría estamos honrándolo porque Él está allí, Emanuel, Dios con nosotros.
- Como madres también en necesidad, les enseñamos como atesoramos a Dios en medio de nuestro día a día, sustentadas por la gracia. (p. 55).
- «Amnesia Parental», cuando nos olvidamos del futuro venidero. Lo que hacemos tiene valor eterno. (p. 44).
- Nosotras también somos hijas. Así como los niños lloran por atención y amor, nosotras también clamamos por ayuda a Dios, al igual que nuestros hijos nos quejamos con Dios y nos impacientamos, esto es un llamado a extender gracia a ellos y en respuesta a adorar a Dios.
- Amamos porque Él nos amó primero. Es su amor el que nos mueve a amar a nuestros hijos, en medio de las lágrimas cuando ya no podemos más permanecemos por su amor. Cristo lleva nuestras cargas (p. 72), es Jesús quien nos sostiene, lo representamos dando a nuestros hijos lo que Él nos da, amor, compasión, aliento y palabras de vida.
- La esperanza en la fidelidad de Dios. Aunque los esposos e hijos no siempre reconocen la labor que hacemos, podemos confiar en que Dios sigue siendo fiel en sus promesas.
- Todo lo hacemos para su gloria, desde la tarea más pequeña hasta la más grande.
- Tener una identidad enraizada en la obra sacrificial de Cristo para no idolatrar la maternidad ni para actuar como víctimas. Hemos sido justificadas para perseverar en los días buenos y malos, no es a través de estrategias sino por medio del poder de Dios del Evangelio de gracia.
- Las madres triunfan por fe (p. 122).
- Su amor jamás se agota en medio de las circunstancias difíciles porque nada nos separa de su amor.
- Como madres en días caóticos somos llamadas a adorar y a disfrutar de lo que tenemos en Cristo.
- Necesitamos a otras mujeres cristianas en nuestras vidas, porque somos parte del cuerpo de Cristo (p. 37). Si algo es cierto, las mujeres no siempre somos las mejores amigas, y cuando se trata de la maternidad algunas mujeres pueden ser muy competitivas, criticonas y envidiosas, ¡cuánto daño nos hacemos como Cuerpo!
- Cristo es el centro y no los hijos. Nosotras no deberíamos imponerles un peso de gloria que no les corresponde y que no pueden llevar porque no fueron diseñados para ello.
- Necesitamos su sabiduría porque no siempre sabemos lo que es mejor, y nada podemos controlar. Cristo es nuestra sabiduría y en su obra podemos descansar.
La meta narrativa de la maternidad (capítulo 11):
«La meta suprema de la feminidad no es la maternidad; la meta suprema es ser conformadas a la imagen de Cristo» (p. 118).
Todos somos pecadores, pero el Mesías triunfará sobre el pecado, Él es nuestra única esperanza porque Él creó la maternidad y Él la sostiene para la alabanza de su gloriosa gracia (p. 121).
El lente para ver la maternidad es el Evangelio. Reconocer su diseño para resaltar su gran misericordia al cumplir con su pacto hecho a Abraham de hacer un pueblo que viva con Él eternamente.
Si eres madre, necesitas leer este libro. Pensarás que estás hablando con una amiga que te comprende, te ayuda y hasta te hace reír. Las madres son importantes en un hogar pero también en el cuerpo de Cristo, porque somos hijas que deseamos administrar este don para ayudarnos entre madres y enseñar a las más jóvenes para embellecer el Evangelio de Cristo.